martes, 21 de julio de 2020

Antropología de la esperanza.- Pedro Laín Entralgo (1908-2001)

Resultado de imagen de lain entralgo 

Capítulo 2: El proyecto, la pregunta y la espera
V.-Estructura de la espera humana

  «Recapitulemos brevemente nuestros resultados. En cuanto animal, el hombre vive esperando; su futurición consiste genéricamente en ser espera. El cuerpo humano exige que esa espera adopte forma de proyecto; el espíritu humano —espíritu encarnado— se ve obligado a esperar su futuro concibiéndolo como proyecto; en fin, un examen de la relación efectiva entre el ente humano y la realidad muestra que esa relación se configura de modo inmediato en el proyecto. El proyecto es, pues, la forma propia y primaria de la espera humana.
 En una etapa ulterior hemos descubierto que todo proyecto debe resolverse, apenas concebido, en una serie de preguntas, y que la pregunta, a su vez, no es en el orden real otra cosa que un proyecto de ser lo que no se es y —aunque no se piense en ello— de que sea lo que no es. El proyecto y la espera se convierten entre sí. Si la espera humana es la situación de un hombre ante una posibilidad de su propio ser que haya sido proyectada por él —con otras palabras: si la espera del hombre es un presente sucesivo consciente de su futurición y cuidadoso de ella— , esperar será, por lo pronto, preguntar. El análisis de la espera nos conduce necesariamente al análisis de la pregunta.
 ¿Cuál es, según esto, la estructura de la espera humana? Siete momentos distintos hay que considerar en ella:
 l.° La finitud. Sólo un ente a la vez finito e inteligente es capaz de preguntar y, por lo tanto, de esperar al modo humano. Un ser infinito no tiene que preguntar; un ente no inteligente no puede preguntar. El hecho de esperar preguntando revela, por lo pronto, la propia finitud: una finitud de índole muy peculiar, que no se conforma con su propio límite y que, en cuanto inteligente, aspira a "todo". El alma racional es quodammodo omnia, decían los medievales, siguiendo a Aristóteles.
 2.° La nada. La posibilidad a que tiende mi pregunta puede “no ser”, bien porque yo fracase, bien porque yo muera (Heidegger); mi interrogación delata un “no saber”, se halla amenazada por una respuesta “negativa” y obtiene respuestas positivas del tipo de “no es más que así” (Sartre). Por tanto, mi espera me pone ante el “no ser”, me hace existir dentro del horizonte de la “nada”.
 3.° La realidad en cuanto tal. Mi pregunta se apoya siempre sobre una base de “creencias”, y la creencia es la vía por la cual la inteligencia humana vive su constitutiva relación metafísica con la realidad (W. James, Ortega, Zubiri). Esperando, el hombre “está en la realidad”.
 4.° El ser. La «realización» de la posibilidad implícita en una pregunta es siempre una “entificación creadora” de la realidad, una “ontopoesis”. La fecunda distinción metafísica entre “lo que hay” y “lo que es” (Zubiri) permite entender la creación humana como una faena “ontopoética”. En cuanto que actividad lograda, la espera humana es la conversión sucesiva de la realidad en ser.
 5.° La infinitud. Puesto que el logro de la espera es “creación”, toda espera lograda es para el hombre una abertura a la infinitud, tanto a la infinitud en cuanto tal o simpliciter, como a la suya propia o infinitud secundum quid, para decirlo al modo de Tomás de Aquino. Esperar confiada, creadora y satisfactoriamente es sentir que uno es de algún modo infinito. Si el hecho de creer nos lleva, según Hegel, al reconocimiento de “nuestra finitud ante lo Eterno”, la actividad de crear nos permite descubrir nuestra infinitud ante lo temporal.
 6.° La abertura a lo fundamentante. La actividad creadora hace al hombre patente que el trasfondo de “lo que hay” es, como dice Zubiri, “lo que hace que haya”; esto es, que el fundamento último de la realidad no es sólo “fundamental”, es también “fundamentante”. A quien sabe esperar, la existencia se le abre al descubrimiento de su constitutiva “religación”.
 7.° La comunidad. Quien pregunta, coexiste; quien espera, coespera. La espera humana no es empeño individual, sino comunitario. Sólo espera el hombre, dice G. Marcel, “en el nivel del nosotros, si se quiere, del agápe, y en modo alguno en el nivel de un yo solitario que se hipnotizase sobre sus fines individuales”.
Antropología de la esperanza / Pedro Laín Entralgo No será ocioso subrayar de nuevo que la espera humana es todo eso a la vez. Nunca la confianza del esperante carecerá de una veta de desconfianza; nunca, por lo tanto, faltará en él una temerosa advertencia de su propia finitud. Jamás el logro de la espera será tan perfecto que no incluya en su entraña un cierto “no ser”; jamás, en consecuencia, desaparecerá de su horizonte la angustiosa perspectiva de la nada. Toda espera puede terminar en el fracaso, y todo logro es siempre, hasta en el mejor de los casos, deficiencia. “La espera está hecha de promesa y amenaza”, escribe J. M. Kijm en un sugestivo estudio sobre la “experiencia del vacío”. Por eso es y no puede dejar de ser ambivalente la emoción de esperar. La confianza en la posibilidad de lo posible, ¿puede alguna vez tener la seguridad y la firmeza de la creencia en la realidad de lo real? Y el contacto con lo real, ¿puede en este mundo ser alguna vez intelección y posesión plenarias?
 Ejercitando su constante espera, el hombre manifiesta ser el animal insecurum de las descripciones de Peter Wust. El animal sano espera seguro, y con total seguridad se lanza a la consecución de lo que espera, presa, hembra, juego o refugio. Esto es lo que permite al hombre “engañarle” con trampas diversas, y en ello tiene su fundamento la técnica del toreo. Si la entrega del toro a la embestida no fuese en cierta medida “segura”, no sería posible la lidia; y si, por otra parte, fuese tan previsible como la caída de una piedra —si careciese de variantes individuales y ocasionales— la lidia no podría ser un espectáculo cruento: sería una suerte de malabarismo, no una “fiesta trágica”. Es verdad que a veces el animal muestra hallarse “inseguro”; pero eso sólo acaece cuando está enfermo, y según un mecanismo toto caelo distinto del que preside la insecuritas humana: tal es el caso de las “neurosis experimentales” de algunas especies zoológicas. En el hombre, en cambio, cierta radical «inseguridad » pertenece a la normalidad de la existencia. En ella tiene su fundamento antropológico y de ella procede por exageración morbosa la llamada “neurosis obsesiva”.
 Nuestro análisis de la espera humana nos ha llevado hasta el borde mismo de la esperanza. ¿Cuándo la espera se hace esperanza? ¿En qué consiste esta última? ¿En qué medida es una limitación y un acierto del castellano que el verbo “esperar” se refiera tanto a la espera como a la esperanza, y que estas dos palabras tengan la misma raíz? Tales van a ser los temas del próximo capítulo.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Guadarrama / Punto Omega, 1978. ISBN: 84-335-0250-6.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: