Capítulo 2: El proyecto, la pregunta y la espera
V.-Estructura de la espera humana
«Recapitulemos
brevemente nuestros resultados. En cuanto animal, el hombre vive esperando; su
futurición consiste genéricamente en ser espera.
El cuerpo humano exige que esa espera adopte forma de proyecto; el espíritu humano
—espíritu encarnado— se ve obligado a esperar su futuro concibiéndolo como
proyecto; en fin, un examen de la relación efectiva entre el ente humano y la realidad
muestra que esa relación se configura de modo inmediato en el proyecto. El proyecto es, pues, la forma propia y
primaria de la espera humana.
En una etapa
ulterior hemos descubierto que todo proyecto debe resolverse, apenas concebido,
en una serie de preguntas, y que la pregunta,
a su vez, no es en el orden real otra cosa que un proyecto de ser lo que no se
es y —aunque no se piense en ello— de que sea lo que no es. El proyecto y la
espera se convierten entre sí. Si la espera humana es la situación de un hombre
ante una posibilidad de su propio ser que haya sido proyectada por él —con otras
palabras: si la espera del hombre es un presente sucesivo consciente de su
futurición y cuidadoso de ella— , esperar será, por lo pronto, preguntar. El
análisis de la espera nos conduce necesariamente al análisis de la pregunta.
¿Cuál es, según
esto, la estructura de la espera humana? Siete momentos distintos hay que
considerar en ella:
l.° La finitud. Sólo un ente a la vez finito e
inteligente es capaz de preguntar y, por lo tanto, de esperar al modo humano.
Un ser infinito no tiene que preguntar; un ente no inteligente no puede
preguntar. El hecho de esperar preguntando revela, por lo pronto, la propia
finitud: una finitud de índole muy peculiar, que no se conforma con su propio
límite y que, en cuanto inteligente, aspira a "todo". El alma racional es quodammodo omnia, decían los medievales,
siguiendo a Aristóteles.
2.° La nada. La posibilidad a que tiende mi
pregunta puede “no ser”, bien porque yo fracase, bien porque yo muera
(Heidegger); mi interrogación delata un “no saber”, se halla amenazada por una
respuesta “negativa” y obtiene respuestas positivas del tipo de “no es más que así”
(Sartre). Por tanto, mi espera me pone ante el “no ser”, me hace existir dentro
del horizonte de la “nada”.
3.° La realidad en cuanto tal. Mi pregunta se
apoya siempre sobre una base de “creencias”, y la creencia es la vía por la cual
la inteligencia humana vive su constitutiva relación metafísica con la realidad
(W. James, Ortega, Zubiri). Esperando, el hombre “está en la realidad”.
4.° El ser. La «realización» de la posibilidad
implícita en una pregunta es siempre una “entificación creadora” de la
realidad, una “ontopoesis”. La fecunda distinción metafísica entre “lo que hay”
y “lo que es” (Zubiri) permite entender la creación humana como una faena “ontopoética”.
En cuanto que actividad lograda, la espera humana es la conversión sucesiva de
la realidad en ser.
5.° La infinitud.
Puesto que el logro de la espera es “creación”, toda espera lograda es para el
hombre una abertura a la infinitud, tanto a la infinitud en cuanto tal o simpliciter, como a la suya propia o
infinitud secundum quid, para decirlo
al modo de Tomás de Aquino. Esperar confiada, creadora y satisfactoriamente es
sentir que uno es de algún modo infinito. Si el hecho de creer nos lleva, según
Hegel, al reconocimiento de “nuestra finitud ante lo Eterno”, la actividad de
crear nos permite descubrir nuestra infinitud ante lo temporal.
6.° La abertura a lo fundamentante. La actividad creadora hace
al hombre patente que el trasfondo de “lo que hay” es, como dice Zubiri, “lo
que hace que haya”; esto es, que el fundamento último de la realidad no es sólo
“fundamental”, es también “fundamentante”. A quien sabe esperar, la existencia
se le abre al descubrimiento de su constitutiva “religación”.
7.° La comunidad. Quien pregunta, coexiste;
quien espera, coespera. La espera humana no es empeño individual, sino
comunitario. Sólo espera el hombre, dice G. Marcel, “en el nivel del nosotros, si se quiere, del agápe, y en modo alguno en el nivel de
un yo solitario que se hipnotizase sobre sus fines individuales”.
No será ocioso
subrayar de nuevo que la espera humana es todo eso a la vez. Nunca la confianza
del esperante carecerá de una veta de desconfianza; nunca, por lo tanto, faltará
en él una temerosa advertencia de su propia finitud. Jamás el logro de la
espera será tan perfecto que no incluya en su entraña un cierto “no ser”;
jamás, en consecuencia, desaparecerá de su horizonte la angustiosa perspectiva de
la nada. Toda espera puede terminar en el fracaso, y todo logro es siempre,
hasta en el mejor de los casos, deficiencia. “La espera está hecha de promesa y
amenaza”, escribe J. M. Kijm en un sugestivo estudio sobre la “experiencia del
vacío”. Por eso es y no puede dejar de ser ambivalente la emoción de esperar.
La confianza en la posibilidad de lo posible, ¿puede alguna vez tener la
seguridad y la firmeza de la creencia en la realidad de lo real? Y el contacto
con lo real, ¿puede en este mundo ser alguna vez intelección y posesión
plenarias?
Ejercitando su
constante espera, el hombre manifiesta ser el animal insecurum de las descripciones de Peter Wust. El animal sano
espera seguro, y con total seguridad se lanza a la consecución de lo que
espera, presa, hembra, juego o refugio. Esto es lo que permite al hombre “engañarle”
con trampas diversas, y en ello tiene su fundamento la técnica del toreo. Si la
entrega del toro a la embestida no fuese en cierta medida “segura”, no sería posible
la lidia; y si, por otra parte, fuese tan previsible como la caída de una
piedra —si careciese de variantes individuales y ocasionales— la lidia no
podría ser un espectáculo cruento: sería una suerte de malabarismo, no una “fiesta
trágica”. Es verdad que a veces el animal muestra hallarse “inseguro”; pero eso
sólo acaece cuando está enfermo, y según un mecanismo toto caelo distinto del que preside la insecuritas humana: tal
es el caso de las “neurosis experimentales” de algunas especies zoológicas. En
el hombre, en cambio, cierta radical «inseguridad » pertenece a la normalidad
de la existencia. En ella tiene su fundamento antropológico y de ella procede
por exageración morbosa la llamada “neurosis obsesiva”.
Nuestro análisis de
la espera humana nos ha llevado hasta el borde mismo de la esperanza. ¿Cuándo
la espera se hace esperanza? ¿En qué consiste esta última? ¿En qué medida es
una limitación y un acierto del castellano que el verbo “esperar” se refiera
tanto a la espera como a la esperanza, y que estas dos palabras tengan la misma
raíz? Tales van a ser los temas del próximo capítulo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Guadarrama / Punto Omega, 1978. ISBN: 84-335-0250-6.]
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