miércoles, 15 de julio de 2020

Trilogía italiana.- Francisco Nieva (1924-2016)


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Los españoles bajo tierra o el infante jamás
Acto primero

  «Cubierta de una nave que cruza el estrecho de Messina. El viento panorámico sacude tapices de tormenta. Bajo unos agitados toldos conversan cuatro pasajeros. Son Cariciana y Locosueño, dos damas de aventura; Cambicio, joven caballero provinciano y su tío Dondeno de Cáceres, gran mezquino.
 Locosueño: Parece mentira que, con lo decentes que somos mi prima y yo, nos hayan llamado putas en el Perú.
 Cariciana: ¡Para qué vivir allí!
 Locosueño: No, después de haber sido tan salpicadas. Tuvimos un terremoto en Lima y estuvimos a punto de perecer mil veces sin tener culpa. Hemos visto volar las tejas como si fueran murciélagos.
 Las dos: (Ante una sacudida del barco.) ¡Ay!
 Cariciana: Pues, en pleno cataclismo, pasó cerca de nosotras el virrey en su carroza y en ella nos metió para rescatarnos. En carroza vimos el terremoto.
 Locosueño: Paseando.
 Cariciana: Y el virrey haciendo descorchar botellas de vino espumoso. Un hombre amable el virrey Peral de Diegos, con unas manos de manteca que no podían sostener tantas sortijas. ¿Te acuerdas, Locosueño?
 Locosueño: Diferencia va de padecer un terremoto a pie a contemplarlo en carroza, en seguridad y buena compañía.
 Cariciana: Nosotras siempre hemos vivido en marco de plata. Servidora no pasa ya por la vergüenza de ponerse sola las medias.
 Locosueño: Ni yo tampoco. Siempre estuve muy bien costeada. Tanto y más que mi prima, ésta que llaman Cariciana. Y ahora la vida nos ha dado un maltrato que no merecemos. Hemos puesto rumbo a Sicilia porque es otro virreinato paseado por muchos caballeros con cara de moneda. ¿Qué me digo? Huy, yo siempre hablo así, sin ton ni son. Yo, es que he sufrido mucho por ser virgen.
 Cariciana: Es verdad. Y ha pasado por aventuras espantosas. La han seguido filas enteras de caimanes armados.
 Locosueño: De muchísimos dientes.
 Una voz dentro: ¡Aquellos viajeros de sobrecubierta, bajen que tenemos mal tiempo...!
 Locosueño: ¡Ojalá nos vayamos a pique! Calla esa risa, mantecona, que nos vas a poner en vergüenza.
 Cariciana: ¿Ya no te acuerdas, viboraza? Era tan perfumado su cuerpo de buena pasta que exhalaba mil amores sólo con hacerle cosquillas. Nunca nos hemos reído tanto.
 Locosueño: Suma y total: que a las dos nos echaron de Lima por culpa de ésta.
 Cariciana: Suma y total: que a las dos nos echaron de Lima, pero nosotras embarcamos voluntariamente. Por compasión.
 Dondeno: Suma y total: que tales putas son ustedes.
 Cambicio: No hagan caso a mi tío, que va mareado. Y me regocijo muchísimo de haber tenido este encuentro tan... esporádico.
 Dondeno: Vámonos de aquí, sobrino. Son dos pájaras, dos arpías. No te permito estas libertades de abordar a cualquiera en el barco. Se han abatido sobre nosotros como la tempestad. (Santiguándose.) Libéranos, Dómine, de la muerte acuosa.
 Locosueño: Qué cobarde es el vejete. ¿Dónde va embarcado con esta estantigua?
 Dondeno: ¡Me insulta, la descarada!
 Locosueño: Sepa muy bien su mercé que hay putas y putas, viejo cabrón.
 Dondeno: ¡Cristo traspasado, por dónde anda el capitán!
 Cambicio: A la luz de estos lampos del cielo, son ustedes, señoras mías, dos divinidades perseguidas con un pasado mitológico. Y es notorio que, en mitología, muchas veces las divinidades no aparecen como parecen.
 Locosueño: Y nosotras, ¿qué parecemos? No me lo diga, porque se equivoca. (Le abraza.)
 Cariciana: (Arrebatándoselo.) Estamos por encima de la maledicencia, sobrino hermoso. Mire cómo se enrollan esas olas. Podemos irnos a pique. Pues, en tan grande peligro, le juro que esta Locosueño y yo nos ciscamos en el mundo desgraciado, que no paga con todos sus tesoros lo que nosotras valemos.
 Cambicio: (Casi sofocado bajo el abrazo de Cariciana.) Haga decontracción de este brazo y se sentirá mejor. Miento. Es una forma educada de insinuarle que me suelte.
 Dondeno: ¡Escapa de ella, sobrino! ¡Ésta me tiene atenazado!
Trilogía italiana de FRANCISCO NIEVA: Bien Encuadernación de tapa ... Locosueño: (Sin soltarle.) Estamos fuera de bordes, en el estrecho de Messina, donde las sirenas hacen pasto y se comen a los viajeros. Aquí no hay tierra ni ley. En este columpio de muerte hay que ser sinceros, tío podrido. ¿Quiénes son ustedes?
 Dondeno: ¡Socorro! ¡Capitán, oficiales...! ¿Qué extraños ecos me responden? Este barco marcha embrujado. (Arrecia la tormenta, la nave se encabrita.)
 Las dos: (Con grito complaciente y maligno, a otro nuevo empellón de las olas.) ¡Ay!
 Cambicio: (Alucinado, aún bajo el abrazo de Cariciana.) Somos negociantes en lanas de las cumbres...
 Cariciana: Eso significa que negocias con cumbres de lana, que eres rico.
 Cambicio: Lo siento, no lo soy. Se siente mucho no ser rico. Mi tío guarda todo su dinero en la imaginación.
 Cariciana: Con lo cual, tampoco él es rico. ¿No queda nadie rico aquí?
 Cambicio: Él, sí. Él sí lo es.
 Dondeno: ¡A mí no me señales!
 Cambicio: Tengo que decir la verdad, tío Dondeno. Algo se ha trastornado en la brújula y ha cambiado la ley del mundo. De otro modo, no se comprende lo que nos pasa. Si este hechizo se venciese diciéndoles la verdad, ¿usted no se la diría? Mi tío es rico, pero no lleva nada encima. Hay en el siglo unos bancos, fundados por los bienaventurados hermanos del triángulo, en donde todas las operaciones bursátiles se hacen por señas y no hay modo de descubrirles las combinaciones. Dinero para viajar, lo necesario. Lo demás, todo se lleva en la cabeza.
 Cariciana: Yo también lo llevo todo en mi cabeza. En ocasiones muy trastornado. A ti, ¿por qué te interesa mentir? Dímelo, aunque sea mintiendo, y descubriré la verdad.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1988, en edición de Jesús María Barrajón. ISBN: 84-376-0769-8.]

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