domingo, 19 de julio de 2020

Apostoloff.- Sibylle Lewitscharoff (1954)

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 «Algo que complica considerablemente la situación: mi hermana y yo jamás hablamos sobre hombres. Hablamos sobre libros y sobre todos los temas posibles, pero nunca, salvo en vacías fórmulas de cortesía, hacemos alusión a los hombres con los que estamos saliendo. Un terreno delicado. Aunque a mí lo que me gusta es hacer fuego con mis comentarios bien directamente, aquí me encuentro atrapada en una intrincada situación defensiva. Mucha reserva en estos temas, sólo esporádicamente algo de lisonja, saludos que se le mandan a uno u otro hombre, saludos que no pretenden nada, que no vienen a cuento de nada, y que después la otra, bien educada, devuelve en el supuesto nombre del saludado. Jamás se me escapó ninguna ni siquiera aproximada verdad sobre los hombres de mi hermana.
 En nuestra vida de enamoradas erramos ambas por caminos separados. Ya en la época del colegio secundario la diferencia no podría haber sido mayor. A mí me gustaban los de mentes rápidas que van a altas revoluciones, o el extremo opuesto: esos espíritus enjutos a los que lleva una porfía concentrada. Y en el medio, nada. Mi hermana, en cambio, mi Dios, mi hermana andaba con esos tipos escurridizos y ladinos que se convierten en los preferidos de las suegras, con esos famosos traedores de flores y bombones, obviamente para la garantizada alegría de nuestra madre. Yo, en cambio, le llevaba sujetos que estaba garantizado que le iban a poner los pelos de punta: un Rasputín, un comisario del Politburó todo vestido de cuero y un chofer finlandés que trabajaba en Afganistán, y que tenía una buena carga de LSD encima cuando se negó a darle la mano a nuestra madre y le pasó al lado tambaleante para desplomarse luego en el sillón rojo.
 El iraní con el que se casó mi hermana y con el que tuvo dos hijos es uno de esos preferidos de las suegras. De pinta como un Sky Dumont* pasado por aceite para ensalada, sólo que más delicado, más persa justamente. Ningún ayatolá barbudo. Más bien como uno de esos iraníes a sueldo a los que se trajo para celebrar al Sha cuando visitó Alemania**. Aunque es difícil imaginárselo con el palo en la mano, como lo tuvieron los que golpearon a los estudiantes que se manifestaban en contra. Él hizo instalar un soporte especial en su Mercedes para los pañuelos de papel, porque siempre necesita alguno para limpiar algo. El que sea infiel no es tan terrible. Hay una sobrevaloración excesiva de la fidelidad. Lo malo es su dulzón, blandengue, falsamente tierno, manipulador, absolutamente mentiroso egocentrismo. Esta mañana cuando salió el sol, pensé en ti, chérie.
 Si habláramos sobre hombres, debería preguntarle a mi hermana cómo toma ella una frasecita así. ¿Por qué las lecturas que la acompañan en forma tan entrañable ha influido tan poco en su vida amorosa? Y tendríamos que hablar sobre por qué se aferra con tanta porfía a esas ediciones como de cajita de música de nuestro padre. Es que su marido también es un médico que básicamente trata con mujeres. Él es cirujano plástico y sería perfecto para hacer de cirujano plástico en una de esas series de televisión.
 Si se alternara esto de poner en aprietos a la otra, yo también tendría que contar. ¿Y qué tiene esa pila de huesos rubio del que estás tan enamorada?, tendría derecho a preguntar a mi hermana. ¿A qué idiotas rodeos conduce el evitar la figura del padre? Por lo menos mis lecturas preferidas y los hombres que me gustan más bien coinciden, podría alegar yo en mi defensa.
 Delicado, pero más delicado sería aún si habláramos sobre los hijos. Sobre los consentidos y profundamente infelices hijos de mi hermana. Sobre mi desinterés radical por tener hijos.
Apostoloff, de Sibylle Lewitscharoff Aunque en este momento siento la suficiente ligereza y libertad como para poder pensar una vez de otra manera -debería serme posible ver sin preocuparme a la familia de mi hermana, verlos simplemente como si fueran curiosas variedades de lirios, lirios de Frankfurt, graciosos de algún modo dentro de su especie, cómo crecen ahí tan frescos en la calle Beethoven-, apenas dejo de lado la imagen de los lirios, lo que veo no es nada bonito.
 Cuando pienso en los niños de Frankfurt, pienso en esos infiernos repletos de cosas de las habitaciones infantiles de las cuales ahora la edad les ha permitido escapar. Pienso en cómo cuatro veces por año los arrastraban a distintas regiones del planeta y así perdieron todo interés por el mundo. Ahora ya son medio adultos. El charlatán del hijo es un lamentable fanfarrón que ya destruyó diecisiete motos de carrera y ahora conduce un descapotable (por lo menos le interesa el dinero, una innegable pasión, aun cuando sea una pasión fría). Y después la regordeta hija depresiva que no da señal alguna de interesarse por nada, y mucho menos de que alguna vez pueda llegar a saber hacer algo.
 ¿Por qué, por amor a Dios, mi hermana, ese ser encantador amante de los libros, les inculcó tan poca delicadeza, despertó tan poco la curiosidad en su hijos? Por primera vez en mi vida siento compasión por ellos. Los veo como condenados obligados a errar por un mundo "como si", mucho peor que el que jamás nos tocó a nosotras. Ni siquiera el privilegio de la tragedia les ha sido concedido.»

 *Actor alemán, nacido en Buenos Aires. Es conocido por la escena de la película Eyes wide Shut, de Stanley Kubrick, donde baila con Nicole Kidman. [N. de la T.]
 **La famosa visita del Sha a Berlín, epicentro del incipiente movimiento estudiantil, tuvo lugar en 1967. Lo acompañó un contingente de cien ciudadanos iraníes, muchos del servicio secreto. Llevados para vitorear al Sha, atacaron y golpearon con palos a los estudiantes que se manifestaban en contra de la dictadura en Irán. En medio de los disturbios murió asesinado por un policía el estudiante Benno Ohnesorg. [N. de la T.]

   [El texto pertenece a la edición en español de Adriana Hidalgo editora, 2010, en traducción de Claudia Baricco. ISBN: 978-84-92857-29-6.]

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