miércoles, 29 de julio de 2020

Era el año 1914.- Eyvind Johnson (1900-1976)

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  «El hombre sentado delante de él bostezó y, en medio del bostezo, comunicó que se llamaba Kristiansson.
 -Krischaaansooaanh.
 Significaba amabilidad y confianza de su parte el decírselo. Pero luego añadió:
 -Soy lo que se puede decir famoso.
 Se quedó mirando la cara de Olof con sus ojos azules acuosos, como si esperara que diera un grito de sorpresa. Porque era Kristiansson, el famoso.
 -¿No has oído nunca hablar de mí? -preguntó.
 -No -contestó Olof, intentando desesperadamente recordar el nombre de Kristiansson. Comprendió que era un error suyo no conocer este nombre y a este hombre.
 -Bueno, he tomado parte en el tendido de un montón de vías férreas -dijo Kristiansson-. También estuve en lo del ferrocarril minero. Y he hecho carreteras. Y, una vez, tuve una exposición de fieras. Pero ahora quieren prohibir estas cosas, según he oído decir. Eso de enseñar animales al público. En realidad, el negocio no era mío, pero yo viajaba por ahí. Era, digamos, el director. -Se calló un momento para dejar que la palabra hiciese efecto en Olof. Luego dijo-: Pero no es por eso por lo que se me conoce tanto. Aparecí en el periódico por otras causas.
 "Ha aparecido en el periódico", pensó Olof.
 -Con fotografía -dijo Kristiansson-. Colocaron allí un aparato grande que hizo un estampido y, ¡zas!, allí me tenías todo entero en la placa.
 Describió con las manos el modo en que sucedió. Al decir ¡zas!, cerró un ojo para dar una idea de cómo su imagen había esperado fuera de la cámara antes de introducirse y quedar fijada en la placa.
 -Fui famoso por un invento que he hecho -dijo-. ¿No has oído hablar de mí? Kristiansson es el nombre.
 De nuevo, Olof contestó tímidamente que no lo había oído. Pero...
 -Bueno, tampoco puedo ser famoso en todas partes. Nadie puede serlo. Yo, por lo menos, no he encontrado nunca a una persona que haya sido famosa en todas partes. Y eso que, debo decirlo, he conocido a un montón de personajes famosos.
 Intentaba recordar. De pronto, el tren paró en una estación, y unos bajaron y otros subieron; a Olof esto le inquietaba: que las cosas otra vez cambiarían justo cuando empezaba a sentirse tranquilo. De repente le parecía que Kristiansson era un íntimo amigo. Pensaba esto, cuando dos hombres, vestidos de camisas azules de trabajo y pantalones de ratina, entraron y se sentaron en un banco. Llevaban sendas fiambreras. Uno de los hombres llevaba asimismo un paquete con mangos de herramientas, atado con una cuerda de las utilizadas para sujetar sacos con azúcar. Eran mangos nuevos para hachas y picos. Pero Kristiansson no les hizo ningún caso. Ni siquiera miró por la ventana cuando el tren paró. Estaba pensando. En la frente se le había formado un profundo pliegue a causa del esfuerzo que hacía para recordar personas famosas. Olof se sentía embarazado de este honor, demasiado grande; le daba vergüenza que Kristiansson se devanase los sesos por su culpa. Una persona adulta se estaba esforzando por él.
 El tren empezó a moverse. Quedó atrás el edificio de la estación.
 Olof distinguió la gorra de un uniforme. Kristiansson se puso las manos, grandes y desgastadas por el trabajo, encima de las rodillas y se quedo mirándolas un rato.
 -Pues, en este momento no puedo recordar a todas las personas famosas que he conocido -dijo al final-. Pero son muchas.
 A Olof le parecía que hablaba demasiado alto.
ERA EL AÑO 1914 - AQUI TIENES TU VIDA: Amazon.es: Eyvind Johnson ... -No habrás oído referir nada del coronel Blom, ¿verdad? -preguntó Kristiansson-. No, eres demasiado joven. Pero él construyó ferrocarriles en muchas partes. Y era un señor muy conocido y famoso. Yo lo conocí. Hablamos varias veces. Me encontraba más cerca de él que de lo que estoy de ti ahora. No era necesario andar con cumplidos con él; le podías decir lo que querías en la cara. Se llamaba Blom y era coronel.
 -Sí -dijo Olof.
 -Se murió alcoholizado, como otros muchos, pero de una manera más fina -dijo Kristiansson, relamiéndose los labios-. Primero construyó ferrocarriles y con esto se hizo rico. Luego compró una gran finca, blanca, bonita, tenía baranda y alrededor había árboles; decían que la casa tenía veinticinco habitaciones, pero esto no lo he visto yo, no se puede verlo todo, en especial cuando se viaja de un lado a otro como yo. Y allí estaba Blom, en una sala grande y daba fiestas. Tenía un hombre que continuamente iba a la ciudad para buscarle alcohol y vinos, en grandes cajas. Invitaba a todo el mundo que quería beber con él pero, claro, debía ser gente bien para saber brindar según los reglamentos. Estaban sentados a una mesa redonda en la sala grande, bebiendo botellas de vino caro. Hablé con él en varias ocasiones, cuando llegaba en su coche, y tan de cerca como te tengo ahora a ti, o incluso más.
 Kristiansson hizo una pausa. Su voz se hizo luego más solemne.
 -Al final, el coronel ni siquiera podía estar sentado cuando bebía; lo hacía echado, y los invitados a las fiestas estaban sentados alrededor de la mesa, mientras que él mismo estaba tendido en un sofá, mandando y echándose tragos. Y, finalmente, ni siquiera podía echarse los tragos él solo: debía tener a su lado un tío que se los fuera echando. Cuando su vida acababa dijo que todo lo terrestre era efímero, no valía nada.
 Kristiansson cerró el ojo como si estuviera rezando.
 -Y yo, por mi parte, como he tenido un poco de todo en mis días, le doy la razón al coronel.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de Deerie Sariols. ISBN: 84-7530-179-7.]

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