domingo, 26 de julio de 2020

Tiempos difíciles.- Charles Dickens (1812-1870)

Resultado de imagen de charles dickens  

Libro primero
Capítulo XV: Padre e hija

   «-Padre, muchas veces he pensado que la vida es muy corta.
 Era éste un tema tan a gusto del señor Gradgrind, que se apresuró a decir:
 -Sin duda que es corta, querida mía. Sin embargo, está demostrado que el término medio de la vida humana ha subido en los últimos tiempos. Este hecho ha quedado establecido por las estadísticas de las compañías de seguros de vida y de rentas vitalicias, además de otros cálculos que no permiten el error.
 -Yo hablaba de mi propia vida, padre.
 -¡Ah!, ¿sí? Sin embargo, no puedo menos de hacerte observar, Luisa, que ella está gobernada por las mismas leyes que gobiernan en conjunto todas las vidas.
 -Yo quisiera hacer, en ese corto espacio de mi vida, lo poco que puedo y lo poco para que sirvo. Lo demás, ¿qué importa?
 El señor Gradgrind se quedó sin saber qué pensar de estas últimas palabras y contestó:
 -¿Cómo que qué importa? ¿A qué te refieres, querida?
 Luisa siguió exponiendo, firme, sin desviarse y sin mirarle, su pensamiento:
 -El señor Bounderby me pide que me case con él. La pregunta que yo he de hacerme es ésta: ¿debo casarme con él? ¿No es así, padre? Vos mismo me lo habéis dicho. ¿No es cierto, padre?
 -Certísimo, hija.
 -Pues bien: ya que el señor Bounderby se conforma con aceptarme en estas condiciones, yo, por mi parte, acepto su propuesta. Decidle, padre, lo antes que podáis, que mi respuesta es ésa. Repetídsela, si os es posible, al pie de la letra, porque desearía que él supiese exactamente mi contestación.
 El padre le contestó con acento aprobatorio:
 -Es muy justo, querida mía, el proceder con exactitud. Me atendré a lo que con mucha propiedad me pides. ¿Tienes algún deseo especial en lo referente a la época de vuestra boda?
 -Ninguno, padre. ¿Qué importancia tiene eso?
 El señor Gradgrind había acercado un poco más su silla a la de su hija y la había tomado de la mano. La insistencia de su hija en que repitiese sus palabras sonaba en sus oídos como un pequeño desacorde. Estuvo unos momentos mirándola a la cara, sin soltar la mano de su hija, y le habló así:
 -Luisa, no me ha parecido indispensable el hacerte una pregunta que implica determinada posibilidad que yo juzgo demasiado remota. Sin embargo, acaso debí hacerlo. Dime: ¿has recibido alguna vez en secreto alguna otra propuesta de matrimonio?
 Ella le replicó, casi en tono de mofa:
 -Padre, ¿es que ha habido posibilidad de que alguien me hiciese otra propuesta? ¿Con quién me he tratado yo? ¿A qué sitios he ido? ¿Qué ocasiones se le han presentado a mi corazón?
 -Mi querida Luisa, esa rectificación que me haces es muy justa. Sólo quise cumplir con un deber -contestó el señor Gradgring, tranquilizado y satisfecho.
 Luisa, por su parte, prosiguió sin alterarse:
 -¿Qué sé yo, padre, de gustos y de caprichos, de aspiraciones y de cariños, de toda aquella parte de mi naturaleza en la que hubieran podido alimentarse semejantes frivolidades? ¿Qué posibilidades he tenido yo para evadirme de problemas cuya demostración era posible y de realidades que podían tocarse con la mano?
 Al decir esto, Luisa cerró inconscientemente la mano, como si agarrase un objeto sólido, y luego la abrió lentamente, figurando que dejaba escapar polvo o ceniza. Su eminentemente práctico padre dijo:
 -Eso es cierto, eso es muy cierto, querida mía.
 -Padre, ¿cómo se os ha ocurrido hacerme pregunta tan extraña? Mi corazón no fue siquiera lugar inocente de refugio para las preferencias infantiles que, según tengo entendida yo misma, son corrientes entre los niños pequeños. De tal manera os habéis preocupado de mí, que jamás tuve corazón de niña. Tan admirablemente me habéis educado, que jamás tuve un ensueño de niña. Me habéis tratado tan sabiamente desde la cuna hasta este mismo momento, padre mío, que jamás tuve ni la fe de niña ni el temor de niña.
 El señor Gradgrind, conmovido por su éxito y por el reconocimiento que del mismo hacía su hija, dijo:
 -Mi querida Luisa, tú me pagas con superabundancia mis cuidados. Bésame, querida niña.
 Así fue como su hija le besó. El padre, reteniéndola en su abrazo, dijo:
TIEMPOS DIFÍCILES. Trad. Amando Lázaro Ros. de Dickens, Charles ... -Ten la seguridad, hija mía preferida, de que la sana resolución a que has llegado me hace feliz. El señor Bounderby es un hombre muy notable, y el tono conseguido por tu inteligencia sirve sobradamente de contrapeso a la pequeña disparidad que pudiera decirse que existe entre vosotros, si es que existe. Mi finalidad en tu educación fue siempre la de que, aun en tu primera juventud, fueses de cualquier otra edad, si es que puedo expresarme de este modo. Bésame otra vez, Luisa. Y ahora, vamos los dos a ver a tu madre.
 Se dirigieron, pues, al cuarto de estar, situado en la planta baja, que era donde estaba esa apreciada señora carente de juicio, recostada como siempre y acompañada de Cecilia, que trabajaba a su lado. Cuando su marido y su hija entraron, dio ella débiles muestras de reanimarse y la apagada transparencia de su figura cambió de posición, apareciendo sentada.
 Su marido, que estuvo esperando con cierta impaciencia a que ella acabase este cambio de postura, díjole:
 -Señora Gradgrind, permitidme que os presente a la señora Bounderby.
 -¡Vaya! Veo que lo habéis arreglado -contestó la interpelada-. Pues bien, Luisa: ten la seguridad de que deseo que tu salud sea buena; porque si tu cabeza empieza a desquiciarse en cuanto estés casada, como me ocurrió a mí, no puedo decir que mereces que te tengan envidia, aunque tú, igual que todas las muchachas, creerás que eres digna de envidia. Sin embargo, te felicito, querida mía, y espero que sabrás sacar partido ahora de todos esos estudios que has hecho. Déjame, Luisa, que te dé un beso de congratulación; pero ten cuidado de no tocarme en el hombro derecho, porque todo el día me está escarabajeando algo por ese lado. Pero mira lo que son las cosas:  yo voy a estar preocupada mañana, tarde y noche, por cómo voy a llamarle a él -dijo la señora Gradgrind gimoteando y ajustándose el chal después de la cariñosa ceremonia.
 -¿Qué queréis decir con eso, señora Gradgrind? -exclamó solemnemente su marido.
 -Digo que cómo voy a llamarle a él cuando esté ya casado con Luisa; porque de alguna manera he de llamarle. Es imposible -dijo la señora Gradgrind, con un sentimiento en el que se mezclaban la cortesía y el resentimiento- que converse con él constantemente sin darle un nombre. No puedo llamarle Josías, nombre que me resulta insoportable. No hay ni que hablar de que yo le llame Josi, porque eso os resultaría insoportable. ¿Voy a tratar a mi hijo político de caballero? Creo que no, a menos que haya llegado ya el momento de que toda mi parentela me pisotee como a una inválida, Decidme pues, ¿cómo voy a llamarle?
 Como ninguno de los presentes tuviese una indicación que hacer a propósito de tan extraordinaria circunstancia, la señora Gradgrind abandonó de momento esta vida, después de poner el siguiente codicilo a las observaciones anteriores:
 -En cuanto a la boda, todo lo que yo pido, Luisa... y lo pido con el corazón presa de un temblor que se extiende en realidad hasta las plantas de mis pies..., es que tenga lugar lo antes posible. Sé muy bien que si no se realiza lo antes posible, será uno más de tantos asuntos de los que yo no acabo de ver el fin.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, en traducción de Amando Lázaro Ros. ISBN: 84-7530-032-4.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: