«El quince de agosto, en nuestro refugio entre las ruinas de Shinzaike, yo era el responsable de mi madre y de mi hermana menor; tratándose de un niño de catorce años, la palabra "responsable" puede sonar extraña, pero en el Japón de aquellos tiempos, un niño de catorce años era en quien más se podía confiar: sacar el agua de lluvia que inundaba el refugio antiaéreo o ir a buscar agua al pozo cuando habían cortado el suministro eran tareas que no hubieran podido hacer sin mi ayuda, ya que mi madre padecía de asma y de una enfermedad nerviosa.
Ahora ya no recuerdo si el aviso que informaba sobre la emisión radiofónica de aquel comunicado trascendental se difundió la víspera o el mismo día quince por la mañana; aunque casi todo el barrio había ardido con anterioridad, lo cierto era que las noticias corrían entre aquella gente apiñada en casitas cubiertas con chapas de zinc junto a una valla rescatada del fuego, otros vivían en el refugio antiaéreo tras apañar sobre él un techo que, en su punto más alto, medía tres shaku: debieron enterarse, pues, por algún vecino y una treintena de personas se agrupó ante el centro de jóvenes que se había salvado de las llamas y discutía: "Quizá proclamen la ley marcial", "A lo mejor su Majestad Imperial toma personalmente el mando del ejército"; el día catorce de agosto Osaka había sufrido un gran bombardeo y Kobe había sido ametrallado por escuadrillas procedentes de los portaaviones: nadie podía imaginar que la guerra acabara a la mañana siguiente; "Porfiemos por las generaciones venideras. Arrostremos lo imposible. Afrontemos lo insoportable" (1), aunque escuchamos aquella voz sobrenatural, todos nos quedamos desconcertados, pero después un locutor repitió solemnemente el rescripto imperial y se cortó la emisión; que la guerra había terminado, debió comprenderlo de forma más o menos vaga todo el mundo, pero nadie se atrevió a decirlo en voz alta, por miedo a las posibles represalias, hasta que el presidente de la asociación de vecinos, cuyo cabello ralo y canoso empezaba a despuntar, incipiente, en su cráneo rapado, dijo: "Eso significa que se ha proclamado la paz" y las palabras "proclamarse la paz" me evocaron la reconciliación de Ieyasu y Hideyori (2) en el castillo de Osaka en..., ¿fue en verano o en invierno?, no tenía la más mínima conciencia de derrota, estaba petrificado bajo el sol ardiente y debía estar muy excitado porque ni siquiera me di cuenta de que estaba empapado en sudor; en ese estado volví al refugio: "¡Mamá! ¡Parece que ya se ha acabado la guerra!", "¡Oh!, Así papá, ¿volverá a casa?", dijo primero mi hermana pequeña que se estaba despiojando el pelo con un peine; mi madre permaneció en silencio mientras se daba un masaje con talco en las delgadas rodillas y, sólo instantes después, dijo una única frase: "Habrá que tener cuidado."
"¡Oye! ¡Están arrojando algo, los B-29!", gritó mi hermana; yo estaba dentro, en el calor bochornoso del refugio e intentaba refrescarme soplándome el pecho, ¿otra vez bombas?, "¡Entra rápido, estúpida!", "¡Que no! ¡Que son paracaídas!", cuando saqué medrosamente la cabeza, anochecía; el monte Rokkô estaba teñido de los colores rojizos del atardecer que contrastaban con el azul profundo del cielo sobre el mar, allí donde se iba fundiendo la formación de tres b-29 que se alejaba; al levantar los ojos, justo sobre mí y extendiéndose hacia el oeste, innumerables paracaídas, magníficamente abiertos y solapados unos con otros, se deslizaban con una ligera inclinación, como con voluntad propia, hacia el oeste.
Sin duda por miedo, mi hermana se me había aferrado y yo la rodeé con mis brazos; nos agachamos como prevención, "¿Qué habrán tirado?", la voz me temblaba: la nueva bomba que habían arrojado sobre Hiroshima decían que era atómica y también que cayó en paracaídas, claro que, ¡cómo iban a arrojar tantas!»
(1) Extracto del rescripto imperial anunciando la rendición. Fue emitido por radio el día 15 de agosto de 1945 a mediodía y leído por el mismo emperador. Tanto la conmoción de oír su voz por primera vez, como la dificultad del lenguaje empleado hizo que su mensaje fuera incomprensible para la mayoría de los japoneses. (N. de los T.)
(2) Toyotomi Hideyori es hijo de Toyotomi Hideyoshi, unificador de Japón. Heredó de su padre el poder, pero lo perdió tras una batalla contra Tokugawa Ieyasu, convirtiéndose en un simple señor feudal de Osaka. A su vez, Tokugawa Ieyasu fundó el shogunato Tokugawa que continuaría hasta la época Meiji (1868). (N. de los T.)
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Acantilado, 2007, en traducción de Lourdes Porta y Junichi Matsuura. ISBN: 978-84-96489-86-8.]
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