«De la primera reunión de la comisión interdisciplinaria se puede decir de todo menos que haya transcurrido bien. La culpa, si el pesado término tiene aquí cabida, la tuvo el dramático memorando que los hogares del feliz ocaso entregaron al gobierno, en especial esa conminatoria frase que remataba, Antes la muerte, señor primer ministro, antes la muerte que tal suerte. Cuando los filósofos, divididos, como siempre, en pesimistas y optimistas, unos carrancudos, otros risueños, se disponían a recomenzar por milésima vez la agotadora disputa del vaso del que no se sabe si está medio lleno o medio vacío, disputa que, transferida para la cuestión que los había congregado, se acabaría reduciendo, con toda probabilidad, a un mero inventario de las ventajas o desventajas de estar muerto o de vivir para siempre, los delegados de las religiones se presentaron formando un frente unido común con el que aspiraban a establecer el debate en el único terreno dialéctico que les interesaba, es decir, la aceptación explícita de que la muerte era absolutamente fundamental para la realización del reino de dios y que, por tanto, cualquier discusión sobre un futuro sin muerte sería absurda además de blasfema, porque implicaría presuponer, inevitablemente, un dios ausente, por no decir desaparecido. No se trataba de una actitud nueva, el propio cardenal ya apuntó con el dedo el busilis que supondría esta versión teológica de la cuadratura del círculo cuando, en su conversación telefónica con el primer ministro, admitió, bien es verdad que con palabras mucho menos claras, que si se acabara la muerte no podría haber resurrección, y que sin resurrección no tendría sentido que hubiera iglesia. Así pues, siendo éste, pública y notoriamente, el único instrumento de labor de que dios parece disponer en la tierra para labrar los caminos que deberán conducir a su reino, la conclusión obvia e irrebatible es que toda la historia santa termina inevitablemente en un callejón sin salida. Este ácido argumento salió de la boca del filósofo pesimista de más edad, que no contento añadió a continuación, Las religiones, todas, por más vueltas que le demos, no tienen otra justificación para existir que no sea la muerte, la necesitan como pan para la boca. Los delegados de las religiones no se tomaron la molestia de protestar. Al contrario, uno de ellos, reputado integrante del sector católico, dijo, Tiene razón, señor filósofo, justo para eso existimos, para que las personas se pasen toda la vida con el miedo colgad
o al cuello y, cuando les llegue su hora, acojan la muerte como una liberación, El paraíso, Paraíso o infierno, o cosa ninguna, lo que pase después de la muerte nos importa mucho menos de lo que generalmente se cree, la religión, señor filósofo, es un asunto de la tierra, no tiene nada que ver con el cielo, No es eso lo que nos han habituado a oír, Algo tendríamos que decir para hacer atractiva la mercancía, Eso quiere decir que en realidad no creen en la vida eterna, Hacemos como que sí. Durante un minuto no habló nadie. El mayor de los pesimistas dejó que una vaga y suave sonrisa apareciera en su cara, con el aire de quien acaba de ver coronado de éxito un difícil experimento de laboratorio. Siendo así, intervino un filósofo del ala optimista, Por qué les asusta tanto que la muerte haya acabado, No sabemos si ha acabado, sabemos sólo que ha dejado de matar, que no es lo mismo, De acuerdo, pero, dado que la duda no está resuelta, mantengo la pregunta, Porque si los seres humanos no muriesen, todo estaría permitido, Y eso sería malo, preguntó el filósofo de más edad, Tanto como no permitir nada. Hubo un silencio. A los ocho hombres sentados alrededor de la mesa les había sido encomendado que reflexionasen sobre las consecuencias de un futuro sin muerte y que construyesen a partir de los datos del presente una previsión plausible de las nuevas cuestiones con que la sociedad tendría que enfrentarse, además, excusado sería decirlo, del inevitable agravamiento de las cuestiones antiguas. Mejor sería no hacer nada, dijo uno de los filósofos optimistas, los problemas del futuro, el futuro los resolverá, Lo malo es que el futuro es ya hoy, dijo uno de los pesimistas, tenemos aquí, entre otros, los memorandos elaborados por los llamados hogares del feliz ocaso, por los hospitales, por las agencias funerarias, por las compañías de seguros, y salvo el caso de éstas, que siempre encuentran la manera de sacar provecho de cualquier situación, hay que reconocer que las perspectivas no se limitan a ser sombrías, son catastróficas, terribles, exceden en peligros a todo lo que la más delirante imaginación pueda concebir, Sin ánimo de ser irónico, que en las actuales circunstancias sería de pésimo gusto, observó un integrante no menos reputado del sector protestante, me parece que esta comisión ya nació muerta, Los hogares del feliz ocaso tienen razón, antes la muerte que tal suerte, dijo el portavoz de los católicos, Qué piensan hacer, preguntó el pesimista de más edad, aparte de proponer la extinción inmediata de la comisión, como parece que ustedes desean, Por nuestra parte, iglesia católica, apostólica y romana, organizaremos una campaña nacional de oraciones para rogar a dios que providencie el regreso de la muerte lo más rápidamente posible a fin de ahorrarle a la pobre humanidad los peores horrores, Dios tiene autoridad sobre la muerte, preguntó uno de los optimistas, Son las dos caras de la misma moneda, a un lado el rey, al otro la corona, Siendo así, tal vez la muerte se haya retirado por orden de dios, En su tiempo conoceremos los motivos de esta probación, mientras tanto vamos a poner los rosarios a trabajar, Nosotros haremos lo mismo, me refiero a las oraciones, claro, no a los rosarios, sonrió el protestante, Y también sacaremos procesiones a las calles de todo el país pidiendo la muerte, de la misma manera que lo hicimos ad petendam pluviam, para pedir la lluvia, tradujo el católico, A tanto no llegaremos nosotros, esas procesiones no forman parte de las manías que cultivamos, volvió a sonreír el protestante. Y nosotros, preguntó uno de los filósofos optimistas con un tono que parecía anunciar su próximo ingreso en las filas contrarias, qué vamos a hacer a partir de ahora, cuando parece que todas las puertas se han cerrado, Para empezar, levantar la sesión, respondió el de más edad, Y luego, Seguir filosofando, ya que nacimos para esto, y aunque sea sobre el vacío, Para qué, Para qué, no sé, Entonces, por qué, Porque la filosofía necesita tanto de la muerte como las religiones, si filosofamos es porque sabemos que moriremos, monsieur de Montaigne ya dijo que filosofar es aprender a morir.»
o al cuello y, cuando les llegue su hora, acojan la muerte como una liberación, El paraíso, Paraíso o infierno, o cosa ninguna, lo que pase después de la muerte nos importa mucho menos de lo que generalmente se cree, la religión, señor filósofo, es un asunto de la tierra, no tiene nada que ver con el cielo, No es eso lo que nos han habituado a oír, Algo tendríamos que decir para hacer atractiva la mercancía, Eso quiere decir que en realidad no creen en la vida eterna, Hacemos como que sí. Durante un minuto no habló nadie. El mayor de los pesimistas dejó que una vaga y suave sonrisa apareciera en su cara, con el aire de quien acaba de ver coronado de éxito un difícil experimento de laboratorio. Siendo así, intervino un filósofo del ala optimista, Por qué les asusta tanto que la muerte haya acabado, No sabemos si ha acabado, sabemos sólo que ha dejado de matar, que no es lo mismo, De acuerdo, pero, dado que la duda no está resuelta, mantengo la pregunta, Porque si los seres humanos no muriesen, todo estaría permitido, Y eso sería malo, preguntó el filósofo de más edad, Tanto como no permitir nada. Hubo un silencio. A los ocho hombres sentados alrededor de la mesa les había sido encomendado que reflexionasen sobre las consecuencias de un futuro sin muerte y que construyesen a partir de los datos del presente una previsión plausible de las nuevas cuestiones con que la sociedad tendría que enfrentarse, además, excusado sería decirlo, del inevitable agravamiento de las cuestiones antiguas. Mejor sería no hacer nada, dijo uno de los filósofos optimistas, los problemas del futuro, el futuro los resolverá, Lo malo es que el futuro es ya hoy, dijo uno de los pesimistas, tenemos aquí, entre otros, los memorandos elaborados por los llamados hogares del feliz ocaso, por los hospitales, por las agencias funerarias, por las compañías de seguros, y salvo el caso de éstas, que siempre encuentran la manera de sacar provecho de cualquier situación, hay que reconocer que las perspectivas no se limitan a ser sombrías, son catastróficas, terribles, exceden en peligros a todo lo que la más delirante imaginación pueda concebir, Sin ánimo de ser irónico, que en las actuales circunstancias sería de pésimo gusto, observó un integrante no menos reputado del sector protestante, me parece que esta comisión ya nació muerta, Los hogares del feliz ocaso tienen razón, antes la muerte que tal suerte, dijo el portavoz de los católicos, Qué piensan hacer, preguntó el pesimista de más edad, aparte de proponer la extinción inmediata de la comisión, como parece que ustedes desean, Por nuestra parte, iglesia católica, apostólica y romana, organizaremos una campaña nacional de oraciones para rogar a dios que providencie el regreso de la muerte lo más rápidamente posible a fin de ahorrarle a la pobre humanidad los peores horrores, Dios tiene autoridad sobre la muerte, preguntó uno de los optimistas, Son las dos caras de la misma moneda, a un lado el rey, al otro la corona, Siendo así, tal vez la muerte se haya retirado por orden de dios, En su tiempo conoceremos los motivos de esta probación, mientras tanto vamos a poner los rosarios a trabajar, Nosotros haremos lo mismo, me refiero a las oraciones, claro, no a los rosarios, sonrió el protestante, Y también sacaremos procesiones a las calles de todo el país pidiendo la muerte, de la misma manera que lo hicimos ad petendam pluviam, para pedir la lluvia, tradujo el católico, A tanto no llegaremos nosotros, esas procesiones no forman parte de las manías que cultivamos, volvió a sonreír el protestante. Y nosotros, preguntó uno de los filósofos optimistas con un tono que parecía anunciar su próximo ingreso en las filas contrarias, qué vamos a hacer a partir de ahora, cuando parece que todas las puertas se han cerrado, Para empezar, levantar la sesión, respondió el de más edad, Y luego, Seguir filosofando, ya que nacimos para esto, y aunque sea sobre el vacío, Para qué, Para qué, no sé, Entonces, por qué, Porque la filosofía necesita tanto de la muerte como las religiones, si filosofamos es porque sabemos que moriremos, monsieur de Montaigne ya dijo que filosofar es aprender a morir.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Alfaguara, 2005, en traducción de Pilar del Río. ISBN: 84-204-6945-9.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: