Tercera sección
IV.-Rascacielos
Deportados
«La señora Cohen, una vieja toda encorvada, con la cara morena y cubierta de ronchas como una manzana reineta, está en pie junto a la mesa de la cocina con sus manos nudosas cruzadas sobre el vientre. Cimbrea las caderas mientras lanza un interminable torrente de reproches en yiddish a Anna, que, los ojos legañosos de dormir, está sentada delante de una taza de café.
-Más valiera que te hubieran estrangulao en la cuna o que hubieras nacido muerta... ¡Oh!, haber criado yo cuatro hijos para que ninguno salga bueno: revolucionarios, mujeres de la calle, vagabundos... Benny dos veces en la cárcel, y Sol, Dios sabe dónde, metiendo jaleo siempre, y Sarah la maldita, entregada al pecado, levantando las piernas en Minsky, y ahora tú, ¡así revientes!, haciendo la carrera por esas calles con un letrero a la espalda, ¡más que sinvergüenza!
Anna mojó un pedazo de pan en el café y se lo metió en la boca.
-Usté, mamá, no comprende nada -dijo con la boca llena.
-Comprender, comprender la prostitución y el pecado... ¿Por qué no atiendes a tu trabajo y cierras la boca, por qué no cobras tu paga tranquilamente? Tú solías ganarte tu buen dinerito y podías haberte casado decentemente antes de que te diera por perder la cabeza en los salones de baile con cualquiera. ¡Huy, que haya yo criado hijas en mi vejez que ningún hombre decente las querría!
Anna se levantó gritando:
-Eso no es cuenta de usté… Yo siempre he pagao mi parte de alquiler puntualmente. Usté cree que una mujer no sirve más que pa ser una esclava toda su vida y desgastarse los dedos trabajando... Yo creo otra cosa, ¿me oye? Conque cuidadito con chillarme más.
-¡Huy! ¿Así respondes a tu madre?... Si Salomón viviera te molería a palos. Más valiera que hubieras nacido muerta que replicar a tu madre como un hombre.. Lárgate deprisita antes que te deslome.
-Muy bien, me marcharé.
Anna echó a correr por el pasillo lleno de baúles y una vez en la alcoba se tiró sobre la cama. Las mejillas le ardían. Se quedó un rato tendida esforzándose en pensar. De la cocina llegaban los sollozos furiosos y monótonos de la vieja.
Anna se sentó en la cama. En el espejo frontero divisó su cara llena de lágrimas y su pelo todo alborotado. "Dios mío, qué visión", suspiró. Al ponerse en pie uno de sus talones pisó la trencilla de su vestido. El vestido se desgarró de golpe. Anna se sentó en el borde de la cama y lloró, lloró... Luego se puso a coser el rasgón cuidadosamente con puntaditas meticulosas. La costura la tranquilizó. Se encasquetó el sombrero, se empolvó la nariz copiosamente, se dio un poco de carmín en los labios, se puso el abrigo y salió. Abril probaba inesperados colores en las calles del Este. Una carretilla llena de piñas despedía una dulce y voluptuosa frescura. En la esquina encontró a Rose Segal y Lillian Diamond bebiendo coca-cola en un puesto.
-Anna, toma una coca con nosotras -la invitaron ellas.
-Si me la pagáis... Estoy pelada.
-¿Cómo, no te pagó la sociedad durante la huelga?
-Se lo di a la vieja... No sirvió de nada. Sigue regañando todo el santo día. Es demasiado vieja.
-¿No te has enterado de esos pistoleros que entraron en la tienda de Ike Goldstein y lo hicieron todo añicos? Lo machacaron todo con martillos y a él lo dejaron sin sentido encima de un montón de telas.
-¡Qué horror!
-Bien hecho.
-Pero no han debido destrozar las cosas así. Después de todo, nosotras nos ganamos la vida lo mismo que él.
-Bonita vida... Yo estoy media muerta -dijo Anna dejando de golpe el vaso vacío sobre el mostrador.
-¡Eh! -dijo el del puesto-, cuidadito con los cacharros.
-Pero lo peor fue -continuó Rose Segal- que mientras peleaban en la tienda de Goldstein, salió un hierro por la ventana, desde el piso noveno, y mató a un bombero que pasaba en un camión. Quedó muerto en medio de la calle.
-¿Pa qué hicieron eso?
-Algún fulano que se lo tiraría a otro y salió por la ventana.
-Y mató al bombero.
Anna vio a Elmer que se les acercaba por la avenida, con las manos hundidas en los bolsillos de su deshilachado gabán. Dejó a sus dos amigos y salió a su encuentro.
-¿Ibas pa casa? No vayamos, porque la vieja está que echa humo... ¡Si pudiera meterla en las Hijas de Israel!... No puedo aguantarla más.
-Entonces vamos a la plaza a sentarnos -dijo Elmer-. ¿No sientes la primavera?
Ella lo miró con el rabillo del ojo.
-¿Cómo no? Oh, Elmer, quisiera que esta huelga acabase... Me vuelvo loca de no tener ná qué hacer en to el día.
-Pero, Anna, la huelga es la gran ocasión del obrero, la universidad del obrero. Te da lugar pa estudiar, leer, ir a la Biblioteca Pública.
-Tú siempre dijiste que en dos o tres días acabaría y, además, ¿de qué sirve?
-Cuanto más educao es uno más útil es a su clase.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Seix Barral, 1984, en traducción de José Robles Piquer. ISBN: 84-322-2007-8.]
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