martes, 9 de abril de 2019

Efluvios cordiales de un monje amante del arte.- W.H. Wackenroder (1773-1798) y L. Tieck (1773-1853)


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Algunas palabras sobre generalidad, tolerancia y filantropía en el arte

«El Creador, que hizo nuestra tierra y todo lo que está sobre ella, la abarcó con su mirada y vertió el río de su bendición sobre todo el orbe.  Desde su misterioso taller, esparció sobre nuestro globo miles de semillas de cosas infinitamente diversas, que dan frutos infinitamente distintos y que brotan rápidamente en su honor en el jardín más grande y colorido. Maravillosamente guía su sol en círculos medidos en torno al globo terráqueo, de forma que sus rayos lleguen a la tierra desde miles de direcciones, sacando el jugo y exprimiendo en cada latitud, en forma de creaciones diferentes, el vigor de la tierra.
 Con ojo ecuánime se fija en un gran momento sobre la obra salida de sus manos y recibe con complacencia la ofrenda de toda su naturaleza, tanto viva como inerte. El rugido del león le es tan agradable como el mugido del reno, y el aloe le huele tan bien como la rosa y el jacinto.
 También el hombre ha salido de su mano creadora en miles de formas diferentes: los hermanos de una casa no se conocen y no se entienden, hablan diferentes idiomas y se asombran de los demás, pero Él los conoce a todos y se alegra de todos y con ojo ecuánime se fija sobre la obra de sus manos y recibe la ofrenda de toda la naturaleza.
 De forma diversa escucha las voces de los hombres hablar unas con otras de las cosas divinas y sabe que todas -todas, aun en contra de su conciencia y voluntad- se refieren, sin embargo, a Él, el innombrable.
 Así escucha también cómo el sentimiento íntimo del hombre habla diferentes idiomas en diferentes zonas y en diferentes épocas, y oye cómo discuten entre ellos y no se entienden; pero, para el espíritu eterno, todo se resuelve en armonía. Sabe que cada uno habla el idioma que ha creado para él, que cada uno expresa su fervor como puede y debe; y cuándo, en su ceguera, ellos se pelean unos con otros. Él sabe y reconoce que cada uno tiene su razón y mira con complacencia a todos y cada uno, alegrándose de la viva mezcla.
 Arte es nombrar la flor del sentimiento humano. Se eleva, con forma eternamente cambiante, desde las más variadas zonas de la tierra hacia el cielo y esa semilla exhala un único aroma hacia el padre común, que sostiene en su mano el globo terráqueo y todo lo que hay en él.
 Él ve en cada obra de arte, en todas las zonas de la tierra, la huella de la chispa celestial que, habiendo salido de sí mismo, se ha transmitido mediante el corazón del hombre hasta sus más ínfimas creaciones, devolviendo su resplandor al gran Creador. Le es tan grato el templo gótico como el templo del griego, y la ruda música de guerra de los salvajes se le hace un sonido tan agradable como los coros artísticos y los cantos litúrgicos.
 Y cuando, a través del inconmensurable espacio del cielo, retorno desde Él, el infinito, a la tierra y busco entre mis hermanos, ¡ah!, entonces he de lamentarme en alta voz de que apenas aspiren a parecerse a su eterno gran ejemplo del cielo. Riñen entre ellos y no se entienden y no ven que todos persiguen los mismos fines, porque todos permanecen aferrados en su posición, con pie fijo, y son incapaces de alzar sus ojos y dominar el conjunto con la vista.
 Los hombres estúpidos no comprenden que en nuestro globo terráqueo haya antípodas y que ellos mismos sean antípodas. Creen que el sitio en el que están es el centro de gravedad del mundo, y su espíritu carece de alas para sobrevalorar todo el globo y abarcar con una sola mirada la totalidad que existe independientemente de ellos.
 Asimismo, consideran su sentimiento el centro de la belleza en el arte y emiten, como si fuesen un tribunal, sentencia firme sobre todo, sin darse cuenta de que nadie los ha nombrado jueces y de que quienes son juzgados por ellos pudieran erigirse también en jueces.
 ¿Por qué no condenáis al indio por hablar indio y no nuestro idioma?
 ¿Y en cambio queréis condenar a la Edad Media por no construir templos como los de Grecia?
 ¡Oh, presentid más bien las almas ajenas y notad que habéis recibido los dones espirituales de la misma mano que vuestros desconocidos hermanos! Entended que cada ser sólo puede hacer salir de sí creaciones con las fuerzas que ha recibido del cielo y que todas sus producciones han de ser a su imagen y semejanza. Y aun cuando no os sintáis dentro de los demás, ni seáis capaces de sentir sus obras a través de su corazón, intentad siquiera alcanzar indirectamente esta convicción, mediante las cadenas de conclusiones del entendimiento.
 Si la mano que siembra hubiese hecho caer del cielo la semilla de tu alma sobre los desiertos africanos, hubieses predicado por doquier que la brillante negrura de la piel, la cara ancha y chata y los pelos cortos y rizados son parte sustanciales de la belleza suprema y te hubieses burlado del primer hombre blanco, o incluso lo hubieses odiado. Si tu alma hubiese crecido algunos cientos de millas más al este, en el suelo de la India, sentirías entonces en sus diminutos y extraños ídolos de múltiples brazos ese espíritu secreto que, oculto a nuestros sentidos, late en ellos y, si vieras la estatua de la Venus de los Médici, no sabrías qué pensar de ella. Y si Aquél, en cuyo poder estabas y estás, quisiera lanzarte entre las hordas de insulares sureños, encontrarías, en ese redoble de tambor salvaje y en los rudos y estridentes golpes de su melodía, un profundo sentido del que ahora no comprendes ni una sílaba. ¿Habrías recibido en cualquiera de estos casos el don de la creación o el don del disfrute del arte de alguna otra fuente distinta que de la eterna y universal, ésa a la que tú debes todos tus tesoros?
 Los conocimientos elementales de la razón obedecen a las mismas leyes en todas las naciones de la tierra y se aplican ora a algo infinitamente grande, ora a un más reducido campo de objetos. De forma similar, el sentimiento artístico no es sino un rayo de luz celestial, sólo que el cristal de la sensualidad, pulido de múltiples formas en diferentes zonas de la tierra, lo refracta en miles de colores diferentes.
 Belleza: ¡palabra maravillosamente extraña! ¡Inventad primero nuevas palabras para cada sentimiento artístico, para cada obra de arte! En cada una de ellas interviene un color distinto y para cada una de ellas han sido creados nervios distintos en el edificio del hombre.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de KRK Ediciones, 2008, en traducción de Héctor Canal. ISBN: 978-84-8367-093-4.]

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