Argumento de la XXIII Cena
«Elicia: Madre, bien dizen échate a enfermar y sabrás quién te quiere bien y quién te quiere mal. Que he aquí donde viene Areúsa y cuán desahilada viene.
Areúsa: ¿Qué es esto, madre? Que toda vengo sin huelgo, cuando me dixeron que te havían visto venir depriessa, tú y mi prima, y que quedávades en Santa Clara.
Celestina: A la fe, hija, los malhechores no es cosa nueva andar por iglesias. ¿Parécete que estoy bien librada, al cabo de mi vejez andar en tales passos?
Areúsa: ¡Ay, madre! ¿Qué ha sido esto?; que desde la calle del Arcediano vengo los chapines en las manos por venir más apriessa.
Elicia: ¿Y cómo, prima, y tú no lo sabes?
Areúsa: No sé más de cómo os vieron venir, como quien viene a ganar beneficio.
Elicia: ¡Ay, prima! Si tú huvieras visto en la escarapela que nos hemos visto, más con razón dixeras lo que dizes.
Areúsa: ¿Y qué escarapela?
Celestina: ¡Qué dimonios de escarapela! Que no fue nada, hija, sino que una borracha vino a mi casa y no sé qué deshonestidades me dixo y quebréle una rueca en los cascos, y dixéronnos que dava quexa; y yo havía de venir aquí a rezar ciertas devociones y traxe conmigo a tu prima; que ni hay por qué estar aquí y todo no fue nada.
Elicia: ¡Osadas, madre, que no fue nada! Por tu vida, prima, que sobre echalle los tocados en el suelo con la cavellera, los chapines le deshize a chapinazos y las orejas le desé medio arrancadas; y dize mi tía que no fue nada.
Celestina: Alacé, hija, no fue nada, pues no dexó allí las narizes y aun la vida, según lo que merescía.
Areúsa: ¿Y quién era la señora?
Elicia: Por cierto, vergüença es de dezillo por no ensusiar mi boca en nombralla, como ensuzié mis chapines en castigalla. Hi, hi, hi.
Areúsa: ¿Y de qué te ríes?
Elicia: De que no puedo dexar de reírme, de ver la borracha cómo venía, con sus guedejitas a los lados y sus dos dedos de color mal puesta en las mejillas, que no parecía sino unas santas viejas mal envernizadas, y cuando no me cato vila con su motila defuera y los cabellos rubios, sin tocas, por esse suelo, pisados de cuantos allí andavan.
Areúsa: ¿Y quién era ella?
Elicia: ¿Quién diablos podía ser, sino aquella rameruela borracha de Palana?
Elicia: ¿Quién diablos podía ser, sino aquella rameruela borracha de Palana?
Celestina: ¡A osadas, no, noramaças, rameruela! ¡Llámola yo rameraza y más que rameraza!
Areúsa: ¿Quién, Palana, la cantonera de cuatro maravedís, que bive a la cal nueva?
Elicia: Essa misma y no otra. Y aquí viene Centurio que la conocerá mejor.
Areúsa: ¡En el nombre del padre y del Hijo y Espíritu Sancto! ¿Y dónde estava vuestro seso cuando en tal puerca ensuziávades las manos? A tal borracha mandalla matar a palos a dos azemileros.
Elicia: ¡Ay, prima! ¿Y cómo dizes esso? Y aun, pardiós, paciencia nos puso ella para aguardar esso.
Centurio: ¡Oh, despecho de la condición! ¿Y qué ha sido lo que ha passado? Que reniego de la leche que mamé, si no preciara más llegar a tiempo que cuanto tengo, para cortar el gesto a aquella borracha vellaca de Palana.
Elicia: Y tú, señor, ¿has sabido lo que fue?
Centurio: ¿Qué fue? Fue que, juro a la santa letanía, que no he dexado botica en todo el burdel que no he buscado aquella vellaca; y aun boto al santo martilojo, que este guante de malla me calcé para dalle dos pares de bofetones, por no ensuziar las manos en aquella puerca, que las tales no se han de castigar sino de pomo de espada o tanto del bofetón de guante, hasta hazella escopir la malla a bueltas de las muelas y dientes.
Elicia: ¿Dónde los supiste, señor?
Centurio: ¡Déxame, pesar de los moros, que estoy para me ahorcar! ¿Y tú, madre, havías de poner manos en tal borracha?
Celestina: Hijo, por tu vida, que me hizo salir de seso; que bien veo que fue desatino, una muger como yo ponerme a castigar tal puerca.
Centurio: ¿Burlando dizes desvarío? Ora sus, sus, no se hable más en esto, que ello se hará lo que se ha de hazer, para castigo de una y escarmiento de muchas tales vellacas, borrachas, puercas, suzias, estableras, como aquéllas y otras tales.
Elicia: Yo te certifico, señor, que ella queda bien castigada de mis manos.
Centurio: Ora, que ello se hará lo que se ha de hazer; no se hable más en ello, que he aquí donde viene el señor Felides; acá deve de venir.
Celestina: Deve de haver sabido lo que passa y, mal pecado, como yo fui muy querida de la señora Sevilla, viéneme a visitar y ver lo que he menester, que para esto son los buenos en el lugar. Mi señor Felides, bien dize el proverbio, échate a enfermar, y sabrás quién te quiere bien o quién te quiere mal, bien empleado es el servicio en tales personas donde las mercedes no tienen descuido en todo tiempo.
Felides: ¿Qué ha sido esto, madre? Que en saliendo de mi casa me dixeron no sé qué, y derecho he venido a ver lo que mandas.
Celestina: Señor, no fue nada, ¿qué havía de ser, sino cosas de mugeres? Mas, a osadas, hijo Pandulfo, que nos ha costado caro dos vezes que en mi casa has entrado, que la fama que hemos sacado, en el dedo la ataremos.
Pandulfo: Señora, dissimularas tú con aquella puerca y dixérasmelo, que yo la castigara como ella merecía.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1988, en edición de Consolación Baranda, pp. 351-355. ISBN: 84-376-0757-4.]
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