martes, 30 de abril de 2019

Mecanoscrito del segundo origen.- Manuel de Pedrolo (1918-1990)


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6.-¿Es Alba la madre de la humanidad actual?

«Como algunos lectores ya saben y otros ignoran, el primer ejemplar del Mecanoscrito del segundo origen fue descubierto hace ahora cuatro mil doscientos dieciocho años por un erudito hoy prácticamente olvidado, Eli Raures, que lo retuvo sin publicar, hasta que al cabo de treinta y cuatro años una segunda copia de la obra cayó en manos de Olguen Dalmasas, un anticuario que, poco antes, lo había adquirido en un lote de objetos procedentes de la liquidación de los bienes de una familia campesina. Contra el parecer general, quiso ver en él una crónica, diario o memorias de uno de los escasos supervivientes de la gran catástrofe que, por motivos hasta entonces desconocidos, estuvo a punto de aniquilar totalmente la vida humana de nuestro planeta. Raures, que cuando se produjo este segundo hallazgo ya debía de tener ochenta años, sostenía que se trataba de una de tantas obras de aquello que los antiguos llamaban ciencia ficción, con la única particularidad de que ésta nos había llegado de forma mecanoscrita; el autor, argumentaba, había intentado resucitar un género que en aquellos momentos ya no tenía aceptación. Según él, el procedimiento Brau/Sorfa de datación, al cual había sometido al mecanoscrito (papel, tinta, tipo de letra), demostraba que el texto no era anterior a TT/1200.
 Durante la controversia entre los dos hombres, Dalmasas sostuvo: a) que la división del mecanoscrito en cuadernos hacía pensar que se trataba de la transposición de una obra anterior, probablemente manuscrita; en ese caso, las fechas que proporcionaba la datación Brau/Sorfa no afectaban a la antigüedad del texto; b) que el texto pretendía fundamentar de una manera suficientemente específica la denominación cronológica que ahora es la nuestra; c) que la escritura era demasiado ingenua a todos los niveles como para pertenecer a un profesional; y d) que se recogían, en forma de presente histórico, una serie de hechos que, más o menos desnaturalizados, nuestra civilización conserva en forma de leyendas o mitos.
 Eli Raures, que dejó de lado el argumento de la datación, quizá también porque le pareció lógico el que aquella división de los capítulos hiciera mención a un texto más antiguo, escrito a mano en distintos cuadernos, fue capaz de citar toda una retahíla de obras de ciencia ficción tan ingenuas o más, y se encogió de hombros ante los otros dos argumentos; el autor, dijo, no tenía ningún mérito "fundando" una datación que ya existía, y de la cual únicamente pretendía dar una explicación fantasiosa, ni buscando un origen arbitrario a aquellos mitos y leyendas sobre el origen que nutren nuestro folklore.
 Este criterio, quizá porque el texto ofendía a algunos tabúes de nuestra sociedad que aún hoy conservan su fuerza, fue el que prevaleció. Y es así como, bajo la etiqueta de "novela de ciencia ficción", el Mecanoscrito del segundo origen ha pasado a nuestros manuales y se ha editado, a intervalos espaciados, once veces más.
 Pero ahora, en TT/7138, estamos mejor informados. Lo estamos, concretamente, desde el año pasado, cuando los galaxonautas de nuestro último programa Alfa 3 descubrieron un planeta, ahora bautizado como Volvia, totalmente desierto, y en el cual aún quedan rastros de una civilización de tipo humanoide altamente evolucionada. Nuestros científicos han encontrado allí fragmentos de máquinas que podrán corresponder perfectamente a los platillos volantes o aviones mencionados en el mecanoscrito; y más importante y decisivo, han recogido allí unas placas de un metal prácticamente indestructible idénticas a las que encontramos citadas en nuestro texto. Igualmente importante es la existencia, en Volvia, de extensos archivos conservados en hojas del mismo metal, escritos con un llamémosle alfabeto que únicamente conoce varias formas de líneas y puntos. Todo esto es del dominio público.
 En cambio, no lo es el que los primeros resultados, aún parciales y sujetos a revisión, del trabajo de descifrado al que se dedican nuestros hombres de ciencia parecen señalar, entre otras cosas, dos puntos que nos interesan particularmente en relación con el mecanoscrito: una enfermedad epidémica de origen desconocido, que los médicos de Volvia no podían controlar, se iba extendiendo hace unos 8.000 años por el planeta y amenazaba con exterminar a todos sus habitantes, los cuales, y éste es el segundo punto que señalar, emprendieron una expedición ultragaláctica con vistas  a localizar otro planeta que reuniera unas condiciones ambientales semejantes al suyo y al que pudieran emigrar y, si podían, salvar la raza. Y siempre según esta interpretación, que, repetimos, no es definitiva, encontraron tres; uno de ellos, no hay duda, fue la Tierra. Pero estos planetas, o al menos el nuestro, estaban habitados y era necesario limpiarlos antes de poder instalarse en ellos.
 El procedimiento, que confirma los datos de nuestro texto, nos es muy familiar desde el conflicto bélico de TT/6028-30, cuando por primera vez uno de los contendientes descubrió y utilizó el sistema Grac/D, desde entonces prohibido, y gracias al cual aniquiló simultáneamente dos ciudades, Romana y Nuclis. Resulta claro que los habitantes de Volvia disponían ya de él unos cuantos miles de años antes, si bien no tan perfeccionado tal vez, puesto que las vibraciones microestructurales que utilizaron no eran lo bastante potentes como para destruir los edificios de raíz; sí lo eran, en cambio, para provocar el conocido colapso cardíaco que, en Romana y Nuclis, no dejó ni a una persona con vida. Por otra parte, es sabido que estas vibraciones únicamente pueden propagarse en un medio de una densidad más o menos homogénea, y por lo tanto no pueden comunicarse, por ejemplo, del aire al agua.
 Los volvianos, hemos dicho, querían instalarse en la Tierra. Pero no lo hicieron. ¿Por qué? Ahora entramos en el terreno de las conjeturas. Una de dos: o bien la epidemia progresó más rápidamente de lo que habían previsto, o bien prefirieron, en último extremo, emigrar a otro de los planetas que tenían en perspectiva. Si es esto último, un día lo sabremos; es inevitable que, tarde o temprano, nuestros galaxonautas acaben por encontrarlos.
 Todos estos datos, ignorados, naturalmente, cuando el erudito y el anticuario discutían entre sí, tienden a dar al Mecanoscrito del segundo origen la proyección histórica que, con una intuición tan acertada, pretendía Olguen Dalmasas. Es cierto que nunca se han encontrado ni los supuestos cuadernos originales ni el alma mortífera arrebatada a una criatura ajena a la Tierra, pero esto no puede sorprendernos; no es un argumento contra la autenticidad del mecanoscrito. Como tampoco es una prueba a favor el que actualmente perdure, todavía, el apellido Clarés.
 La obra, pues, fue escrita probablemente por uno de los pocos supervivientes del ataque de los habitantes de Volvia, por esa Alba que, con su compañero, pensó inmediatamente en salvar los archivos del saber humano, los libros, y en asegurar la continuidad de nuestra especie. Es hora, nos parece, de preguntarnos seriamente si Alba no será la madre de la humanidad actual. Nosotros nos inclinamos a afirmarlo. Tenía que ser alguien con un temple como el suyo.
                                                                                                                              El Editor.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1998, en traducción de Domingo Santos. ISBN: 84-226-7014-3.]

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