lunes, 1 de abril de 2019

Filosofía básica.- Nigel Warburton (1962)

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Capítulo III.- La política
Desobediencia civil

«Pero, ¿es moralmente aceptable vulnerar las leyes? En esta parte, nos ocuparemos de un tipo particular de transgresión que aduce razones morales: la desobediencia civil.
 Las personas que no aceptan ninguna justificación para vulnerar las leyes, cualquiera que sea la circunstancia, piensan que si uno no está de acuerdo con la ley lo que tiene que hacer es intentar cambiarla empleando los cauces legales, organizando campañas, escribiendo cartas, etc., pero en muchos casos esta protesta  legal resulta completamente inútil, de ahí la aparición del concepto de desobediencia civil. La ocasión que la justifica se produce cuando una parte de la población se siente obligada a obedecer normas o programas políticos gubernamentales que considera injustos.
 La desobediencia civil ha producido cambios muy profundos tanto en la política como en la legislación de algunos países. Uno de los ejemplos más famosos es el movimiento sufragista británico, que consiguió dar publicidad a su lucha por el voto femenino a través de una campaña de desobediencia pública, en la que, por ejemplo, las manifestantes se encadenaban a las verjas de los edificios. La emancipación limitada se consiguió en 1918, con la concesión del voto a las mujeres mayores de treinta años, en parte, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, pero el movimiento sufragista desempeñó un papel muy importante en el proceso que condujo al cambio de una ley injusta que impedía la participación de las mujeres en unas elecciones supuestamente democráticas.
 Mahatma Gandhi y Martin Luther King fueron dos apasionados partidarios de la desobediencia civil. La protesta ilegal pero no violenta de Gandhi influyó profundamente en el proceso que condujo al fin de la soberanía británica y a la consiguiente independencia de la India. En cuanto a Martin Luther King, su reto a los prejuicios raciales con métodos muy parecidos a los de Gandhi contribuyó a garantizar los derechos civiles más elementales a los negros americanos de los estados del sur.
 Encontramos otro ejemplo de desobediencia civil en la negativa de algunos estadounidenses a luchar en la guerra de Vietnam cuando el Estado los llamaba a filas. Algunos se opusieron argumentando que cualquier forma de matar les parecía inmoral y que preferían quebrantar las leyes que exponerse a quitar la vida a otro ser humano. Otros no se oponían a la guerra por principio, sino a esa guerra que les parecía injusta, porque agredía injustificadamente a la población civil. Cuando la oposición pública a la guerra, espoleada por las campañas de desobediencia civil, se extendió por todo el país, los Estados Unidos tuvieron que retirarse de Vietnam.
 La desobediencia civil es una conducta pública ilegal y pacífica, que pretende llamar la atención sobre ciertas leyes o ciertas políticas gubernamentales injustas. Aquellos que actúan dentro de esa tradición no quebrantan las leyes sólo por interés personal, sino para dar la máxima publicidad a su causa, por eso se realiza siempre en público, preferiblemente con la presencia de la prensa, los fotógrafos y las cámaras de televisión. Por ejemplo, un joven estadounidense que hubiera tirado su cartilla militar para abandonar el ejército durante la guerra de Vietnam, sencillamente por cansancio y por temor a perder la vida, no habría realizado un acto de desobediencia civil. En ese caso estaríamos ante un acto de supervivencia. Y si hubiera actuado de la misma forma, no por su seguridad personal, sino por razones morales, pero en privado, sin dar ninguna publicidad a su gesto, tampoco podríamos hablar de desobediencia civil. Por el contrario, si hubiera quemado su cartilla en público, mientras las cámaras de televisión grababan sus declaraciones sobre el carácter inmoral de la intervención americana en Vietnam, habría realizado un acto típico de desobediencia civil.
 La finalidad de este tipo de acciones es, en última instancia, cambiar las leyes o los programas políticos, nunca desestabilizar la legalidad por completo. Los que actúan dentro de la tradición de la desobediencia civil suelen evitar los actos violentos, no sólo por preservar el prestigio  de su causa y evitar una escalada de represalias que agravara el conflicto, sino, sobre todo, porque la justificación de su acto es de índole moral y la mayor parte de los principios morales sólo permiten agredir a otras personas en situaciones tan absolutamente extremas como la defensa propia.
 Otros luchadores por la libertad, o terroristas (cada cual los denominará según sus simpatías), utilizan medios violentos para lograr fines políticos. Ellos, como los participantes en actos de desobediencia civil, desean cambiar un estado de cosas, no por interés personal, sino por lo que consideran un bien común, pero difieren en los métodos elegidos para propiciar un cambio.

Crítica a la desobediencia civil
 No es democrática

 Un acto de desobediencia civil que se produjera en una democracia, en cualquiera de sus formas, podría parecer antidemocrático, pues si la mayoría de los representantes políticos, democráticamente elegidos, han decidido la pertinencia de una determinada ley, desobedecerla podría parecer una protesta contra el espíritu de la democracia, especialmente cuando los participantes en el acto representan sólo a una pequeña parte de la población. El hecho de que todos soportemos leyes que no nos gustan es, sin duda, un precio que hay que pagar por vivir en un Estado democrático; en consecuencia, si la desobediencia civil obtuviera el resultado apetecido daría a unos cuantos el poder de cambiar la opinión de la mayoría, y esto es profundamente antidemocrático. Ahora bien, si no se lograra ningún resultado, no merecería la pena tenerla en cuenta. Desde esta perspectiva, sería, o bien un acto antidemocrático, o bien un acto trivial.
 Contra esta opinión, podría objetarse que los actos de desobediencia civil tienen por objetivo ciertas decisiones gubernamentales profundamente inmorales.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2012, en traducción de Pepa Linares. ISBN: 978-84-376-3070-0.]

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