lunes, 27 de octubre de 2014

"La situación humana". Aldous Huxley (1894-1963)

   

       Guerra y nacionalismo

"Probablemente valga la pena comenzar con algunas palabras sobre la guerra y el nacionalismo en el contexto más abstracto y general de la biología y la semántica. A menudo oímos decir que la guerra es inevitable porque el hombre es un animal belicoso, pero biológicamente hablando, la guerra -un conflicto entre grupos organizados de miembros de la misma especie- es un fenómeno muy raro. Hay, por supuesto, un continuo apresarse de una especie a la otra, pero en realidad hay sólo dos especies de seres en lucha: una es la hormiga cosechadora y la otra es el ser humano. Estas dos criaturas tienen en común la institución de la propiedad. Cuando los miembros de un hormiguero determinado almacenan grandes cantidades de substancias alimenticias, los de un hormiguero vecino lo invaden con verdaderos ejércitos y luchan por la posesión de aquellas substancias alimenticias. A pesar de que las hormigas cosechadoras carecen de un lenguaje y por ende de un sistema conceptual de principios o nociones éticas, esas guerras pueden durar mucho tiempo. Se ha observado que algunas duran tanto como cinco o seis semanas, una lucha muy larga tratándose de un animal carente de sistema lingüístico.
   El ser humano, cuando emprende una guerra, puede seguirla mucho tiempo más que la hormiga precisamente porque posee un lenguaje y un sistema conceptual. Cuando la pasión del momento se ha calmado, podemos seguir luchando y matando  porque nuestros conceptos, nuestros principios, nuestros imperativos categóricos, nos estimulan a hacer lo que creemos que debemos hacer. Esto nos recuerda la frase de Matthew Arnold: "Tareas deseadas en horas de clarividencia pueden ser cumplidas en horas de tristeza". No sólo podemos aplicar esa frase a las tareas positivas, tareas que podríamos considerar constructivas, tareas deseadas en horas de clarividencia, sino también, por desgracia, a las tareas deseadas en horas de pasión y de prejuicio y que son, a menudo, de profunda naturaleza destructiva.
   Debido a que poseen un sistema de símbolos que les permite formular ideales e imperativos categóricos, los seres humanos son capaces de alcanzar tanto la santidad como la pura perversidad -persistir en el más alto nivel de caridad y comprensión, como en el más bajo nivel de perversidad y locura. El animal no puede ser jamás ni ángel ni santo, ni loco ni demonio, puesto que vive por así decirlo en una condición de intermitencia. Esto se puede observar cuando dos perros pelean; empezarán con un tremendo frenesí y luego, súbitamente, uno de ellos se sentará y se pondrá a rascarse las pulgas y ambos se olvidarán por completo de la pelea. Pero, para los seres humanos, esto es imposible porque tienen motivos para pelear; tienen palabras que dicen que pelear está bien para ellos; tienen imperativos categóricos por los cuales su deber es pelear y no escaparse.
   El conflicto -no la guerra- es frecuente entre miembros de la misma especie. Pero la selección natural ha tenido sumo cuidado de que el conflicto entre animales de la misma especie rara vez llegue a la conclusión fatal. Siempre hemos creído que el lobo es un animal peculiarmente siniestro y feroz. En realidad, como han observado los naturalistas -encontrarán ustedes un informe completo al respecto en el libro de Konrad Lorenz El anillo del Rey Salomón-, los lobos nunca se pelean a muerte. El lobo que siente que lo van a vencer expone de tal manera el cogote a su adversario, que si el adversario se lo propone puede cortarle inmediatamente la yugular y matar a su enemigo [...] Y es interesante observar que el mandato de ofrecer la otra mejilla, muy rara vez practicado por los seres humanos, es constante e indistintamente practicado por los lobos.
   La guerra, que puede ser descrita como un conjunto culturalmente condicionado de circunstancias basado en la condición natural de conflicto, es precisamente lo opuesto de lo anterior porque consiste en llevar el conflicto organizado al límite de destrucción, y no es instintiva. [...]
  Los sistemas de símbolos humanos condicionan la guerra, y el que corresponde a nuestra vida moderna es el nacionalismo. Podemos decir que el nacionalismo es una suerte de teología -un sistema de conceptos e ideales y mandamientos éticos- basado en nuestro apego natural e instintivo a nuestro lugar de origen y a las personas que nos son familiares, pero extendida, mediante nuestra capacidad de abstracción y generalización, más allá de nuestro afecto general por la tierra nativa y la gente con que estamos familiarizados. El nacionalismo utiliza todos los recursos de la educación para crear una lealtad artificial hacia lugares que el individuo no conoce bien y hacia gente que no ha visto jamás". 


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