"Era dueño de mí; podía y debí erigirme en artífice de mi nuevo destino, en la medida que la Fortuna habíase dignado concederme. "Y, ante todo -decíame a mí mismo-, seré celosísimo de mi libertad: la sacaré a paseo por caminos llanos y siempre nuevos, y jamás la cargaré con vestiduras gravosas. Cerraré los ojos y pasaré de largo en cuanto el espectáculo de la vida me resulte desagradable. Procuraré habérmelas más bien con las cosas que se suelen llamar inanimadas y me echaré a la búsqueda de hermosos panoramas y de parajes plácidos y amenos. Poco a poco me iré dando a mí mismo una educación nueva; me transformaré con amoroso y paciente estudio, de forma que a lo último pueda decir, con razón, no sólo que he vivido dos vidas sino que he sido dos hombres".
[...]
-¡La conciencia! Pero si la conciencia no sirve para maldita la cosa, amigo mío. La conciencia como guía no puede ser bastante. Lo sería quizá si fuere castillo en lugar de ser plaza, por decirlo así; esto es, si pudiésemos llegar a concebirnos aisladamente y no estuviera ella, como lo está, abierta al prójimo. Según yo, en la conciencia existe una relación esencial...; sí señor, esencial, entre mí que pienso y los demás seres que yo pienso. De donde resulta que no hay ningún absoluto que se baste a sí mismo. ¿Me explico bien? Cuando los sentimientos, las inclinaciones, los gustos de aquellos otros seres que yo pienso no se reflejan en mí o en ella, no podemos sentirnos ufanos ni tranquilos ni alegres; tan cierto es que todos nosotros luchamos para que nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras inclinaciones y nuestros gustos se reflejen en la conciencia de los demás. Y si no sucede tal cosa, porque... digámoslo así, el ambiente del momento no se presta a transportar y hacer florecer, amigo mío, los gérmenes..., los gérmenes de su idea de usted en la mente del prójimo, usted no puede decir que le basta con su conciencia. ¿Para qué le basta? ¿Para vivir usted solo? ¿Para consumirse en la sombra? ¡Ca!, amigo mío, ¡ca! Oígame: yo odio la Retórica, esa tía vieja, embustera y fanfarrona, lechuza con antiparras. Seguramente ha sido ella la autora de esta hermosa frasecita tan echada hacia delante: Con mi conciencia me basta. ¡Sí! Ya Cicerón dijo: Mea mihi conscientia pluris est quam hominum sermo. Pero Cicerón, digámoslo francamente, está muy bien en punto a elocuencia; mas... ¡Dios nos libre, amigo mío! Resulta tan pesado como un estudiante de violín.
Me lo hubiera comido a besos. Sólo que mi simpático hombrecito no quiso seguir adelante en sus ingeniosos y conceptuosos razonamientos de que acabo de daros una muestra".
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