viernes, 7 de noviembre de 2014

"La definición del arte". Umberto Eco (1932)


 

  "Stephen Dédalus, que no en vano se había educado en los jesuitas y se sentía, por lo tanto, muy atraído por la casuística, se planteaba problemas del tipo de "¿es válido el bautismo con agua mineral?", o bien "¿si se roba una libra esterlina y a partir de ella se hace una fortuna, hay obligación de devolver la fortuna entera?". Y aplicando su mentalidad casuística a la estética se preguntaba: "si un hombre que desmenuza en un arrebato de furia un pedazo de madera logra esculpir en ella la imagen de una vaca, ¿esta imagen es una obra de arte? Y si no lo es, ¿por qué?".
   El problema de la obra de arte casual coincide, si bien se considera, con el del valor estético del objeto encontrado: si un hombre que camina por un bosque encuentra en el suelo una raíz de árbol que se parece a una vaca -y como tal la recoge y la muestra a sus amigos- ¿esta "vaca" es una obra de arte o no?
  [...] ¿Qué diferencia existe entre realizar una obra de arte y descubrir algo que parece -que podría ser- una obra de arte?
  La respuesta sólo puede venir a través de un análisis del proceso interpretativo de una forma, y sobre este tema ha escrito páginas fundamentales Luigi Pareyson: mirar, comprender, saborear una forma no quiere decir simplemente reconocer sus relaciones orgánicas, identificar en el seno de la materia una ley que forme cuerpo con ella y gracias a ella se manifieste. Comprender una forma quiere decir interpretarla, es decir, recorrer el proceso que le ha dado origen: por lo tanto determinar, en el origen de la forma, una intención formativa, y seguir su aventura, su curso, su solución -seguir el proceso vivo que ha llevado desde el arranque inicial a la forma lograda, comprendiendo entonces y sólo entonces, por qué la forma ha resultado así y por qué necesariamente debía resultar así.
  A partir de sutiles y lúcidas fenomenologías de este tipo comprendemos hasta qué punto es importante ante un objeto que ha de interpretarse como obra de arte, pensar que existe tras él -dentro de él- una intención, la presencia de un autor. Sin este presupuesto inicial el objeto será algo muerto, mudo: para decirlo con otras palabras, sólo se puede hablar de arte como fenómeno humano.
   Pero la experiencia de la belleza, del placer estético ante una forma, se experimenta también en presencia de lo que no es arte: frente a una montaña, una pradera, una puesta de sol. Y no es cierto, como se ha dicho, que la naturaleza sea estúpida. Es estúpida para quien no sabe ver estéticamente la naturaleza; del mismo modo que para un pastor analfabeto es estúpido el Guernica.
   Pero, ¿mantenemos frente a la naturaleza una actitud muy diferente de la que mantenemos frente al arte? En realidad, para gozar estéticamente de la naturaleza tratamos de verla como la realización de una operación intencional. En otros términos, la antroporfizamos, la atribuimos a un autor. Si creemos en este autor y si bajo nuestra estética toma cuerpo una metafísica, nos veremos entonces impulsados a pensar que la naturaleza es efecto de una formación por parte de un Conformador por excelencia y estableceremos un paralelismo -en términos casi de analogía entis- entre la formatividad del arte y la formatividad de la naturaleza. Si en cambio pensamos que la filosofía debe detenerse en los umbrales de la metafísica, nos situaremos frente a la naturaleza, gozada estéticamente, igual que nos situamos ante ella cuando tratamos de definirla desde un punto de vista epistemológico: y puesto que no pensamos que exista una realidad universal y unívoca de los objetos que nuestro conocimiento pueda reflejar de una vez para siempre, recurrimos entonces a "modelos" explicativos con fines operativos; [...] Y ha de tenerse muy en cuenta que no actuamos de otro modo en el caso de que queramos ver, en los objetos naturales, los caprichos del Azar; porque, sin darnos cuenta de ello, antropomorfizamos el Azar y, en definitiva, le atribuimos una intención, aunque sólo sea la de crear caprichosamente y en contra de las leyes generalmente admitidas. Incluso el placer que experimentamos ante la distribución uniforme de la disposición de los cristales de nieve significa gozar de una situación de regularidad que parece, en su equiprobabilidad estadística, intencionada".

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