miércoles, 7 de septiembre de 2016

"Historia de Alejandro Magno".- Quinto Curcio Rufo (siglo I)


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 Libro VIII, 9
(Rajás y faquires de la India)

 "Visten dilatadas ropas de lino, que les llegan a los pies; usan, para estos, de sandalias y de cierta especie de turbantes para las cabezas. Aquéllos que se distinguen de la plebe o por nacimiento o por bienes de fortuna, traen anillos de piedras preciosas en las orejas y adornos de oro en las manos y en los brazos. Atienden al aliño de sus cabellos y es más común entre ellos dejárselos crecer que cortárselos. La barba jamás se la quitan, pero no les pasa nunca de la extremidad del rostro, lo restante del cual procuran que esté desembarazado y sin pelo alguno. Los reyes viven entregados a una lujosa sensualidad, que llaman magnificencia, a la que no iguala la corrupción de pueblo alguno. Cuando el rey accede a mostrarse en público, colocan en su presencia incensarios de plata, con los que perfuman todo el camino que debe recorrer; se acuesta en una litera dorada, rodeada enteramente de colgantes de perlas; las muselinas que la revisten aparecen realzadas de oro y púrpura; detrás de la litera caminan hombres armados y guardias especializados, en medio de los cuales se posan, sobre ramas, pájaros adiestrados en oponer sus cantos a la proximidad de los negocios. El palacio tiene columnas de oro; una parra de oro labrado las enlaza de arriba abajo, corriéndose de una a otra y realzada por pájaros de plata, que embelesan la vista. Todos pueden entrar cuando el rey se peina y arregla los cabellos: entonces responde a las embajadas y administra justicia. Le quitan las sandalias y perfuman sus pies. Para él, la caza, su mayor cansancio, consiste en atravesar los animales encerrados en un parque, en medio de los ánimos y cantos de sus esposas; sus flechas tienen dos codos de largo y son más difíciles de manejar que eficaces: el arma, que basa todo su éxito en la rapidez, se hace difícil de manejar a causa de su peso. Para las distancias cortas, el rey usa el caballo; en caso de expediciones largas, los elefantes arrastran su carro y tan enormes animales llevan su cuerpo cubierto de oro. Y para que nada falte a la depravación viene tras él, en literas doradas, la larga fila de sus esposas; separado un trecho de la reina, el ejército, cuyo lujo no es menos considerable. Mujeres preparan sus comidas; le sirven también el vino, que los indios emplean en gran abundancia. Sumido en el letargo del vino y del sueño, el rey es acompañado a su cuarto por sus esposas, que invocan con cantos rituales a los dioses de la noche.
 ¿Quién podría creer que, entre tales vicios, hay lugar a la cordura? Hay algunos hombres, retirados en la soledad, de sórdido aspecto, a los que llaman "sabios". Para ellos es cosa buena precipitar el fin inevitable; y se queman vivos cuando la edad los agobia o los aflige la enfermedad. Esperar la muerte es, para ellos, ultrajar la vida y no conceden honor alguno a los cuerpos abrumados por la vejez: creerían mancillar el fuego al entregarle un hombre que no estuviera vivo. Quienes, en las ciudades, llevan una existencia vulgar observan rectamente (según se afirma) el curso de los astros, predicen el porvenir y creen que nadie precipita el día de su muerte si pueden aguardarla sin temblar. Por lo demás, forman divinidades a su antojo y adoran especialmente a quienes se les prohíbe violar con pena de la vida. Componen sus meses de quince días, pero el año le tienen tan cumplido como el nuestro. Miden el tiempo por el curso de la Luna, aunque no como las demás naciones, sino por su entera revolución, respecto de que cuentan un mes después de la Luna nueva hasta que está llena y otro después hasta su menguante: de manera que, así como las demás naciones hacemos de la creciente y menguante de este planeta sólo un mes, forman ellos dos".   

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