XIV.- La filosofía de la Ilustración y sus críticos románticos
«El período de la Ilustración fue uno de los más fecundos dentro del desarrollo del pensamiento político en el siglo XVIII. La filosofía política no había representado nunca un papel tan importante y tan decisivo. No era ya considerada como una rama especial de las actividades intelectuales, sino que fue su verdadero foco. Todos los demás intereses teóricos se enderezaban hacia este fin y se concentraban en él. [...]
Pero, a pesar de este vivo interés en todos los problemas políticos, el período de la Ilustración no elaboró una nueva filosofía política. Al estudiar las obras de los autores más famosos e influyentes nos sorprende descubrir que no contienen ninguna teoría totalmente nueva. Las mismas ideas se repiten una y otra vez: ideas que no fueron creadas por el siglo XVIII. Rousseau, a quien le gusta cultivar la paradoja, emplea un tono muy distinto y muy serio cuando se ocupa de política. En su concepción del objeto y el método de la filosofía política, en su doctrina de los derechos inalienables e irrevocables del hombre, no hay apenas nada que no tenga su paralelo y su modelo en los libros de Locke, Grocio o Pufendorf. El mérito de Rousseau y de sus contemporáneos reside en otro campo. De la política, a ellos les interesaba mucho más la vida que la doctrina. No querían demostrar los primeros principios de la vida social del hombre, sino afirmarlos y aplicarlos. En cuestiones de política, los escritores del siglo XVIII nunca pretendieron ser originales. De hecho, consideraban que la originalidad en este campo era muy sospechosa. Los enciclopedistas franceses, que fueron los portavoces de la época, prevenían siempre contra el peligro de los que ellos llamaban l'esprit de systéme. No ambicionaban emular los grandes sistemas del siglo XVII, los sistemas de Descartes, Spinoza o Leibniz. El siglo XVII había sido un siglo metafísico y había creado una metafísica de la naturaleza y una metafísica de la moral. El período de la Ilustración perdió el interés en las especulaciones metafísicas. Toda su energía se concentró en otro punto y no fue tanto una energía de pensamiento cuanto una energía de acción. Las "ideas" no se consideraban ya como "ideas abstractas". Con ellas se forjaban las armas para la gran lucha política. No se trataba en ningún caso de que estas armas fueran nuevas, sino de que fueran eficaces. Y muchas veces resultó que las armas mejores y más poderosas eran las más viejas.
Para los autores de la Gran Enciclopedia y para los padres de la democracia norteamericana, la cuestión de si sus ideas eran nuevas o no, apenas hubiera tenido sentido. Todos ellos estaban convencidos de que esas ideas eran, en cierto modo, tan viejas como el mundo. Las consideraban como algo que había existido siempre y en todas partes, como algo en lo que todo el mundo creía: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus. La raison, dijo La Bruyère, est de tous les climats. "El objeto de la Declaración de Independencia, escribió Jefferson el 8 de mayo de 1825 en una carta a Henry Lee, no consistió en encontrar principios nuevos o nuevos argumentos que nadie hubiera pensado antes, ni siquiera en decir cosas que nadie hubiera dicho; sino en presentar ante la humanidad el sentido común de la cuestión, en términos tan llanos y firmes que obligaran al asentimiento... No aspirando a la originalidad de principio o de sentimiento, ni siendo una copia de otro particular escrito anterior, se quiso que fuera una expresión del pensamiento americano y que esta expresión tuviera el tono apropiado y el espíritu que la ocasión demandaba."
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¿Cómo fue que de repente se presentaron dudas sobre todos estos grandes acontecimientos; que el siglo XIX comenzó atacando y denegando abiertamente todos los ideales filosóficos y políticos de la generación anterior? Parece que la respuesta es fácil. La Revolución Francesa terminó con el período de las guerras napoleónicas. Después del primer entusiasmo vino una profunda desilusión y desconfianza. En una de sus cartas, escritas al principio de la Revolución Francesa, Benjamín Franklin había formulado la esperanza de que la idea de los derechos inviolables del hombre operase del mismo modo que el fuego con el oro: "lo purifica sin destruirlo". Pero esta optimista esperanza pareció que se frustraba para siempre. Todas las grandes promesas de la Revolución Francesa quedaron incumplidas. El orden social y político de Europa parecía amenazado por un descalabro total. Edmund Burke calificó a la Constitución Francesa de 1793 de "compendio de anarquía" y para él la doctrina de los derechos inalienables era "una invitación a la rebelión y una causa permanente de anarquía". [...]
A los románticos alemanes, quienes iniciaron el combate y fueron los precursores de la lucha contra la filosofía de la Ilustración, no les interesaban primariamente los problemas políticos. Vivían mucho más en el mundo del "espíritu" -la poesía y el arte- que en el áspero mundo de los hechos políticos. Naturalmente, el romanticismo tenía no sólo su filosofía de la naturaleza, del arte y de la historia, sino además su filosofía política. Pero, en este campo, los filósofos románticos no elaboraron nunca una teoría clara y coherente, ni fueron consecuentes en su actitud práctica. Federico Schlegel fue, en ciertas ocasiones, un defensor de las ideas conservadoras , y en otras un defensor de las liberales. Del republicanismo se convirtió al monarquismo. Parece imposible extraer un sistema definido, fijo e indudable de las ideas políticas de ningún escritor romántico; la mayoría de las veces el péndulo oscila desde un polo hasta su opuesto.»
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