Las doce del sábado al mediodía
«Ahora mismo acaba de mandarme sus propuestas con la señora Jewkes. ¡Son, queridos padres, para que me convierta en su vil mantenida! ¡Así que aquí aparecen expuestas las honradas intenciones todas de una vez! Mas veréis cómo se acomodan a lo que yo más hubiera deseado con respecto a vuestro bienestar, si hubiera podido fomentarlo honradamente. He respondido de forma que estoy segura que aprobaréis. Espero que no haya omitido nada que conduzca a mi perdición y, aunque mi poca fuerza no pueda ser suficiente para defenderme, sin embargo, seré inocente del crimen a ojos de Dios y le dejo a Él que vengue todas las injusticias que he sufrido.
Os escribiré mis respuestas al lado de sus cláusulas y ojalá sea para bien, aunque temo lo peor. Pero si regresara a casa arruinada y perdida, espero que os compadezcáis de vuestra pobre Pamela y la animéis a que levante sus ojos hacia vuestros nobles rostros por el poco tiempo que le quede de vida. Estoy segura de que no sobreviviré mucho tiempo a mi desgracia. Sin embargo, no pido ni vuestra compasión ni vuestro perdón si mi perdición se debiera más a mi culpa que a mi infortunio.
Sus propuestas: Te propongo las siguientes CLÁUSULAS para que las consideres seriamente. Permíteme conocer tu respuesta por escrito. Sólo recuerda que no has de jugar conmigo y que lo que des por respuesta decidirá irrevocablemente tu destino, sin protestas o más problemas.
Mi respuesta: Perdonad, señor, el ardor que vuestra pobre sirvienta va a mostraros en respuesta a vuestras cláusulas. No ser seria y enérgica en una ocasión así mostraría un grado de culpa que mi alma aborrece. No jugaré con vos, señor, ni actuaré como la que está indecisa en una cuestión a la que no le falta ni un momento de reflexión. Y yo, por lo tanto, os devuelvo la siguiente RESPUESTA, sea cual sea su consecuencia.
Propuesta I: Si me puedes convencer de que no has dado ánimos al odiado Williams para que se te declare, y que no lo prefieres a él antes que a mí, entonces te haré las siguientes propuestas, que puntualmente cumpliré.
Respuesta: Con respecto a la primera cláusula, señor, me corresponde declarar solemnemente (para que no pueda merecer, en vuestra opinión, los oprobiosos términos de atrevida, astuta y otros parecidos) que nunca animé en lo más mínimo al señor Williams; y creo que su motivo principal fue la obligación inherente a su condición, que es la de asistir, muy en contra de sus aparentes intereses, a una persona inocente que se halla en peligro. Bien podéis creerme, señor, cuando declaro que no conozco a ningún hombre con el que desee casarme.
Propuesta II: Te regalaré de inmediato quinientas guineas, de las que podrás disponer como gustes. Las pondré en manos de cualquier persona que tú designes para que las reciba y no esperaré ningún favor de ti hasta que estés convencida de estar en total posesión de ellas.
Respuesta: Con respecto a vuestra segunda propuesta, la rechazo con toda mi alma. El dinero, señor, no es mi bien principal. Que Dios todopoderoso me abandone si eso llega a ocurrir y si, por el dinero, llego a renunciar a mi derecho a esa bendita esperanza que me mantendrá firme en ese momento final cuando millones de monedas de oro no podrán comprar ni una sola reflexión feliz por cuenta de una pasada vida malgastada.
Propuesta III: De forma similar, te traspasaré de inmediato una propiedad que he adquirido recientemente en Kent y que produce 250 libras al año, libres de toda deducción. Se te traspasará ésta y será tuya y de tus descendientes de por vida. Se pondrá inmediatamente a tu padre en posesión de ella, en fideicomiso destinado a ti y a los tuyos. Y me haré cargo de los déficits, si los hubiera, hasta el total de esa cantidad neta anual, dándole además a tu padre cincuenta libras al año mientras vivan él y tu madre, por el cuidado y la administración de ésta tu propiedad.
Respuesta: Vuestra tercera cláusula, señor, la rechazo por la misma razón y lamento que podáis pensar que mis pobres y honrados padres pudieran tomar parte en ella y se interesaran por la administración de una propiedad que debieran a la prostitución de su hija. Perdonad, señor, mi ardor en esta ocasión pero no conocéis al pobre hombre y a la pobre mujer, mis siempre queridos padres, si pensáis que no preferirían con mucho escoger morir de hambre en una zanja o pudrirse en una mazmorra fétida a aceptar la fortuna de un monarca en semejantes términos infames. No me atrevo a decir todo lo que mi mente angustiada me sugiere en esta penosa ocasión; pero, desde luego, señor, no los conocéis ¡ni nunca los terrores de la muerte, en sus formas más espantosas, me harán comportarme de manera indigna hacia unos padres tan pobres y honrados!
Propuesta IV: Además, haré extensivo mi favor a cualquiera de tus parientes que consideres digno de él.
Respuesta: En cuanto a vuestra cuarta cláusula, señor, respondo como a la segunda y a la tercera. Si tengo algún allegado que quiera el favor de los poderosos, ojalá le falte siempre, si es capaz de desearlo en tales términos de indignidad.
Propuesta V: Ordenaré que te envíen modelos con el fin de que escojas cuatro vestidos de las mejores telas, para que aparezcas ante las demás con distinción, como si fueras mi esposa. Y te daré los dos anillos, los pendientes, el solitario y el collar de diamantes, así como las hebillas, que se compraron para regalárselo todo a la señorita Tomlins, si se hubiera llevado a efecto el acuerdo de matrimonio que casi tuvo lugar entre ella y yo. Y te otorgaré aún otros favores, según me sienta obligado a ello por tu afecto y buena conducta.
Respuesta: Os aseguro, señor, que me siento más orgullosa de mi pobreza y de mi humildad honradas que lo que me pueda sentir de los trajes y las joyas elegantes adquiridas con culpa. Creedme, señor, pienso que tales cosas favorecen menos a la humilde Pamela que los harapos de los que me sacó vuestra buena madre. Vuestros anillos, señor, vuestro solitario, vuestro collar, vuestros pendientes y vuestras hebillas son más propios de alguna dama de alta cuna, a la que le podéis dar un derecho más lícito sobre ellos que a mí. Perder la mejor joya, mi virtud, estaría mal recompensado con esas joyas que vos os proponéis darme. ¡Qué debería pensar cuando me mirara el dedo o me viera en el espejo esos diamantes alrededor del cuello y en las orejas, sino que fueron el precio de mi honradez, y que llevo esas joyas por fuera porque no tengo ninguna por dentro? Cuando me convierta en una persona orgullosa que presuma de sus ropas llamativas y de las galas que lleva (que espero no sea nunca), que descanse entonces mi bien principal en tales baratijas y que desprecie por ellas los ornamentos más sólidos de la buena fama y de la castidad inviolada.
[...]
Propuesta VII: Serás dueña de mi persona y de mi fortuna, tanto como si hubiera tenido lugar la estúpida ceremonia. Todos mi criados serán tuyos, pudiendo escoger a cualquiera de las mujeres para que sea tu doncella. Y si tu conducta llega a ser tal que me dé razones para estar satisfecho, no sé (aunque no te lo prometo) si, después de un año de cohabitación, me casaré contigo, porque si mi amor por ti aumenta, como lo ha hecho durante todos estos meses pasados, me será imposible negarte nada.
Respuesta: Permitidme deciros, señor, que debéis vuestra existencia a la ceremonia que llamáis estúpida, y a la madre que os dio a luz, mi querida y siempre honrada señora y protectora. ¿Pensáis, señor, que ella se hubiera rebajado a ser la querida de la persona y fortuna de un rey en tales términos? Por ella, y también por Dios, dejadme imploraros, señor, es todo cuanto suplico, que me permitáis regresar inviolada a mi antigua pobreza. Os oí decir una vez que cierto gran capitán que podía vivir de lentejas pudo muy bien rechazar los sobornos del más importante de los monarcas, y yo espero, ya que puedo vivir de la manera más humilde con alegría, no tener ningún deseo de cambiar mi honradez por todas las riquezas de la India.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: