domingo, 7 de mayo de 2017

"Los ladrones de la luna".- Kornel Makuszynski (1884-1953)

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Capítulo XI: En el que Jácek y Plácek encuentran a los hombres de oro y llegan a conocer cosas extrañas sobre el pan de cada día

«-¡Ah! ¿No tenéis pan?
 -Desgraciadamente no, poderoso señor...
 -¡Ah, lo veo, pues vuestras manos están vacías y además parecéis unos harapientos! ¿De dónde venís?
 -¡De muy lejos! -respondió Jácek-. Hemos recorrido muchos países hasta llegar aquí.
 Al viejo de oro le centellearon los ojos.
 -¡Ah! -susurró con un susurro tan ardiente como si de la boca le brotara oro fundido-. Entonces, habréis visto un pan alguna vez. Un pan normal, corriente.
 -Pues claro -dijo asombrado Jácek-, claro que hemos visto un pan...
 -Dime, pero rápido, ¿cómo es?
 -No sabría decirlo, noble señor... Pues corriente como el pan... Es negro, a veces más blanco, a veces un poco quemado.
 -¡Ah, ah! Sigue hablando.
 -A veces tiene salvado un poco tostado...
 -¡Ah, salvado! ¡Maravilloso, maravilloso! Dime, ¿a qué huele el pan así?
 -Huele, gran señor, no sé a qué, pero huele muy bien...
 -¿Pero a qué? ¿Qué olor tiene?
 -El pan... el pan huele a pan.
 -¡Ah! Lo has dicho de una forma maravillosa... Naturalmente. El pan huele a pan, a su propio olor, mejor que el nardo y la mirra o el ámbar quemado. ¿Has comido alguna vez pan de ése?
 Jácek miró furtivamente a Plácek como si quisiera gritarle con la mirada que había que estar alerta pues a ese noble señor parecía faltarle un tornillo. Si no, ¿cómo podía preguntar si había comido pan? Plácek, percatándose de que la conversación  sobre el pan le producía a este personaje una gran satisfacción, dijo:
 -¡Honorable, conde, en toda nuestra vida no hemos comido otra cosa más que pan!
 -¡Ah! -exclamó el hombre de oro-. ¡Ah, qué afortunados sois!
 -¿Nosotros?
 -¡Ah, sí! Daría el resto de mi vida por una hogaza de pan negro, de color pardo como la tierra y que huele como el cielo...
 -Señor -susurró extrañado Jácek-, ¿y por qué tenéis que dar la vida? Tenéis tanto oro...
 -¡No pronuncies esa palabra -exclamó el gran señor-, si no quieres que ordene que te recubran de oro y mueras de manera horrible!
 -¡Ah, perdonadme, honorable conde, no sabíamos que...!
 -Deberíais saberlo. En cualquier momento os pueden echar la vista encima y entonces permaneceréis aquí para siempre. Me daría pena que ocurriese eso; por lo tanto, huid de aquí cuanto antes. Sobre este lugar pesa una maldición.
 -¿Entre tantas riquezas? [...] ¿Aquí sólo hay personas infelices?
 -Infelices todavía lo son, pero ya no son personas -dijo con un dorado susurro el viejo-. Todos estos que aquí se deslizan a nuestro alrededor formaban, junto conmigo, la corte de un poderoso príncipe que a lo largo de muchos, muchos años, se dedicó a saquear todas las riquezas de la tierra. Exigía unos tributos excesivos a los campesinos, asaltaba y robaba a los comerciantes, despojó de la herencia a sus hermanos, redujo ciudades enteras a cenizas, apresó navíos en el mar y reunió unas riquezas tan inmensas que ni cien reyes juntos tienen en sus arcas; amontonó tanto oro como nunca vieron ojos humanos, tantas perlas y piedras preciosas como lágrimas han brotado del hombre en toda su existencia.
 -¡Qué miedo! -murmuró Jácek. [...]
 -¡Oh, sí! -susurró el viejo-. El poderoso príncipe, el dueño de tan inmensos tesoros, perdió la razón a causa de ellos: reunió demasiado oro, y el oro le destruyó el alma. Lo inundó como un agua amarilla y a nosotros con él. Desde entonces, ninguno de nosotros ha visto el delicioso pan...
 -¿Por qué, honorable señor?
 -La locura de nuestro príncipe consiste en que todo lo que le rodee debe ser de oro o joyas. Incluso no bebe agua si en ella no se ha disuelto previamente una perla. No come nada que no le recuerde su color al maldito oro. Nosotros, cómplices de la maldición, tenemos que hacer lo mismo.
 -¿Por qué no sembráis trigo?
 -Ninguno de nosotros sabe, además tampoco tenemos; todos olvidaron todo lo que no es de oro y nada crecería si se sembraran diamantes. Por otra parte, nos mataría si sembrásemos trigo.
 -¿Tan fuerte es?
 -No, pero está tan demente...
 -¿Y por qué teniendo tanto de lo que habláis, noble señor, no compráis pan? 
 -Porque desde hace cien años nadie se ha acercado al castillo.
 -¿Nosotros somos los primeros?
 -Sí, vosotros sois los primeros. Si habéis podido llegar hasta aquí, quizá es porque alguien os desea una muerte miserable o puede que el destino os depare nuestro suplicio.
 -¿Y qué es lo que coméis, señor?
 -Os he dicho que todo lo que recuerda al oro: sólo nos está permitido comer canarios, pececillos dorados, piñas, naranjas y limones. Desde hace cien años no comemos otra cosa. ¡Qué desesperación! Dormimos en camas de oro, con almohadas de oro y comemos los horribles pececillos de oro en platos de oro. Me dan convulsiones cuando veo las piñas, me desmayo al ver los limones... [...] Si Dios no se apiada de nosotros y no nos libra de la maldición, deberemos soportar nuestro tormento hasta el fin. Nuestro señor solamente tiene el cerebro de oro. Quizá haya que esperar hasta que todo él se convierta en una figura de oro, y de este modo deje de existir. Esto es todo... ¡Ah, qué afortunados sois vosotros, que aun siendo tan sólo unos harapientos habéis visto el pan, el pan normal y corriente, que huele a trabajo, dulce como el esfuerzo, fuerte como el fuego en el que ha sido cocido! ¡Ah, pan, pan, pan! [...]
 Por fin, Jácek se atrevió a susurrar.
 -Señor, ¿podemos, entonces, quedarnos aquí?
 -¡Si queréis enloquecer, quedaos!
 -¿Y tenemos que perder la razón?
 -Desde luego. No hay salvación para el hombre que ha visto el oro y lo ha tocado.»


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