lunes, 8 de mayo de 2017

"Elegías".- Albio Tibulo (c. 54 a.C. - c. 19 a.C.)


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Elegía I, 1 (Aspiraciones)

 «Que otro gane una fortuna de oro amarillo y gane más y más trozos de tierra, luchando sin cesar con miedo a la proximidad del enemigo y privado del sueño que arrebata la trompeta guerrera; en cuanto a mí, yo consiento en llevar a término, siempre pobre, una vida blanda, con tal que el fuego brille sin tregua en mi hogar y que, en su momento, yo plante, como campesino, las tiernas vides y, con mano hábil, los árboles frutales ya crecidos; y que la Esperanza no me traicione sino que todos los días acumule el grano para mí  y llene mis cubas de un mosto espeso.
 Pues si un tronco perdido en los campos o una piedra antigua de las encrucijadas merecen coronas de flores, la saludo piadosamente; y deposito a los pies del dios rústico las primicias de cada fruto que da el año. Blonda Ceres, para ti una corona de espigas que, de mi campo, colgará en la puerta de tu templo; y en mi fructuoso vergel colocaré al rojo guardián, a Príapo, que con su falce cruel ahuyentará los pájaros; vosotros también, guardianes de una finca rica antaño, ahora empobrecida, recibís mis regalos, dioses Lares: entonces, una ternera purificada con su sangre a un innúmero rebaño; ahora, una oveja es la ofrenda mínima de un puñado de tierra: una oveja caerá para vosotros; grite a su alrededor la juventud campesina: "¡Ío! Dadnos cosechas y buen vino".    
 ¡Con tal que yo pudiera, que lograra ahora, contento con poco, vivir sin el pesar constante de las marchas prolongadas y huir del agobiante orto de la Canícula en la sombra, en torno al agua corriente! Sin avergonzarme, a la sazón, del trabajo de la azada o de dirigir con el aguijón a los lentos bueyes, ni sentir repugnancia de llevar en mi seno a la cordera o al cabritillo a quien la madre olvidadiza dejara atrás.
 Pero vosotros, ladrones y lobos, apartaos de mi reducido establo, debéis lanzaros sobre un gran establo. Aquí, todos los años, sin falta, purifico yo mismo mi establo y rocío con leche a la apacible Pales. Acudid a mí, acudid, dioses; los dones que os ofrece mi pobre mesa y mi vajilla de tierra unida no los despreciéis: de arcilla, ha mucho tiempo, hizo el campesino sus primeras copas y la tierra se ofreció dócilmente para su modelado.
 Yo no añoro las riquezas de mis padres ni las rentas que consiguiera mi antepasado al entrojar sus cosechas: un campo pequeño me basta, si la usanza de un lecho familiar se ofrece para el descanso de mi cuerpo. Qué placer oír desde el lecho los vientos salvajes o tener a la dueña tiernamente abrazada contra el pecho o, en invierno, cuando el Austro difunde sus heladas aguas, entregarse tranquilamente al sueño, al calor del fuego. Esos son mis deseos. En cuanto a la riqueza, bien merecida está de parte de quien puede soportar el furor del mar y las lúgubres lluvias.
 ¡Ah! Perezca todo el oro del mundo, y también las esmeraldas, antes que una amiga llore por mi partida. Tú, Mesala, tú debes combatir por tierra y por mar para ornar tu mansión con los enemigos despojos; yo estoy encadenado a las trabas de una amiga hermosa, sentado como portero ante su umbral inexorable.
 No siento ningún deseo de gloria, Delia mía: con estar contigo, quiero que me llamen perezoso y cobarde. Mirarte cuando llegue la hora suprema; tenerte, moribundo, con mi mano sin fuerza. Tú llorarás por mí, Delia, cuando me halle sobre el lecho destinado a las llamas y mezclarás tus besos con tus amargas lágrimas. Llorarás: no aprisiona tu pecho un hierro rígido; tu corazón no es de piedra. Ni joven ni doncella alguna regresar podrá de esas exequias con los ojos secos. Mas tú, sin ofender a mis manes, no cortes tus cabellos en desorden; no laceres tus tiernas mejillas, Delia, no las laceres.
 Entretanto, mientras los destinos lo permiten, amémonos entrambos; pronto vendrá la Muerte, con la cabeza envuelta en tinieblas; muy pronto, sin sentirlo, la edad nos embotará; el amor ya no se posará -ni las caricias de las palabras- sobre nuestras cabezas blanquecinas. Ahora hay que servir a la ligera Venus, mientras no es vergonzoso destrozar las puertas y gusta que la riña entre con uno. En ello soy buen general y buen soldado; vuestros estandartes y trompetas, lejos de aquí: dejad las heridas para los héroes que las quieren, dejadles la fortuna. Que yo reuní mis provisiones y estoy tranquilo: voy a mofarme de los ricos, a reírme del hambre.»
 

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