V.-Miscelearánea
Égloga
«Edwardus: ¿Por qué estás tan mohíno, tan triste y descontento?
¿Te duele la cabeza? ¿Tienes remordimiento?
Johannes: Y tú, ¿por qué estás mustio, dolido y cabizbajo?
¿Por qué pareces, más que un hombre, un espantajo?
Edwardus: Si mi vida es odiosa, ¿debo disimularlo?
Si tú eres un salvaje, ¿por qué he de soportarlo?
Johannes: Y si yo también sufro, ¿lo tengo que encubrir?
¿No puedo rechinar los dientes y gruñir?
Edwardus: Sí puedes, pero, ¿existen acaso inconvenientes
en que yo también gruña y rechine los dientes?
Johannes: ¡Ah, Catherine, mi esposa, se acerca! Relatemos
ante ella las desgracias que tú y yo padecemos;
y que decida ella cuáles son la peores / y quién es el primero de los dos sufridores.
Catherine: Empezad a gruñir; silencio guardaré / y vuestras locas quejas hasta el fin oiré.
Y cuando terminéis, juzgaré en equidad / cuáles de vuestras cuitas son falsas o verdad.
Comenzad. Que cada uno prepare sus lamentos. / (Y cuando estéis irritados, no soltéis juramentos.)
Johannes: Vinimos a esta tierra en busca de calor; / y en Cannes, ya lo veis, hace un frío helador.
Edwardus: ¿Por qué dejé mi patria en busca de emociones?
Sólo encontré nevadas, granizo y ventarrones.
Johannes: ¿Qué más da que veamos del naranjo las flores
si hemos de soportar del clima los rigores?
Edwardus: ¿Por qué alquilé la casa que acabo de alquilar
si no hay en ella nada que yo no eche a faltar?
Johannes: La pasada semana lloré, desconsolado: / ¡el suelo se encontraba totalmente nevado!
¿Os parece que ver el mundo convertido / en un pastel de azúcar resulta divertido?
Edwardus: ¿Por qué, lleve sombrero o vaya destocado/tengo siempre que estar tosiendo y resfriado?
¿Por qué he de malgastar mis versos y mi prosa / en hablar de mi pobre nariz, fría y mocosa?
Johannes: Cuando voy de paseo me hundo en un cenagal
y además me persiguen los perros sin bozal.
Edwardus: Cerca de la ciudad, un bulldog monstruoso / me dio hace pocos días un susto pavoroso;
y así como los patos, al ver al cazador / tiemblan, a mis dos patas les entró un gran temblor.
Johannes: La casa en que vivimos hemos de abandonar / porque su chimenea no para de humear.
¿Tiene gracia la cosa? ¿Produce diversión / que seamos ahumados lo mismo que un jamón?
Edwardus: Y a mí, ¿de qué me sirve el tener un criado
que habla griego, albanés con acento esmerado
y un poco de italiano? Si hablar francés no sabe, / ¿cómo pedirle gambas o una pechuga de ave?
Johannes: Cuando quiero encender la leña en el hogar / en vez de arder se pone a crujir y silbar.
Y si la chimenea se empeña en no cumplir / lo que de ella se exige, ¿cómo puedo escribir?
Edwardus: Cuando ofrezco mis obras a algún rico señor
bien puede responderme: "Pinte la Osa Mayor."
Ayer fui a visitar a uno, que estaba ausente. / Me miró el mayordomo con gesto impertinente.
"Este tipo es -pensaba- un ladrón disfrazado." / ¡Si vuelvo a ir otra vez, de allí seré expulsado!
Johannes: Por la humedad y el frío que reinan en mi ático
¿no habré de terminar gotoso y reumático?
Edwardus: Los ricos en sus coches van con fiera alegría / como iba el rey Jehú con su tropa judía.
Hace poco, al venir el lujoso landó / de Lady Emma Talbot casi me atropelló,
y eso que la conozco desde que era una niña / con ojos azul-cielo y celeste basquiña.
Johannes: En el piso de arriba, abajo en el rellano / suenan a todas horas las teclas de un piano;
ese ruido constante me llega a enfurecer / y, estando descompuesto, ¿quién puede componer?
Edwardus: Ayer siete alemanes mi jardín invadieron / y todos sus horrísonos instrumentos tañeron;
soplaron y cantaron con gran algarabía. / Sin un poco de calma, ¿cómo pintar podría?
Johannes: ¿Cómo puedo estudiar si en todos los rincones
hay revoloteando cientos de moscardones?
Edwardus: ¿Y cómo dibujar con pulso y con destreza / si las moscas hostigan mi pelada cabeza?
Johannes: ¿Y cómo traducir las obras de Nepote / si los mosquitos zumban en torno a mi cogote?
Edwardus: Compré, aunque no es muy sano, un poco de tocino;
pero ronda mi casa un odioso felino,
y un día, al asomarme a la ventana un rato, / descubrí mi tocino en la boca del gato.
Johannes: De una de las ventanas se me ha roto el cristal/y entra por el boquete un bullicio infernal
aunque he intentado en vano tapar el orificio / sigue entrando en mi casa el horrible bullicio.
Edwardus: Si llueve y sopla el viento y no puedo pintar,
las deudas que ahora tengo, ¿cómo podré pagar?
¿Quién, con este mal tiempo, correrá la aventura / de venir a mi casa y comprar mi pintura?
Y si no viene nadie (¡el pensarlo me espanta!) / ¿cómo hallaré dinero para ir a Tierra Santa?
Johannes: Si salgo de paseo y voy al olivar, / me ciega el sol que brilla y me hace estornudar.
Edwardus: Cuando brilla la luna encima de aquel cerro/no me dejan dormir los ladridos de un perro.
Catherine: ¡Silencio! ¡Basta ya! Habláis en demasía. / ¡No escucharé más tiempo tanta palabrería!
Todos los hombres sufren molestias y aflicciones./¡Oíd, pues, mi sentencia y cumplid mis sanciones!
En tu caso, Johannes, existe una atenuante / (cualquier interrupción sería una agravante),
y es la de ser más joven que el otro procesado, / más pobre y algo menos absurdo y alocado.
Te condeno, por tanto, a que hagas de niñera / siete horas con tu hija: eso es lo que te espera.
En cuanto a ti, Edwardus, te diré claramente / que tus quejas son vanas y tú un pelma imponente.
Vuelve al cordero frío y al pastel de riñones, / a las camisas sucias sin puños ni botones,
a los vientos furiosos y al mar (¿no has deseado / nunca tener la suerte de pescar un lenguado?),
a hacer bellos dibujos que nadie admirará, / a pintar grandes cuadros que nadie comprará,
a escribir nuevos libros que nadie ha de leer / y a tomar un té aguado y que da asco beber...,
hasta que mayo traiga las hojas y las flores / y los tiempos se tornen felices y mejores.»
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