miércoles, 31 de mayo de 2017

"La guerra de los botones".- Louis Pergaud (1882-1915)


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7.-Nuevos enfrentamientos

«-¿Te sabes la lección, Pacho? -preguntó en voz baja Grillín.
 -Esto... sí; bueno, no mucho. Intenta soplarme si puedes, ¿eh? No nos vaya a trincar esta tarde como el sábado. Me he aprendido el sistema métrico, me sé de memoria to los pesos: de hierro, de cobre, por cubiletes y hasta por laminillas, pero no sé lo que hace falta pa ser elector. Como mi padre ha hablao con el tió Simón, seguro que no me libro de una lección o de otra. Ojalá me toque el sistema métrico.
 El deseo de Pacho se cumplió, pero el destino, que actuó en su favor, resultó en cambio fatal para Pardillo. De no ser por la intervención tan hábil como discreta de Grillín, que manejaba los labios y los dedos como el más patético de los mimos, seguro que Pardillo se hubiera quedado encerrado por la tarde.
 El pobre chico, que como se recordará, había estado a punto de pagar el pato días atrás a propósito del "ciudadano", aún seguía ignorando por completo las condiciones requeridas para ser elector.
 Gracias a la mímica de Grillín, que esgrimía su mano derecha con cuatro dedos extendidos y el pulgar oculto, supo por lo menos que esas condiciones eran cuatro.
 Definirlas resultó ya bastante más difícil.
 Pardillo, simulando una amnesia momentánea y parcial, parecía reflexionar profundamente, con el ceño fruncido y los dedos engarfiados, pero no perdía de vista a Grillín, que se las apañaba como podía.
 Con una mirada elocuente, señaló a su compañero el mapa de Francia de Vidal-Lablache que pendía de una de las paredes; pero Pardillo, no muy al corriente del asunto, se confundió con aquel gesto equívoco y en vez  de decir que había que ser francés, respondió ante el asombro general que había que saberse su giografía.
 El tió Simón le preguntó si se estaba volviendo loco o pretendía reírse de todos, mientras Grillín, desolado ante tan mala interpretación, se encogía imperceptiblemente de hombros, volviendo la cabeza.
 Pardillo se recuperó. Una chispa brilló en su interior y dijo:
 -¡Hay que ser del país!
 -¿De qué país? -rugió el maestro, enfurecido por lo impreciso de la respuesta-. ¿De Prusia o de China?
 -¡De Francia! -agregó el interpelado-. ¡Hay que ser francés!
 -¡Vaya! ¡Por fin! ¿Y además?
 -¿Además? -sus ojos se volvían implorantes hacia Grillín.
 Éste sacó la navaja del bolsillo, hizo ademán de cortarle el pescuezo y desvalijar a Botijo, su compañero de pupitre, y después movió la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.
 Pardillo entendió que no se podía haber matado ni robado y así se lo dijo, sin poder contenerse; los demás, uniendo su voz a la de Grillín, portavoz autorizado, generalizaron la respuesta diciendo que había que estar en plena posesión de los derechos civiles.
 Aquello no iba tan mal, caramba, y Pardillo respiraba aliviado. Respecto a la tercera condición, Grillín fue explícito: se llevó la mano al mentón para mesarse una perilla inexistente, se atusó unos largos bigotes invisibles e incluso se llevó las manos a otro lugar para indicar la presencia  de un sistema piloso peculiar en tan íntimo rincón y después, como Panurgo burlándose del "inglés" que discutía por señas, levantó simultáneamente y dos veces seguidas las dos manos, con los dedos separados y a continuación sólo el pulgar de la derecha, lo cual, evidentemente, quería decir veintiuno. Además, tosió haciendo ¡añ, añ! y Pardillo, triunfal, superó la tercera condición:
 -¡Tener veintiún años!
 -¡Ahora, la cuarta! -gritó el tió Simón, como si fuera la "madre" del juego de la bandera en tarde de fiesta patronal.
 Los ojos de Pardillo se dirigieron a Grillín , después al techo, a la mesa, otra vez a Grillín; sus cejas se arquearon como si su voluntad braceara impotente en las aguas de la memoria.
 Grillín, con un cuaderno en la mano, trazaba sobre la cubierta letras invisibles con el dedo índice.
 ¿Qué demonios podía querer decir con eso? No, aquello no le decía nada a Pardillo; el apuntador arrugó entonces la nariz, abrió la boca, apretando los dientes, se pasó la lengua por los labios y a los oídos del náufrago llegaron sólo dos sílabas:
 -¡Ista!
 No conseguía entender nada, Y cada vez inclinaba más el cuello hacia el lado donde estaba Grillín; tanto, que el tió Simón, intrigado al observar la postura tan estúpida que adoptaba el interrogado, mirando obstinadamente al mismo punto de la sala, tuvo la descabellada, peregrina e imperdonable idea de volverse de pronto.
 Fue una desgracia, porque sorprendió la mueca de Grillín y la interpretó muy mal, deduciendo que aquel granuja se dedicaba a hacer monerías a sus espaldas para provocar la risa de sus compañeros a costa del maestro.
 Conque lo atacó del modo fulgurante con esta frase vengadora:
 -Grillín, para mañana me vas a conjugar por escrito el verbo "hacer el mono", pero en el futuro y en el potencial me pones "yo no haré más" y "yo no haría más el mono", en vez de "yo haré", ¿entendido?
 En toda la clase sólo hubo un imbécil que se riera del castigo; Vaquero, el cojo, y esa irreflexiva actitud de mal compañerismo provocó inmediatamente la cólera del maestro de escuela, que se volvió bruscamente hacia Pardillo, todavía con el castigo pendiente de un hilo.
 -¡A ver, tú! ¿Vas a decirme la cuarta condición, o no?
 Pero la cuarta condición no aparecía por ninguna parte. Sólo Grillín sabía cuál era.
 "Pues de perdidos al río -pensó éste-. Más vale que se salve uno de los dos, por lo menos", de modo que, con aire de buena voluntad y de infinita inocencia, como si quisiese hacerse perdonar su mala acción anterior, contestó él en lugar de su compañero. Y lo hizo rápidamente, para que el maestro no tuviese tiempo de hacerle callar.
 -¡Estar inscrito en la lista electoral de su municipio!»
 

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