jueves, 4 de mayo de 2017

"Cuentos populares de Asia".- Anónimo (...)


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 El doko (cuento de Nepal)*

«Érase un pueblecito donde vivía una pobre familia formada de cuatro personas: un hombre y su mujer, su hijo pequeño y el anciano padre del hombre. El anciano había trabajado duramente muchos, muchos años, y ahora ya era muy viejo para seguir trabajando. Así que ahora dependía totalmente de su hijo y de su nuera, que le consideraban una carga.
 A medida que pasaba el tiempo, el hombre les resultaba más gravoso. Necesitaba que le ayudasen, pero ni el hijo ni la nuera deseaban hacerse cargo de él. Comía los restos que le daban y se vestía con los vestidos viejos que encontraba. A veces tenía frío y hambre y si algunas veces el niño sentía lástima de su anciano abuelito y le daba de su propia comida, sus padres le regañaban viéndole hacer eso, y le decían que era un modo de desperdiciar la comida.
 El anciano era muy desgraciado al verse tratar así y siempre estaba gruñendo y quejándose. Pero, en vez de tratar de consolarle, el hombre y su mujer se repetían el uno al otro un viejo proverbio: "Un buey viejo tropieza y un anciano se queja".
 Las cosas iban de mal en peor. El anciano cada vez se volvía más exigente y su hijo y su nuera cada vez más impacientes. Finalmente, no pudiendo resistir por más tiempo al anciano, empezaron a planear en secreto deshacerse de él.
 Decidieron coger al anciano, llevarle a un sitio muy lejano y dejarle allí. El hombre dijo que iba al mercado a comprar un doko, un gran cesto de bambú entretejido, para llevar a su padre y sacarlo de casa.
 -Le dejaré en algún lugar donde ya no le sea posible volver, le dejaré debajo de un árbol, cerca del camino. Quizá alguien lo vea, se apiade de él y lo lleve consigo -dijo el hombre.
 -Pero, ¿qué les diremos a nuestros vecinos? -preguntó la mujer-. Se darán cuenta de que el padre no está aquí. ¿Qué les diremos cuando pregunten?
 -Pues les diremos que él deseaba que le llevásemos a un lugar sagrado para pasar el resto de su vida en paz -respondió el marido.
 Así es como hicieron sus planes. Sin que se dieran cuenta, el hijo había oído su conversación. Tan pronto como el padre abandonó la casa para ir al mercado a comprar el doko, el niño preguntó:
 -Madre, ¿dónde vais a tirar al abuelo?
 -¡No, no! -repuso la madre, apresuradamente-. No vamos a tirar al abuelo. No vamos a hacer nada de eso. Date cuenta de que aquí ninguno de nosotros podemos cuidarle, ya que tu padre y yo tenemos que trabajar durante todo el día. Así que tu padre ha decidido llevar a tu abuelo a un lugar donde puedan cuidarle.
 -¿Dónde está ese lugar? -preguntó el niño.
 -¡Oh, es muy lejos! Es un lugar que no conoces.
 -¿Y quién va a cuidar allí del abuelo?
 -No te preocupes por eso. Habrá mucha gente buena que se ocupe de él -dijo la madre con seguridad.
 Cuando empezó a atardecer, llegó el hombre con un gran doko. Esperó a que se hiciera de noche porque no quería que los vecinos viesen lo que iba a hacer. Cuando todo estuvo oscuro, metió al viejo en el doko.
 -¿Qué sucede? -preguntó el viejo alarmado-. ¿A dónde me llevas con este doko?
 -Padre, tú bien sabes que mi mujer y yo no podemos cuidarte. Así es que voy a llevarte a un lugar sagrado donde la gente será muy bondadosa contigo -replicó el hombre-. Allí estarás mucho mejor.
 Pero no pudo engañar al anciano. Inmediatamente se dio cuenta de lo que pretendían hacer con él, y exclamó:
 -¡Oh, tú, hijo ingrato! Recuerda todos aquellos años en que yo te cuidé mientras crecías... Así es como me pagas.
 Y, diciendo esto, empezó a maldecir a su hijo y a su nuera.
 El hombre se enfadó. Dando un tirón levantó el doko y se lo puso a la espalda. El niño había estado viendo todo en silencio. Justamente cuando su padre estaba a punto de desaparecer en la noche, el niño gritó:
 -¡Padre, cuando tires al abuelo, acuérdate de traer el doko otra vez a casa!
 Desconcertado por las palabras del niño, el hombre se detuvo y, volviéndose, le preguntó:
 -¿Para qué, hijo mío?
 Y la inocente respuesta del niño fue ésta:
 -Porque lo necesitaré yo también cuando tú seas viejo, para tirarte.
 Al decir estas palabras, las piernas del hombre se doblaron. Se sintió incapaz de dar un paso adelante. Así es que dio media vuelta y se volvió a casa con su padre.»


(*Traducción de Carmen Bravo-Villasante)

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