sábado, 14 de mayo de 2016

"Cañas y barro".- Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928)


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 VIII

"La posibilidad de que la muerte interviniese en sus asuntos reanimaba su confianza. ¿Quién sabe si después de tantos terrores iba a nacer muerta la criatura? No sería la primera. Y los amantes, engañados por esta ilusión, hablaban del niño muerto como de una circunstancia segura, inevitable y Neleta espiaba los movimientos de sus entrañas mostrándose satisfecha cuando el oculto ser no daba señales de vida. ¡Se moriría! Era indudable. La buena suerte que la había acompañado siempre no iba a abandonarla. El término de la recolección la distrajo de estas preocupaciones. Los sacos de arroz se amontonaban en la taberna. La cosecha ocupaba los cuartos interiores de la casa, se apilaba junto al mostrador, quitando sitio a los parroquianos y hasta ocupaba los rincones del dormitorio de Neleta. ésta admiraba la riqueza encerrada en los sacos, embriagándose con el polvillo astringente del arroz. ¡Y pensar que la mitad de aquel tesoro podía haber sido de la Samaruca...! Sólo al recordar esto, Neleta sentía renacer sus fuerzas a impulsos de la cólera. Sufría mucho con la dolorosa ocultación de su estado, pero antes morir que resignarse al despojo. Bien necesitaba de estas resoluciones enérgicas. Su situación se agravaba. Hinchábanse sus pies, sentía un irresistible deseo de no moverse, de permanecer en la cama; y a pesar de esto bajaba al mostrador todos los días pues el pretexto de una enfermedad podía avivar las sospechas. Movíase con lentitud cuando los parroquianos la obligaban a levantarse y su forzada sonrisa era una crispación dolorosa que hacía estremecerse a Tonet.  El talle agarrotado parecía próximo a hacer estallar la fuerte envoltura de ballenas.
 -¡No puc més! -gemía desesperada al desnudarse, arrojándose de bruces en el lecho.
 Los dos amantes, en el silencio de la alcoba, cambiaban sus palabras con cierto terror, como si viesen levantarse entre ellos el fantasma amenazante de su falta... ¿Y si el niño no nacía muerto...?  Neleta estaba segura de ello. Le sentía rebullir en sus entrañas con una fuerza que desvanecía su criminal esperanza. Sus rebeldías de mujer codiciosa, incapaz de confesar el pecado con perjuicio de la fortuna, infundíanle la audaz resolución de los grandes criminales. Nada de llevar la criatura a un pueblo inmediato a la Albufera, buscando una mujer fiel que lo criase. Había que temer las indiscreciones de la nodriza, la astucia de los enemigos y hasta la falta de prudencia de ellos que, como padres, tomarían afecto al pequeñuelo, acabando por descubrirse. Neleta razonaba con una frialdad aterradora, mirando los sacos de arroz amontonados en su dormitorio. Tampoco había que pensar en ocultarlo en Valencia. La Samaruca, una vez sobre la pista, buscaría la verdad en el mismo infierno.
 Neleta clavaba en el amante sus ojos verdes, que parecían extraviados por la angustia del dolor y el peligro de la situación. Había que abandonar al recién nacido, fuese como fuese. Debía tener ánimo. En los peligros se muestran los hombres. Lo llevaría por la noche a la ciudad, lo abandonaría en una calle, a la puerta de una iglesia, en cualquier sitio:
 -Valencia es grande ¡y adivina quiénes fueron los padres!
 La dura mujer, después de proponer el crimen, intentaba encontrar excusas a su maldad. Tal vez sería una suerte para el pequeño este abandono. Si moría, mejor para él; y si se salvaba, ¡quién sabe en qué manos podía caer! Quizás le esperase la riqueza: historias más asombrosas se habían conocido. Y recordaba los cuentos de la niñez, con sus hijos de reyes abandonados en una selva, o sus bastardos de pastores que, en vez de ser comidos por los lobos, llegan a poderosos personajes.
 Tonet la oía aterrado. Intentó resistirse, pero la mirada de Neleta impuso cierto miedo a su voluntad, siempre débil. Además, también él se sentía mordido por la codicia: todo lo de Neleta lo consideraba como suyo, y se indignaba ante la idea de partir con los enemigos la herencia de la amante. Su indecisión le hacía cerrar los ojos, confiando en el porvenir. La cosa no era para desesperarse; ya vería de arreglarlo todo. Tal vez su buena suerte vendría a resolver el conflicto a última hora. Y gozaba de una tranquilidad momentánea dejando transcurrir el tiempo sin pensar en las criminales proposiciones de Neleta. Estaba unida a ella para siempre: constituía toda su familia. La taberna era ya su único hogar".

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