jueves, 12 de mayo de 2016

"Todo se desmorona".- Chinua Achebe (1930-2013)


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Capítulo IV

 "Okonkwo nunca mostraba ninguna emoción abiertamente, salvo la emoción de la cólera. El mostrar afecto era una señal de debilidad; lo único que merecía la pena mostrar era la fuerza. Por eso trataba a Ikemefuna igual que a todo el mundo: con mano dura. Pero no cabía duda de que el muchacho le agradaba. A veces, cuando iba a las grandes reuniones del pueblo o a las fiestas comunitarias de los antepasados permitía que Ikemefuna lo acompañara, como un hijo, que le llevara el taburete y la bolsa de piel de cabra. Y, de hecho, Ikemefuna le llamaba padre.
 Ikemefuna llegó a Umuofia al final de la temporada de ocio, entre la cosecha y la siembra. De hecho, no se recuperó de su enfermedad hasta unos días antes de que empezara la Semana de la Paz. Y aquél también fue el año en que Okonkwo rompió la paz y recibió su castigo, como era costumbre, de Ezeani, el sacerdote de la diosa de la tierra.
 Okonkwo se vio provocado a una ira justificable por su esposa más joven, que fue a hacerse las trenzas a casa de su amiga y no volvió a la hora de cocinar la comida de la tarde. Al principio, Okonkwo no se enteró de que la esposa no estaba en casa. Tras esperar en vano el plato que le correspondía a ella fue a su cabaña a ver qué estaba haciendo. En la cabaña no había nadie y la chimenea estaba apagada.
 -¿Dónde está Ojiugo? -preguntó a su segunda esposa, que salió de su cabaña a sacar agua de una cántara gigantesca a la sombra de un arbolito en el centro del recinto.
 -Ha ido a hacerse las trenzas.
 Okonkwo se mordió los labios y se llenó de ira.
 -¿Dónde están sus hijos? ¿Se los ha llevado? -preguntó con una frialdad y una calma desusadas.
 -Aquí están -contestó su primera esposa, la madre de Nwoye. Okonkwo se inclinó y miró en la cabaña. Los hijos de Ojiugo estaban comiendo con los hijos de su primera esposa.
 -¿Te pidió antes de irse que les dieras de comer?
 -Sí -mintió la madre de Nwoye, tratando de minimizar el descuido de Ojiugo.
 Okonkwo sabía que no decía la verdad. Se volvió a su obi a esperar el regreso de Ojiugo. Y cuando ésta llegó, le dio una gran paliza. En su cólera había olvidado que era la Semana de la Paz. Sus dos primeras esposas corrieron alarmadísimas a recordarle que era la semana sagrada.
 Pero Okonkwo no era hombre para detenerse a media paliza, ni siquiera por temor de una diosa.
 Los vecinos de Okonkwo oyeron las voces de su esposa y llamaron a voces por encima de los muros del recinto para preguntar qué pasaba. Algunos fueron a verlo por sí mismos. Era inaudito pegar a alguien durante la semana sagrada.
 Antes de que anocheciera, Ezeani, que era el sacerdote de la diosa tierra, Ani, visitó a Okonkwo en su obi. Okonkwo sacó una nuez de cola y la puso ante el sacerdote.
 -Llévate tu nuez de cola. No voy a comer en casa de un hombre que no respeta a nuestros dioses y antepasados.
 Okonkwo trató de explicarle lo que había hecho su esposa, pero Ezeani no pareció hacerle caso. Llevaba en la mano un báculo corto con el que golpeaba en el suelo para subrayar lo que decía.
 -Escúchame- dijo cuando terminó de hablar Okonkwo-. No eres un recién llegado a Umuofia. Sabes igual que yo que nuestros antepasados ordenaron que, antes de plantar nada en la tierra, observáramos una semana en la que no se dice ni una palabra dura al vecino. Vivimos en paz con nuestros vecinos para honrar a nuestra gran diosa de la tierra, sin cuya bendición no crecerán nuestras cosechas. Has cometido una falta grave -gran golpe del báculo en el suelo-. Tu esposa hizo mal, pero aunque entraras en tu obi y te encontraras con su amante encima de ella hubieras cometido una gran falta al apalearla -nuevo golpe del báculo en el suelo-. La falta que has cometido puede traer la ruina a todo el clan. La diosa tierra, a la que has insultado, puede negarse a darnos su fruto y pereceremos todos -ahora su tono pasó de la ira a la exigencia-. Mañana llevarás al santuario de Ani una cabra, una gallina, una medida de paño y cien cauríes -se puso en pie y salió de la cabaña-.
 Okonkwo hizo lo que le había dicho el sacerdote".   

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