jueves, 26 de mayo de 2016

"La feria".- Rodrigo Rubio (1931-2007)


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Capítulo V

 "-Rezo por él, sí. Rezo más que por mis padres muertos. Rezo muchas veces. Aunque Sergio gruñe, medio enfadado, diciéndome que si es que me he vuelto beata ahora. Le digo que calle, o que rece también, lo poco que sabe. Luego suspiro. Él se ríe. Él no puede creer que sufro, entonces, como otras veces. "Tú, con esas monas que agarras...", me dice. ¡Ah, una ya tiene esa fama! Y... una ya se convirtió en animal, en algo embrutecido, y ya no tiene sentimientos para las gentes. Nadie cree que lloro de veras y que rezo como debe rezarse, porque todos me han visto llorar alguna vez lágrimas que echó fuera el vino y porque todos me han oído palabras que nadie entiende cuando voy sola por la calle. Pero vosotros podéis creerme: me duele el corazón y ahora ya no le digo palabras de rabia a nadie. Ahora, si los chicos me dicen: "¿Le está bueno, Manuela?", no respondo con las barbaridades de otras veces, que solía decirles: "Más bueno les está a vuestras madres y hermanas, pero no el vino..."; ahora les respondo: "Sí, muy bueno." Y si me preguntan: "¿Se emborracha?", les digo: "Sí, gracias a Dios." Y casi me alegro cuando oigo decir: "Manuela bebe, Manuela se emborracha, Manuela apesta a vino", porque pienso que sería mucho peor si dijeran: "Manuela bebía, Manuela se emborrachaba, Manuela apestaba a vino", palabras que, naturalmente, ya no llegarían a mis oídos, sordos entre las tablas del ataúd. ¡Ah, el genio que otras veces llegó a mí...! ¿Por qué le gritaría yo de aquella manera a Josillo, por qué? El Señor debiera castigarme, sí, porque una...
 Y, entonces, hijo, Manuela, esa mujer que sirve de burla a los chicos del pueblo, lloraba, tapándose la cara con las manos. Y se iba así, llorando, con su botella de vino dentro de la cesta, el vino que tal vez se bebiera en dos tragos, para luego, y aunque su marido no la creyera, ponerse a rezar por ti, deseando tu mejoría.
 ¿Por qué fuiste tú por aquella sandía en la que Sergio y Manuela habían escrito sus iniciales y que guardaban como un tesoro, metida dentro de un hoyo y tapada con las hojas de una mata? Bueno, fuiste porque... Estabas con tus amigos, un anochecer del mes de agosto. Vosotros, tus amigos y tú, oíais hablar a los mayores en los corrillos de la plaza. Los mayores hablaban de sus correrías por melonares y viñedos, por las noches. Vosotros quizá quisisteis ser, por una vez, un poco hombres, un poco como ellos, los mozos, aquel anochecer. Y fuisteis al melonar de Sergio, ahí en las eras. Tus amigos, no sé si más pillos o más miedosos, se quedaron en los olivos de Justo el cabrero. Y tú fuiste por el melón. ¿Por qué tú, hijo? Un melón de agua, una sandía, en esa época, apenas sí tiene valor, aquí en el pueblo. Nosotros teníamos el más grande melonar de la comarca, allá en el viñedo recién plantado. A ti, como a ninguno de tus amigos, te hacía falta aquella sandía. ¿Qué robabais? ¿Qué valor tenía el fruto hurtado? Vosotros no lo sabíais. Ni otros mayores quizá tampoco lo hubieran sabido. Era tiempo de ir a los melonares, a los viñedos, a las arboledas, y vosotros fuisteis, como los mayores hacían. Era tiempo de salir por la noche, o simplemente al anochecer, para sentarse en el campo, entre las vides cubiertas de verdes pámpanos, bajo un almendro o una higuera. Yo, en mi juventud, también había salido muchas noches. Sé lo que es eso y no lo critico. Se hace daño en el campo, en este y en aquel melonar, pero nunca se cree que se hizo un gran destrozo. Es hermoso salir en noches así. Mejor que estar en la plaza jugando a tirarse puñados de tierra. Mejor, también, que ir a la esquina de Andrés el ciego, para escuchar tristes y desentonadas melodías que le arranca a su viejo acordeón. Es casi como un rito, entre los jóvenes, salir en noches así. El campo embriaga con su olor a hierba que se seca y a tomateras que alguien -quizás el suave viento- mueve. He salido muchas veces, cuando era mozo, en esas noches de agosto y no critico ahora, repito, a aquéllos que lo hacen. Pero a veces dejan malas huellas, allá por donde pasaron. Y eso, no. Vosotros, tú, hijo, hiciste daño a Sergio y Manuela tomando aquella sandía. ¿Tanto valor tenía? Muy poco. Valor material, poco, porque todo el pueblo estaba lleno de sandías y melones; pero ellos, Sergio y Manuela, tenían aquella sandía muy escondida, la guardaban con mucho cuidado para.. ¿Para qué día grande de una casa triste la guardaban...? Y además (y esto era lo más importante), Manuela y Sergio, los dos viejos, habían escrito, como adolescentes enamorados, las iniciales de sus nombres en la corteza..."      

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