martes, 17 de mayo de 2016

"El primer amor".- Iván Bunin (1870-1953)


Resultado de imagen de ivan bunin  
III
 "Cuando alguna vez perdía la caza por haberme quedado dormido, el descanso me era aún más agradable. Me despertaba y permanecía largo rato en la cama. Un profundo silencio reinaba en toda la casa. Se oía andar sigilosamente por las habitaciones al jardinero encendiendo las estufas y cómo la leña estallaba y chisporroteaba. Tenía ante mí todo un día de descanso en la finca, envuelta en el silencio de invierno. Me vestía sin darme prisa, vagaba por el jardín y encontraba entre la hojarasca húmeda y fría alguna manzana caída, que no sé por qué me parecía mucho más sabrosa y completamente distinta de las demás. Luego me ponía a leer los libros de los abuelos, encuadernados en gruesas tapas de cuero con estrellitas doradas y lomos de tafilete. ¡Qué bien olía el papel amarillento, grueso y áspero de estos libros parecidos a misales! Tenían un olor agradable a agrio, a moho, a perfumes antiguos... ¡Qué simpáticas eran las gruesas notas marginales, de suaves y redondos adornos, trazados con pluma de ganso! Abría el libro y leía: "La idea digna de los filósofos antiguos y modernos, la flor de la razón y del sentimiento..." Y sin darme cuenta me sentía seducido por el libro, titulado El noble filósofo, alegoría publicada hacía cien años por un "caballero de muchas condecoraciones" e impresa en la tipografía de la Beneficencia pública; trataba de "un noble filósofo que, teniendo tiempo y capacidad para discurrir y razonar sobre aquellas esferas a que la razón humana puede elevarse, tuvo un día el deseo de componer el plano del mundo en el espacioso lugar de su pueblecillo..." Luego, encontraba "las obras satíricas y filosóficas del señor Voltaire", y durante largo rato me recreaba con el simpático y amanerado estilo de la traducción: "¡Señores míos! Erasmo compuso en el siglo decimosexto la alabanza a la tontería (aquí una pausa enfática: punto y coma); y ustedes quieren que preconice ante ustedes la razón"... Después, de los tiempos de Catalina II pasaba a la época del romanticismo, a las revistas y a las largas novelas campanudo-sentimentales... El cuco asomaba en el reloj y triste e irónico cantaba en la desierta casa.
 Y poco a poco empezaba a apoderarse de mi corazón una dulce y extraña melancolía... He aquí Los secretos de Alexis, he aquí Víctor o el niño en el bosque. ¡Suenan las doce de la noche! Un silencio sagrado sustituye al ruido del día y a las canciones de los aldeanos. El sueño extiende sus negras alas por la superficie de nuestro hemisferio; sacude de ellas las tinieblas e ilusiones... ¡Las ilusiones!... ¡Qué a menudo prolongan "los sufrimientos de un desgraciado"!... Y ante mis ojos aparecen las queridas palabras antiguas: rocas y bosques, la pálida luna y la soledad, visiones y fantasmas, erotos, rosas y lirios, "pillerías y tunantadas de los jóvenes traviesos", "la mano blanca como un lirio", "las Luducilas y las Alinas"... He aquí las revistas con los nombres de Jukovsky, de Batiuchkov, de Puchkin, colegial del Liceo. Y me acordaba con tristeza de mi abuela, de las polonesas que tocaba en el clavicordio, de su modo lánguido de leer los versos de Eugenio Oneguin... Y la antigua vida pasaba ante mí... ¡Qué buenas eran las muchachas y las mujeres que vivían antaño en las casas señoriales! Sus retratos me miraban desde las paredes; las hermosas cabecitas aristocráticas con antiguo peinado bajaban con femenina docilidad sus largas pestañas sobre los ojos cariñosos y tristes...
 
 IV
 El olor a manzanas de otoño desapareció de las casas señoriales. Aunque hace poco que pasaron esos tiempos, me parece que desde entonces ha transcurrido un siglo. Murieron los ancianos de Viselki, murió Ana Guerasimovna, se pegó un tiro Arseny Semenovich... Llega el período de los nobles arruinados, empobrecidos hasta la miseria. Pero ¡también es agradable esta vida pobre y modesta!
 Otra vez me veo en la aldea a fines de otoño. Los días son azulados, sombríos. Por la mañana monto a caballo y con trompa y escopeta y acompañado de un perro me voy al campo. El viento suena y zumba en el cañón de la escopeta y corre impetuoso a mi encuentro, a ratos mezclado con nieve seca. Durante todo el día vago por las llanuras desiertas... Hambriento y helado, vuelvo a casa al anochecer, y cuando veo las lucecitas de Viselki y percibo el olor a humo y a vivienda, siento en mi alma una impresión de calor y regocijo".  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: