martes, 24 de mayo de 2016

"Cuentos de la Malá Strana".- Jan Neruda (1834-1891)


Resultado de imagen de jan neruda  
La mujer que arruinó al pordiosero

 "Voy a escribir sobre un hecho triste; pero ante mí es como si viera el rostro alegre del señor Vojtisek, ese rostro sano y luminoso, siempre colorado que, en especial los domingos, me hacía pensar en la carne asada bañada con manteca fresca, que me agrada mucho. Sin embargo, los sábados también -el señor Vojtisek se rasuraba sólo los domingos-, cuando la barba blanca le había crecido de nuevo, como nata espesa ornamentando su rostro apetitoso, el señor Vojtisek tenía una apariencia agradable. Su pelo también era atrayente. En verdad no tenía demasiado: le comenzaba a crecer bajo una pelada redondeada y era considerablemente cano, en parte plateado y en parte tendiendo al dorado, pero fino como seda y rodeando la cabeza con delicadeza. El señor Vojtisek siempre tenía el gorro en la mano y se lo ponía solamente si debía pasar por un lugar excesivamente expuesto al sol. En resumidas cuentas, el señor Vojtisek me agradaba mucho; sus ojos celestes brillaban vivamente y su rostro entero era un especie de gran ojo redondo y sincero.
 El señor Vojtisek era pordiosero. No sé a qué se había dedicado antes. Pero por lo que sé de la Malá Strana seguramente era un pordiosero antiguo y, de acuerdo con su aspecto saludable, podría continuar en su oficio por mucho tiempo. Era como un haya. Era fácil calcularle la edad. En una ocasión lo vi caminando a saltitos por la calle de San Juan, calle Ostruha arriba; descubrió al vigilante Simr tomando el sol contra la baranda y se le acercó. El señor Simr era un vigilante gordo, tanto que su levita gris siempre parecía a punto de reventar; desde atrás, su cabeza parecía una pila de salchichas rezumando grasa. Con el perdón de los lectores, el casco rutilante se bamboleaba sobre su gran cabeza cuando se movía; y cuando se echaba tras algún obrero que, desaprensivamente y desafiando las reglamentaciones cruzaba las calles llevando la pipa encendida en la boca, se tenía que sacar el casco y llevarlo en la mano. Los niños nos poníamos a reír y a saltar en un pie, pero cuando nos echaba una mirada simulábamos no habernos dado cuenta de nada. El señor Simr era un alemán de Sluknov; si todavía vive -Dios quiera- apostaría a que aún habla el checo tan mal como entonces. "Han de saber -acostumbraba decir- que lo aprendí en un año".
 Esta vez el señor Vojtisek se puso el gorro azul bajo el brazo y metió la mano en los abismos del bolsillo de su largo sobretodo gris. Saludó al señor Simr, que estaba bostezando lleno de aburrimiento en su puesto, con las palabras "¡Que Dios los ayude!", a las que respondió el señor Simr con un saludo militar. Después extrajo su humilde cajita de madera de boj para el rapé, la abrió tirando la tapa por medio de su presilla de cuero, y se la extendió al señor Simr. Éste tomó una pizca y le dijo:
 -Usted debe ser muy viejo. ¿Cuántos años tiene?
 -¡Bueno! -respondió el pordiosero sonriente-, ya han de hacer unos buenos ochenta años que mi madre me dio a luz para alegrarse el corazón.
 Con seguridad el lector estará admirado de que un pordiosero se animara a conversar con un vigilante tan afablemente, y de que éste no dejara de tratarlo de usted, como sin duda hubiera hecho con algún extraño o con algún subordinado. Y también hay que considerar lo que entonces significaba un vigilante. No era uno de tantos. Sólo había cuatro: los señores Novak, Simr, Kedlicky y Weisse, que se turnaban de día en la vigilancia de nuestra calle. Eran: el minúsculo señor Novak, del pueblo de Slabec -quien tenía inclinación por determinadas tiendas a las que lo conducía su gusto por la capital de slibovice*-; el grueso señor Simr, oriundo de Sluknov; el señor Hedlicky, que venía de Vysehrad -siempre tenía gesto hosco pero era de corazón tierno- y, por último el señor Weisse, nativo de Rozmital -hombre alto, de dientes descomunales y amarillos-. De ellos se sabía de dónde venían, cuántos años de servicio al rey habían cumplido y qué cantidad de hijos tenían. Todos gozaban del afecto de nosotros, los niños "del barrio". Nos conocían a todos y por eso podían informar siempre a las madres de por dónde andaban correteando sus pequeños". 

* Bebida alcohólica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: