Capítulo primero
"Hoy realmente es un buen día. No ha faltado ni el correo. Casi todos hemos recibido un par de cartas y algunos periódicos. Ahora nos vamos, ganduleando, hacia el prado, detrás de las barracas. Kropp lleva bajo el brazo la tapa de un barril de margarina.
En la orilla derecha del prado han construido una gran letrina general, un edificio sólido y bien cubierto. Pero esto lo dejamos a los caloyos, que todavía no han aprendido a gozar de las cosas. Nosotros sabemos algo mejor. Así veríais, repartidas por todas partes, unas cajas individuales que sirven para el mismo objeto. Cuadradas, limpias, hechas todas ellas de madera, bien acabadas, con un asiento cómodo e irreprochable. De los lados penden unas asas que permiten transportarlas.
Ponemos tres de ellas en círculo y tomamos asiento confortablemente. No nos levantaremos antes de dos horas.
Todavía me acuerdo de qué vergüenza pasábamos al principio, siendo reclutas, cuando en el cuartel debíamos usar la letrina general. No tiene puertas y los hombres, hasta veinte, se sientan el uno al lado del otro, como en un tren. De una sola mirada puedes abarcarlos a todos; el soldado ha de estar siempre bajo vigilancia.
Con el tiempo hemos aprendido algo más que a dominar esta pequeña vergüenza. Ahora conocemos otras cosas.
Pero aquí, al aire libre, la cosa resulta una verdadera delicia. No me explicó ya por qué antes cerrábamos tímidamente los ojos delante de estas cosas tan naturales como el comer o el beber. Quizá ni sería necesario mencionarlas si no fuera porque juegan en nuestras vidas un papel esencial, a pesar de haber constituido para nosotros una auténtica novedad; los veteranos las conocían tiempo ha.
Para el soldado, su estómago y su digestión son un campo mucho más familiar que para cualquier otro hombre. Las tres cuartas partes de su léxico provienen de aquí y la expresión de su alegría, al igual que la de su más colérica indignación, encuentran en estas palabras su fuerza descriptiva. Es imposible, de otra forma, expresarse más clara y rotundamente. Nuestras familias y nuestros profesores se escandalizarán cuando volvamos, pero aquí es el idioma universal.
Todas estas actividades han recobrado su inocencia gracias a su forzosa publicidad. Más aún: las consideramos tan naturales que apreciamos lo confortable de la operación de la misma manera que, por ejemplo, cuando podemos jugar un buen tute en un lugar seguro, al abrigo de los obuses. No es por casualidad que para designar los comadreos de cualquier tipo hayamos encontrado la expresión "chafarderías de letrina". Estos lugares son, en el servicio, los rincones preferidos para charlar, los sustitutos de las tertulias del café.
En estos momentos nos sentimos mejor aquí que en cualquier "water-closet" de lujo con baldosas blancas. Aquello tan sólo será más higiénico. Aquí se está magníficamente.
Son horas de una maravillosa inconsciencia. Sobre nuestras cabezas se extiende el cielo azul. En el horizonte brillan los globos cautivos, atravesados por rayos de sol, y las nubes blanquecinas de los "shrapnells". De vez en cuando, persiguiendo a un avión, se levantan como una espiga muy alta.
El sordo rumor del frente apenas nos llega, como el de una tormenta lejana. Los abejorros que pasan zumbando cerca de nosotros lo dominan fácilmente.
A nuestro alrededor se extiende el campo florido. Los tiernos tallos de la hierba ondean levemente. Algunas mariposas vienen hacia nosotros con su vuelo vacilante, planean con sus alas blancas en el aire, suave y tibio, del verano agonizante.
Leemos cartas y periódicos. Fumamos. Nos sacamos los cascos y los dejamos en el suelo, cerca de nosotros. La brisa juega con nuestros cabellos, juega con nuestras palabras y nuestros pensamientos. Las tres cajas sobre las que nos hemos sentado están cercadas de amapolas, rojas y brillantes.
Ponemos sobre nuestras rodillas la tapa del barril de margarina, improvisando así una mesa para jugar a las cartas. Kropp ha traído una baraja y empezamos.
Se podría estar sentado aquí toda una eternidad".
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