sábado, 21 de mayo de 2016

"Apología".- Fray Bartolomé de las Casas (1484-1566)

 
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Contra los perseguidores y calumniadores de los pueblos del Nuevo Mundo descubierto en el Océano. Apología del reverendísimo señor fray Bartolomé de las Casas, obispo que fue de Chiapas, de la orden de Santo Domingo
Capítulo primero

 "Todos los que de palabra o por escrito enseñan que los habitantes del Nuevo Mundo, que vulgarmente llamamos indios, deben ser dominados y sometidos por la guerra, antes de que se les anuncie y predique el Evangelio, para que después estén bien sumisos y se instruyan en la palabra de Dios, yerran groseramente de dos maneras en la fe. En primer lugar yerran con respecto al Derecho divino y humano, al abusar de las divinas palabras y violentar el sentido de las escrituras, decretos papales y tradición de los Santos Padres. Además yerran al traer a colación historias que no son sino meras fábulas y desvergonzadísimos amaños, con los cuales, actuando como falsísimos enemigos y del todo contrarios al miserable pueblo indio, lo entregan a la perdición. Yerran además contra el sentido del Decreto o Bula del Pontífice Máximo Alejandro VI, cuyas palabras violentan y depravan para demostración de sus opiniones personales, como se pondrá todo de manifiesto en nuestra siguiente exposición.
 En segundo lugar, su error e ignorancia se pone muy de manifiesto, ya que sientan definiciones sobre asuntos que atañen a una infinita multitud de hombres y a amplísimas y vastísimas regiones; al no conocer bien éstos tales cosas, resulta de una desvergüenza y temeridad sumas el que aseguren que aquellas gentes poseen defectos gravísimos, ya naturales ya en sus costumbres, y condenen así, de una manera general, a tantos millares y millares de hombres, cuando la realidad es que la mayoría de éstos se ven libres de tales defectos.
 Todas estas cosas arrastran a innumerables almas a la perdición y contrarrestan las ventajas de la propagación de la religión cristiana, cerrando los ojos de aquellos que, locos de ciega ambición, ponen todas las energías de su cuerpo y alma en la única finalidad de lograr riquezas, imperio, honores y dignidades, y con tal fin destruyen y matan con inhumana crueldad a estas inocentísimas y mansísimas gentes, que a nadie hacen daño, que son moderadas y están muy preparadas y dispuestas a recibir y abrazar la palabra de Dios.
 ¿Quién habrá, ya no diré poco docto en teología, pero incluso de sano juicio que se atreva a proferir una opinión o sentencia tan poco cristiana de la cual se originan tan terribles guerras, tantas mortandades, tantas horfandades y tan miserables males? ¿Acaso no tenemos la palabra de Cristo que nos dice: "Mirad, no despreciéis a uno de estos pequeñuelos", "¡Ay de aquél por quien venga el escándalo!", "Quien no está conmigo está contra mí, y quien conmigo no recoge, dispersa", y (en otro lugar): "Le basta al día su malicia"?
 ¿Quién hay tan impío  que quiera incitar a hombres crueles, ambiciosos, soberbios, avaros, desenfrenados y siempre ociosos, a robar a sus hermanos y a destruir sus almas al mismo tiempo que sus cosas, no siendo nunca lícita la guerra, sino solamente cuando se hace por inevitable necesidad? ¿Quién, pues, de sana mente aprobará una guerra contra hombres inocentes, ignorantes, pacíficos, moderados, inermes y faltos de toda defensa humana, ya que de tal guerra se origina la segurísima perdición de las almas de aquella gente que perece sin el conocimiento de Dios y sin ser robustecida por los sacramentos; y para aquellos que sobreviven resulta odiosa y abominable la Religión Cristiana, por lo cual el fin que Dios se propone, y por cuya consecución tantos y tan grandes padecimientos sufrió, se frustra por las impiedades y atrocidades que algunos de los nuestros con inhumana crueldad ejercen contra aquellos? ¿Qué opinión concebirá de Cristo y de los cristianos aquella gente al ver que ciertos hombres cristianos, sin ninguna causa justa, a menos por tal gente conocida, ni imaginable siquiera, y sin que tales pueblos hayan incurrido en culpa contra los cristianos, se muestran crueles contra ellos con tanta devastación y tanto derramamiento de sangre?
 ¿Qué bien puede originarse de esas expediciones bélicas que sirva ante Dios -quien estima todas las cosas con inefable caridad- de contrapeso de tantos males, tantas injurias y tantas inusitadas mortandades?"

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