viernes, 27 de mayo de 2016

"La decadencia de Occidente I".- Oswald Spengler (1880-1936)


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 "Pero, volviendo a nuestro tema estricto, intentemos desde este punto de vista determinar morfológicamente la estructura de la época actual, ante todo entre los años 1800 y 2000. Tenemos que fijar el momento de esta época en el conjunto de la cultura occidental; tenemos que definir su sentido como periodo biográfico que debe hallarse necesariamente, bajo una u otra forma, en toda cultura y desentrañar la significación orgánica y simbólica de los complejos morfológicos de carácter político, artístico, espiritual, social, que le son propios.
 Desde luego, resalta la identidad entre este periodo y el helenismo; particularmente la identidad entre el actual momento culminante de este período -señalado por la guerra mundial- y el tránsito de la época helenística a la romana. El romanismo, con su estricto sentido de los hechos, desprovisto de genio, bárbaro, disciplinado, práctico, protestante, prusiano, nos dará siempre la clave -ya que estamos atenidos a las comparaciones- para comprender nuestro propio futuro. ¡Griegos y romanos! Así, efectivamente, diferénciase el sino que ya se ha cumplido para nosotros y el sino que va a cumplirse ahora. En la "Antigüedad" hubiera podido, hubiera debido hallarse ya hace tiempo una evolución enteramente pareja a la de nuestra propia cultura occidental; esta evolución es diferente en los detalles superficiales pero idéntica por el impulso íntimo que conduce el gran organismo a su acabamiento. Habríamos entonces encontrado en la Antigüedad un constante álter ego comparable, rasgo por rasgo, con nuestra propia realidad, desde la guerra de Troya y las Cruzadas, desde Homero y los Nibelungos, pasando por el dórico gótico, el movimiento dionisíaco y el Renacimiento, Policleto y Sebastian Bach, Atenas y París, Aristóteles y Kant, Alejandro y Napoleón, hasta el predominio de la gran ciudad moderna y el imperialismo de ambas culturas.  
 Mas, para esto, era condición previa la justa interpretación de la historia antigua. ¡Y con qué parcialidad, con qué superficialidad, con qué ligereza y estrechez de miras se ha hecho siempre esa interpretación! Porque nos sentíamos demasiado emparentados con los "antiguos" hemos arreglado el problema a nuestra comodidad. La semejanza superficial es el escollo en el que naufraga la ciencia de la Antigüedad cuando cesa de ordenar y determinar sus hallazgos -tarea en la que es maestra- y pasa a interpretar el espíritu que los anima. El eterno prejuicio, que debiéramos al cabo desechar, consiste en creer que la Antigüedad nos es íntimamente próxima porque hemos sido o pretendemos ser sus discípulos y sucesores cuando, en realidad, sólo somos sus adoradores. La labor toda que el siglo XIX ha realizado en la filosofía de la religión, en la historia del arte, en la crítica social, era muy necesaria y ha servido de mucho, no para enseñarnos a comprender los dramas de Esquilo, las teorías de Platón, Apolo o Dioniso, el Estado ateniense, el cesarismo -que estamos muy lejos de comprender-, sino para hacernos sentir, por fin, lo extraño y lejano que nos es todo eso, más extraño quizá que los dioses mejicanos y la arquitectura india.
 Nuestras opiniones sobre la cultura grecorromana han oscilado siempre entre dos extremos y siempre, por supuesto, bajo una perspectiva dominada, cualquiera que fuese el "punto de vista", por el esquema Edad Antigua-Media-Moderna. Los unos, hombres de vida pública, economistas, políticos, juristas, encuentran que la "humanidad actual" se halla en lucido progreso; la valoran altamente y con ella miden todo lo anterior. No hay ningún partido moderno cuyas doctrinas no hayan servido de criterio para "valorar" a Cleón, a Mario, a Temístocles, a Catilina y a los Gracos. Los otros, en cambio, artistas, poetas, filólogos y filósofos no se sienten a gusto en el presente; buscan en el pasado un punto de referencia absoluto, desde el cual condenan el hoy con igual dogmatismo. Aquéllos consideran a los griegos como un "todavía no"; éstos consideran a los modernos como un "ya no"; ambos, empero, están sugestionados por una misma imagen histórica que enlaza las dos edades en una línea recta".

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