I.-Los orígenes de la civilización
2.-La primera civilización mesopotámica
Los resultados de la civilización
«Nacimiento de las clases sociales (3000-2000 a.C.).- El historiador moderno puede entender fácilmente la razón de que el concepto de la vida en la antigua Mesopotamia tuviera a veces expresiones tan tétricas. No sólo la propia obra de crear una civilización impuso terribles cargas sociales a sus creadores, sino que los posteriores desarrollos, durante el tercer milenio, se produjeron mediante transformaciones que costaron inmensos sacrificios.
Al describir la antigua civilización mesopotámica hay que considerar, aunque sea brevemente, esta evolución, porque la estructura de la sociedad sufrió grandes transformaciones en tiempos de Hammurabi (1700 a.C.), y por consiguiente también cambió radicalmente el modo de pensar. Aunque hoy no se disponga aún de documentación suficiente para trazar un perfil detallado de la historia política del tercer milenio, es sorprendente -e instructivo- observar, aunque sea confusamente, la aparición de muchas arduas cuestiones sociales que tendrán duraderas y problemáticas consecuencias en todas las sociedades civilizadas posteriores. Las clases sociales, por ejemplo, empiezan a diferenciarse. Las consecuencias inmediatas de esta diferenciación fueron la explotación económica y la agitación social; aumentaron las leyes que regulaban las relaciones sociales y económicas y que reprimían la opresión ilícita; hicieron su aparición los conflictos armados entre los Estados, conflictos que condujeron al imperialismo, que a su vez produjo una clase militar y sistemas burocráticos para gobernar los Estados más vastos nacidos de las conquistas.
Las primeras ciudades, casi con seguridad, se componían de trabajadores indiferenciados, que componían una sociedad realmente homogénea desde el punto de vista económico y cultural; pero bastante pronto se formaron clases distintas. La más elevada era la de los sacerdotes, que en los tiempos más antiguos trabajaban también, pero que pronto se convirtieron en administradores por cuenta de los dioses. Los templos se transformaron en importantes centros económicos, que poseían vastas tierras y absorbían una gran parte de los productos, ya en pago de arriendos, ya como ofrendas debidas a la divinidad. Las tablillas de arcilla con las cuentas del templo de Baba, consorte divina del dios más importante de Lagash, atestiguan que en el período protodinástico, sus sacerdotes administraban alrededor de una sexta parte de las tierras cultivadas de la ciudad-Estado. La mitad de estas propiedades se entregaba en arriendo a los campesinos, que pagaban de un tercio a un sexto de su producción y debían también entregar sumas de dinero, que obtenían vendiendo en la ciudad otra parte de sus productos. La otra mitad de las posesiones se cultivaba gracias al trabajo de campesinos organizados en asociaciones, bajo la dirección de superintendentes. La diosa poseía también numerosos rebaños y controlaba el trabajo de marineros, pescadores, panaderos, cerveceros, hiladores de lana. El aumento en la producción industrial, que fue notable en el período protodinástico, se hizo en gran medida en beneficio del culto, del ejército, del rey y de sus cortesanos. Las materias brutas que tenían que venir del exterior eran transportadas por los mercaderes, que ejercían sus tráficos con piedras, maderas, metales, incienso o joyas, tanto por mar como por tierra, y a lo largo de los ríos.
Además de los sacerdotes, y por encima de ellos, estaba el rey o lugal. En las épocas más tardías, "los reyes eran enviados del cielo por voluntad de los dioses" para garantizar el orden del mundo. Se empezaron a construir palacios; la tumba de una reina de Ur, hacia el 2500 a.C., asombró a los modernos por sus ricas y refinadas joyas, las arpas y el gran número de servidores sacrificados a muerte. Pero sería sumamente injusto llegar a la conclusión de que los reyes y los sacerdotes eran simples parásitos, porque a ellos competía la responsabilidad de la unión del Estado, la custodia de sus reservas, la tarea de ampliar su poderío. Naturalmente, sacaban grandes ventajas de su posición de superioridad y el resto de la sociedad cayó en un estado de absoluta dependencia.
Una consecuencia de esta situación fue la aparición de la esclavitud. Algunos hombres se convertían en esclavos al verse obligados a venderse a sí mismos o a sus hijos por deudas; otros eran prisioneros de guerra, en especial en las zonas accidentas del Este. Aunque el rebajar a los seres humanos al nivel legal de bienes venales tiene siempre efectos deformadores sobre las relaciones sociales, las costumbres y la mentalidad en general, las consecuencias de la esclavitud han de valorarse con frío espíritu crítico. En el caso que nos ocupa, la institución de la esclavitud no fue sino la última consecuencia del hecho de que el bienestar de la clase superior y las grandes obras de los tiempos más antiguos se basaban en el trabajo obligatorio de la colectividad; de no haber sido así, nunca hubiera podido nacer nada. En otras palabras, la civilización costó un duro precio y no recompensó a todos los hombres en la misma medida. Pero la mayoría de la fuerza de trabajo, en Mesopotamia, igual que en otras sociedades esclavistas del mundo antiguo, estaba constituida por hombres libres. Raramente los esclavos se empleaban en la agricultura, ocupación principal del hombre en todo el mundo antiguo; vivían más bien en las ciudades, donde servían como criados en las casas de los señores, o eran concubinas o artesanos. Como representaban un capital notable, se les garantizaba un nivel de vida mínimo, y veces conseguían, tras muchos años, reconquistar su libertad.
Desde un punto de vista político y social, aún más cargada de consecuencias que la aparición de la esclavitud, fue la regresión de los cultivadores de las antiguas tribus a la posición de campesinos dependientes, a quienes la organización estatal y la religión arrebataban la mayoría de sus productos. Tanto si vivían en aldeas como en ciudades, los campesinos compraban, vendían y tomaban prestado en mercados que estaban controlados por otros. La civilización tendía a dividir a los hombres en dos categorías diversas, los pertenecientes a un nivel superior y los pertenecientes a un nivel inferior. Las clases inferiores, iletradas, seguían siendo más conservadoras y sentían una enorme desconfianza por la civilización urbana de los ricos. Las clases superiores tendían a consolidar los sistemas de explotación y adoptaron una actitud de superioridad cultural. También había otro aspecto muy evidente de diferenciación: las relaciones entre los dos sexos. Aunque la situación de las mujeres fuera tan ventajosa en tiempos de los sumerios, que podían vender y comprar bienes inmuebles, su independencia tendía a disminuir, en vez de aumentar, a medida que la civilización avanzaba.»
[El texto pertenece a la edición en español de Akal Editor, 1974, en traducción de Esther Benítez. ISBN: 84-7339-032-6.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: