domingo, 1 de marzo de 2020

Imagino un largo camino.- Rachel Ingalls (1940)

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La herencia

«Aquella tarde ella y Carl tomaron el té con Theodore, que les habló de las obligaciones que entrañaba llevar una hacienda grande como aquélla y los problemas de envejecer sin herederos.
 -Tienes que dejárselo todo a las instituciones -les dijo-. Y hacerlo de tal forma que la generación siguiente no tenga que discutir continuamente qué era lo que realmente querías tú.
 Carla dijo entonces que ella estaba de acuerdo con su abuela, que debías regalar simplemente tus bienes y que los demás hicieran con ellos lo que quisieran. Daba vueltas y vueltas al anillo de su abuela mientras hablaba. No era fácil contradecir a Theodore.
 -Una o dos baratijas no pueden compararse con una inmensa extensión de tierra -dijo él.
 -El principio me parece el mismo. El futuro puede ser completamente distinto. La forma de vivir la gente, las circunstancias de su...
 -El futuro -afirmó Theodore- puede controlarse desde el pasado. Una buena planificación asegura que el futuro sea como quieres que sea. Hay que mirar el futuro, eso es todo.
 -Nadie lo ha conseguido nunca.
 -Yo estoy de acuerdo con tu tío -dijo Carl.
 -¿Eh?
 -Pues claro. Es sólo cuestión de organización. Es política.
 -Desde luego -dijo ella.
 -Exacto. -Carl miró a Theodore como buscando confirmación a sus palabras, y añadió: -Y la sistematización de la herencia.
 -¿Qué quieres decir?
 -Quiero decir que lo importante de superar los períodos de Neanderthal y Cro-Magnon es que una vez que has conseguido un buen cerebro puedes conseguir que las personas con inteligencia inferior a la tuya trabajen para ti. Y que si te reproduces exclusivamente con los de tu clase, los tuyos serán cada vez más inteligentes, mientras que los suyos experimentarán una degeneración progresiva y serán cada vez más estúpidos hasta llegar a ser totalmente incapaces de regir su propia existencia sin el control de otros.
 -¿Y es así como opera la herencia? Creía que se daba por sentado que había saltos; ya sabes, las similitudes aparecen tangencialmente y entre generaciones separadas por tres o cuatro etapas.
 -No -dijo categóricamente Carl-. No tienes más que fijarte en los galgos y los caballos. Es cuestión de controlar la reproducción.
 El tío Theodore asintió. Miró a Carl con aprobación. El origen de la teoría era evidente.
 -Aun en el caso de que eso fuera cierto, que no lo creo -dijo Carla-, ¿sería correcto no considerar iguales a las personas porque sean tontas o inferiores por su nacimiento?
 -Pues claro, es absolutamente correcto -respondió Theodore, asumiendo el mando- impedir que ocupen una posición de poder para la que no están en absoluto cualificados.
Resultado de imagen de imagino un largo camino -Pero si cambias las circunstancias, la educación y la enseñanza de las personas, cambias también sus aptitudes.
 -No, no se puede hacer nada con una raza deficiente.
 Se sentía bastante irritada como para proseguir la discusión, aunque dispersara la reunión. Cuando abrió la boca para empezar vio que todos los demás estaban de parte de Theodore. Más valdría dejarlo.
 -La verdad, no estoy de acuerdo -dijo.
 Kristel soltó una risilla y comentó que siempre había creído que lo mejor era dejar los debates sobre estos temas políticos importantes a los hombres. Regina le lanzó una mirada despectiva.
 -El futuro es cosa nuestra -dijo Theodore-. Como el presente.
 Carla se llevó la taza a los labios. Tal vez la manía del control, como toda aquella vía de razonamiento, tuviera relación con el hecho de que aquellas personas no tenían generaciones que las siguieran. El futuro significaba hijos. Ahora se alegraba al fin de no haber tenido ninguno. Recordó una de las peleas que había tenido con su marido, de pronto pudo recordar incluso, con absoluta precisión, los tonos de voces gritándose.
 "¿Cuándo vas a quedar embarazada?", le había gritado él.
 "Cuando dejes de acostarte con quien te da la gana", le había gritado ella a su vez.
 "No pienso dejar de hacerlo -le había contestado él-. Me gusta. Es mucho más divertido que tú en este momento."
 Y así sucesivamente. La situación se había prolongado tiempo y tiempo. Y durante todo aquel tiempo ella había deseado tener hijos aunque también sabía que independientemente de lo que dijera, la dejaría en cuanto los tuviera. Le detestaba más que a nada en el mundo y sentía verdaderos deseos de matarle una y otra vez..., una sola no bastaría.
 Apretó con fuerza la taza, con la vista clavada en la alfombra. Todavía le quería y eso empeoraba las cosas. El matrimonio no podía haber terminado de otro modo, pero aún se sorprendía deseando que todo hubiera sido diferente. El pasado determina el futuro, pero el presente siempre le parecía caótico e incontrolable.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Edhasa, 1990, en traducción de Ángela Pérez. ISBN: 84-350-1345-6.]

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