sábado, 14 de marzo de 2020

De la guerra.- Carl von Clausewitz (1780-1831)

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Libro III.- Sobre la estrategia en general
Capítulo cinco: Virtudes militares del ejército

«Las virtudes militares no deben confundirse con el simple arrojo y menos todavía con el entusiasmo por una causa. El arrojo es un elemento necesario, por supuesto. Pero así como el valor, que forma parte de la constitución del carácter del hombre, puede desarrollarse en el soldado, que forma parte de una organización, ese desarrollo debe ser diferente en él que en otros hombres. En el soldado, la tendencia natural a la acción sin trabas y al estallido de la violencia debe subordinarse a exigencias de un tipo superior: obediencia, orden, regla y método. La eficacia del ejército cobra vida y empuje con el entusiasmo por la causa por la que lucha, pero ese entusiasmo no es indispensable.
 La guerra es una actividad especial, distinta y separada de todas las demás realizadas por el hombre. Esto es cierto con independencia de su extensión y aunque todos los hombres capaces del país se hayan incorporado al servicio de armas. Las cualidades militares de un ejército se basan en el individuo que se impregna del espíritu y de la esencia de la actividad; que adiestra las capacidades que esa actividad demanda, las estimula y las hace propias; que aplica su inteligencia a todos los detalles; que con la práctica adquiere soltura y confianza; y que sumerge totalmente su personalidad en la misión encomendada.
 Aunque veamos con claridad que el ciudadano y el soldado son un mismo hombre, aunque estemos firmemente convencidos de que la guerra es empresa de toda la nación, algo diametralmente opuesto a la forma en que se concebía en la época de los condottieri, la guerra continuará siendo siempre un asunto individual y distinto. Por tanto, mientras practiquen esta actividad, los soldados se verán como miembros de una especie de hermandad en cuyos reglamentos, leyes y costumbres el espíritu de la guerra ocupa lugar de honor. Y así es como ocurre en realidad. Por más inclinado que alguien se sienta a adoptar la perspectiva más elaborada de la guerra, se equivocaría gravemente si infravalorase el orgullo profesional, el espíritu de cuerpo, como algo que debe estar presente en un ejército en mayor o menor grado. El orgullo profesional es el vínculo entre las diversas fuerzas naturales que activan las virtudes militares, que cristalizan más fácilmente en el contexto de este orgullo profesional.
 Un ejército que conserva su cohesión bajo el fuego más violento, que no es perturbado por temores imaginarios y que se enfrenta a los reales con toda su fuerza, que, orgulloso de sus victorias, no se resiste a obedecer las órdenes y conserva el respeto y la confianza en sus oficiales también en la derrota; cuya fuerza física, como los músculos de un atleta, se ha templado con la práctica de las privaciones y el esfuerzo; una fuerza que considera ese esfuerzo un medio para obtener la victoria y no un fin en sí mismo; que se esmera en el cultivo de todos estos deberes y virtudes movido por la idea única y poderosa del honor de las armas; un ejército así está imbuido del verdadero espíritu militar.
 Es posible luchar magníficamente, como los hombres de la Guerra de la Vendée y obtener grandes victorias, como los suizos, los americanos o los españoles, y a pesar de todo no haber desarrollado las virtudes aquí descritas; incluso es posible ser el comandante victorioso de un ejército regular, como el príncipe Eugenio y Marlborough, sin apenas recurrir a ellas. Nadie puede sostener que es imposible librar una guerra con éxito sin estas cualidades. Insisto en esto para aclarar el concepto, para no perder de vista la idea en una niebla de generalidades y no dar la impresión de que el espíritu militar es a la postre lo único que cuenta. No es así. El espíritu de un ejército puede contemplarse como un factor moral definido con el que pueden hacerse cálculos mentales, cuya influencia puede, por tanto, estimarse. En otras palabras: es una herramienta cuya potencia puede medirse.
Resultado de imagen de de la guerra carl von clausewitczeditorial tecnos […] Se escoge a los generales por sus cualidades sobresalientes y todos los oficiales superiores son puestos a prueba; pero este proceso de prueba se hace menos escrupuloso a medida que se desciende en la escala de mando, por lo que cabe esperar una disminución proporcional del talento personal. Lo que aquí falta deben compensarlo las virtudes militares. La misma función desempeña las cualidades naturales de los hombres movilizados para la guerra: valentía, adaptabilidad, vigor y entusiasmo. Estas cualidades sustituyen al espíritu militar, y viceversa, lo que lleva a las siguientes conclusiones:
 1.-Las virtudes militares sólo se encuentran en ejércitos regulares y son las más necesarias. En los alzamientos nacionales y las guerras populares su lugar es ocupado por las cualidades guerreras naturales, que se desarrollan más rápidamente en tales condiciones.
 2.-Un ejército regular que lucha contra otro ejército regular puede prescindir de las virtudes militares más fácilmente que cuando se opone al pueblo en armas, pues en este caso las fuerzas se verán divididas y las distintas unidades deberán valerse por sí mismas. Pero cuando las tropas pueden permanecer concentradas, el talento del comandante tiene más espacio para actuar y puede compensar la falta de espíritu de los soldados. En general, las virtudes militares son tanto más necesarias cuanto mayor sea la medida en que el teatro de operaciones y otros factores tiendan a complicar la guerra y a dispersar a las fuerzas.
 Si algo puede deducirse de estos hechos es que cuando un ejército carece de virtudes militares, es preciso hacer todos los esfuerzos para realizar operaciones tan sencillas como sea posible; en caso contrario, es preciso duplicar la atención que se presta a todos los aspectos del sistema militar. El mero hecho de que los soldados pertenezcan a un "ejército regular" no implica automáticamente que estén a la altura de sus deberes.
 Por tanto, el espíritu militar es uno de los más importantes elementos morales de la guerra. Cuando falta debe sustituirse por otros, como la superior capacidad del general o el entusiasmo popular; de otro modo, los resultados no estarán a la altura del esfuerzo invertido. Demuestran cuánto ha logrado este espíritu, esta virtud sobresaliente, este refinamiento del metal bajo en metal precioso, los macedonios mandados por Alejandro, las legiones romanas mandadas por César, la infantería española a las órdenes de Alejandro Farnesio, los soldados suecos de Gustavo Adolfo y Carlos XII, los prusianos de Federico el Grande y los franceses de Napoleón. Habría que estar ciego a todas las pruebas que aporta la historia para negar que las grandes victorias obtenidas por estos generales y su grandeza ante la adversidad sólo han sido posibles con ayuda de un ejército que tenía todas esas virtudes.»
     
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Tecnos (Grupo Anaya), 2010, en traducción de Celer Pawlowsky. ISBN: 978-84-309-5118-5.]
 

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