I.-Cantar del destierro
2.-El Cid consigue dinero de dos judíos de Burgos
«Así le contesta el Cid, que en buen hora ciñó espada: / -¡Veo, Martín Antolínez, que sois esforzada lanza!
Si con vida salgo de esto, os doblaré la soldada. / Cuanto tenía, gasté; estoy sin oro ni plata.
Muy claro lo veis aquí: conmigo no traigo nada. / ¡Tanto como necesito para cuantos me acompañan!
Y lo haré a disgusto mío; por las buenas, no lo daban. / Si a vos os parece bien, / quiero aquí llenar dos arcas
hasta los bordes de arena, que así resulten pesadas. / Cubridlas con ricos cueros; y más, con clavos cerradlas.
Los cueros sean bermejos y los clavos, bien dorados. / Id por Raquel y Vidas, y decidles en privado
nada en Burgos me vendieron pues el Rey me ha desterrado. / No puedo llevar mis bienes, pues son muchos y pesados.
Se los quisiera empeñar por lo que fuere acordado. / Lleven las arcas de noche, que no las vean cristianos.
¡Que Dios sí tiene que verlo, y con Él todos sus Santos! / Yo no le puedo hacer más, y bien a pesar que lo hago.
Así Martín Antolínez pronto a cabo lo llevaba. / Pasó por Burgos y luego por el castillo entraba.
Así Martín Antolínez pronto a cabo lo llevaba. / Pasó por Burgos y luego por el castillo entraba.
Por los dos, Raquel y Vidas, con gran prisa preguntaba. / Raquel y Vidas, los dos, hallólos que estaban ambos
contando buenas riquezas, que ganaron en sus tratos. / Llegó Martín Antolínez, entendido en estos casos:
-¿Dónde estáis, Raquel y Vidas, amigos que quiero tanto? / En secreto, y muy a solas, hablar quisiera con ambos.
Y sin perder un momento los tres juntos se apartaron: / -Oídme, Raquel y Vidas: dadme los dos vuestras manos.
A nadie me descubráis, ni a los moros ni a cristianos. / Para siempre os haré ricos; nunca estaréis con trabajos.
Ya sabéis que a don Rodrigo por las parias le enviaron; / recogió grandes riquezas en número muy sobrado.
Quedóse con mucho de ello, lo de valor señalado. / Por aquello le ha venido por lo que fue acusado.
Dos arcas tiene colmadas del oro más apreciado. / Ya veis, pues, lo que esto ha sido y por qué el Rey se ha enojado.
Sus heredades dejó, las casas y los palacios. / Llevar no puede las arcas sin que el Rey descubra el caso.
Quisiera el Campeador dejadlas en vuestras manos, / y que les prestéis sobre ellas lo que se acuerde en el trato.
Tomaríais las dos arcas y las pondríais a salvo. / Juradme por vuestra fe de que si esto acordamos
que no las vais a mirar en lo que queda del año. / Apartáronse los dos Raquel y Vidas hablando:
-Importa que en todo haya ganancia con que vivamos. / Lo del Cid bien los sabemos, que buen dinero ha ganado
cuando entró en tierra de moros, de donde mucho ha sacado. / Quien viaja con dineros no se duerme sin cuidados.
Tomemos, pues, las dos arcas, según Martín nos ha hablado, / pongámoslas en lugar que nadie sepa del caso.
-Don Martín, ¿y con el Cid, cómo cerraremos trato? / ¿Qué ganancia nos dará por todo lo de este año?
Martín Antolínez dijo a manera de enterado: / -Nuestro Cid sólo querrá lo que se acuerde en el trato.
Os ha de pedir bien poco, si queda lo suyo a salvo. / De todas partes le llegan hombres de dinero faltos.
Necesita por lo menos reunir seiscientos marcos. / Dijo Raquel, dijo Vidas: -Se los daremos de grado.
-Se está ya haciendo de noche, y el Cid anda apresurado. / Y necesidad tenemos de cobrar pronto los marcos.
Dijo Raquel, dijo Vidas: -Así no se hacen los tratos, / sino primero cogiendo, luego dando lo acordado.
Dijo Martín Antolínez: -Eso corre a mi cuidado. / Venid ambos a la tienda del Campeador nombrado.
Allí ya os ayudaré, pues que así es lo concertado, / a que os llevéis las dos arcas y las escondáis a salvo,
que nadie llegue a saberlo ni los moros ni cristianos. / Dijo Raquel, dijo Vidas: -Eso queda a nuestro cargo.
En nuestro poder las arcas, tendréis los seiscientos marcos. / Pronto Martín Antolínez vuelve corriendo a caballo.
Con él van Raquel y Vidas de voluntad y de grado. / No atraviesan por el puente, que por el agua pasaron,
para que nadie de Burgos se enterase de los tratos. / Vedlos que están en la tienda del Campeador nombrado;
así que entraron en ella, al Cid besaron las manos. / Sonrióse nuestro Cid, así les estaba hablando:
-¿Pues, don Raquel y don Vidas, me teníais olvidado? / Ya me salgo de la tierra; airóse el Rey, y me ha echado.
Por lo que a mí me parece de lo mío tendréis algo. / Mientras vosotros viváis, no os veréis de nada faltos.
Raquel y Vidas al Cid le besaron en las manos. / Y así Martín Antolínez el negocio ha concertado:
que encima de aquellas arcas darían seiscientos marcos, / y las arcas guardarían hasta el cabo de aquel año;
ellos fe le habían dado y así lo habían jurado / que si antes las abriesen, que fuesen perjuros malos,
y nuestro Cid no les diese ni un dinero de los falsos. / Dijo Martín Antolínez: -Carguen las arcas del trato.
Llevadlas, Raquel y Vidas, y ponedlas bien a salvo. / Con vosotros yo he de ir para traerme los marcos,
pues se marcha nuestro Cid antes de que cante el gallo. / ¡Cuando cargaron las arcas cómo la estaban gozando!
Ni aun alzarlas podían siendo de fuerza sobrados. / Raquel y Vidas alégranse con los dineros guardados,
pues en tanto que viviesen ricos ya serían ambos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 1977, en versión de Francisco López Estrada. ISBN: 84-7039-112-7.]
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