Los caballeros las prefieren rubias
El centro de Europa
30 de mayo
«Pues ayer por la noche el señor Spoffard y yo dimos un largo paseo por el parque, pero no llaman así al parque en lengua vienesa sino Prater. Y de verdad que un prater es divino, porque es igual que Coney Island pero al mismo tiempo está en el bosque y está prácticamente lleno de árboles y tiene un camino largo para que la gente pasee en calesa. Descubrí que la señorita Chapman ha estado hablando muy mal de mí. Parece que ha estado haciendo averiguaciones sobre mí y me quedé muy sorprendida al enterarme de la cantidad de cosas que la señorita Chapman parecía saber de mí, pero, eso sí, no había descubierto que el señor Eisman se dedica a instruirme. Tuve que decirle al señor Spoffard que yo no siempre había estado tan reformada como lo estoy ahora porque el mundo estaba lleno de caballeros que no eran más que lobos disfrazados de cordero cuya única actividad consistía en aprovecharse de nosotras, las chicas. Lloré lo mío. Y luego le conté que yo no era más que una chiquilla de Little Rock cuando me fui de Little Rock, y para entonces el señor Spoffard ya tenía los ojos llenos de lágrimas. También le conté que yo venía de una familia muy, muy buena porque papá era muy intelectual y era un señor muy, muy importante y todo el mundo decía que era un señor muy intelectual. Le dije al señor Spoffard que cuando salí de Little Rock pensaba que los caballeros eran gente que sólo vive para proteger a las chicas, y que cuando me di cuenta de que no les interesaba tanto protegernos como yo pensaba era ya demasiado tarde. Entonces él también lloró lo suyo. Le conté cómo finalmente me había reformado a base de leer cosas sobre él en los diarios y que cuando le vi en el expreso oriental me di cuenta de que el encuentro sólo podía ser cosa del destino. Le dije al señor Spoffard que pensaba que una chica estaba más reformada sabiendo lo que es no estar reformada que habiendo nacido ya reformada y sin saber de qué va el asunto. Entonces el señor Spoffard se acercó a mí y me besó en la frente de un modo cargado de respeto y dijo que yo le recordaba mucho a una chica que sale mucho en la Biblia y que se llama Magdalena. También dijo que él mismo había cantado en un coro, así que no era nadie para lanzarle la primera piedra a una chica como yo.
Paseamos por el Prater hasta tarde y fue realmente divino, porque la luna estaba preciosa y hablamos largo y tendido de moral, y todas las orquestinas del Prater tocaban a lo lejos "Mamá quiere a Papá". Porque "Mamá quiere a Papá" acaba de llegar a Viena y a todos parece encantarles "Mamá quiere a Papá" aunque en América ya la tengamos muy oída. Y luego me llevó de vuelta al hotel.
Las cosas siempre acaban por salir bien, porque esta mañana llamó el señor Spoffard y me dijo que quería presentarme a su madre. Yo le dije que prefería almorzar a solas con su madre porque así podríamos tener un pequeño tetatet si sólo estábamos las dos. Le dije que trajera a su madre a comer a nuestra habitación para evitar que la señorita Chapman se colase y lo echase todo a perder.
Así que él trajo a su madre a nuestro saloncito y yo me puse un sencillo vestidito de organdí que me había apañado con cuatro trapitos y un par de guantes de encaje negro que Dorothy solía llevar al Folí y zapatos sin tacón. Cuando nos presentó estuve de lo más cortés, porque siempre he pensado que es muy bonito que una chica esté cargada de buenos modales. Entonces él nos dejó solas y hablamos un poquito y le dije que a mí no me gustaban nada esas lagartas que corren hoy día por ahí porque yo era una chica bastante chapada a la antigua.
Entonces la madre del señor Spoffard me dijo que la señorita Chapman decía que había oído decir que yo no era tan chapada a la antigua como yo decía. Entonces le dije que estaba tan chapada a la antigua y era tan respetuosa con todos mis mayores que nunca me habría atrevido a decirles qué es lo que tienen que hacer, cosa que la señorita Chapman hace con ella, por ejemplo.
Pedí la comida y pensé que un poco de champán le sentaría bien, así que pregunté si le gustaba el champán. Parece que el champán le encanta, pero la señorita Chapman opina que no está nada bien beber alcohol. Pero yo le dije que yo era una cristiana científica y todos nosotros, los cristianos científicos, creemos que no hay ningún mal en nada, así que, ¿qué mal puede haber en una botellita de champán? Parece que ella nunca había visto las cosas bajo ese prisma, porque dijo que la señorita Chapman también creía en el cristianismo científico pero que la señorita Chapman pensaba que las mejores bebidas se parecían más al agua y semejantes. Almorzamos y ella empezó a sentirse muy, muy bien. Entonces pensé que más valía tomarse otra botella de champán porque le dije que yo era una cristiana científica tan ardiente que no pensaba que pudiera haber ningún mal incluso en dos botellas de champán. Así que nos tomamos otra botella de champán y ella se interesó mucho por el cristianismo científico, porque dijo que pensaba que realmente era una religión mejor que la prespiteriana. Dijo que la señorita Chapman solía incitarla a aplicarla a todo, pero que la señorita Chapman, al parecer, no tenía tan profundos conocimientos del cristianismo científico como yo.
Entonces le dije que pensaba que la señorita Chapman estaba celosa de su buen aspecto. Y ella dijo que eso era cierto porque la señorita Chapman siempre le hacía llevar sombreros de piel de caballo negro con la excusa de que la crin de caballo, al ser muy ligera, no le pesa nada al cerebro de una persona. Le dije que iba a darle uno de mis sombreros, uno que lleva varias rosas gordas. Lo saqué pero no pude colocárselo en la cabeza porque el sombrero es bastante pequeño y ella lleva el pelo crepado. Pensé coger las tijeras y cortarle el pelo, pero pensé que ya había hecho suficiente por ella en un solo día.
La madre de Henry dijo que yo era el mejor rayo de sol que había alumbrado su vida, y cuando Henry vino a buscarla para llevársela a su habitación no se quería ir. Pero después de que se la llevara, él me llamó por teléfono y estaba muy excitado y dijo que quería preguntarme algo muy importante. Quedamos en vernos por la noche.
Pero ahora tengo que ver al señor Eisman porque tengo la idea de hacer algo que es muy, muy importante y que debe hacerse inmediatamente.
31 de mayo
Bueno, pues Dorothy, el señor Eisman y yo nos encontramos en un tren rumbo a un lugar llamado Budapest. No vi a Henry antes de irme, pero le dejé una carta. Porque pensé que estaría bien que lo que tuviera que preguntarme lo hiciera por escrito, en vez de preguntármelo, y no podría escribirme si yo estaba en la misma ciudad que él. En mi carta le contaba que me tenía que marchar en cinco minutos porque acababa de descubrir que Dorothy estaba a punto de pasar a ser totalmente irreformable y que si no la sacaba rápido de allí todo lo que había intentado por ella resultaría inútil. Por eso le dije que escribiera lo que tuviera que decirme y que me lo enviara por correo al hotel Ritz de Budapest. Y es que yo siempre he creído en el viejo refrán "Dilo por escrito".
Fue muy fácil convencer al señor Eisman de que abandonáramos Viena, pues ayer fue a ver la fábrica de botones y parece que en la fábrica de botones no había nadie trabajando porque estaban celebrando una fiesta de cumpleaños en homenaje a algún santo. Parece que cada vez que un santo cumple años todo el mundo deja de trabajar y le montan una fiesta de cumpleaños. El señor Eisman le echó un vistazo al calendario y descubrió que prácticamente cada semana hay uno u otro santo que cumple años. Por eso ha decidido que con América ya tiene bastante.
Henry no podrá seguirme a Budapest porque su madre está en tratamiento con el doctor Froyd y parece ser un caso más difícil de lo que fue el mío. Y es que debe de ser muy duro para el doctor Froyd porque ella parece que no distingue entre lo que sueña y lo que realmente le ocurre. Así que se lo cuenta todo y él saca sus conclusiones. Me refiero a que cuando ella le cuenta que un joven caballero muy, muy elegante trató de ligar con ella en la Quinta Avenida, él saca sus conclusiones.
Pronto estaremos de nuevo en un hotel Ritz y hay que reconocer que será maravilloso encontrar un hotel Ritz justo en el centro de Europa.»
[El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 1998, en traducción de Ramón de España. ISBN: 84-8310-574-8.]
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