Qué hay de nuevo en la vida
«-Por desgracia es típico de ti -afirmó mi padre, con un movimiento de cabeza.
-¿El qué?
-Pues que te comportas como si estuvieras actuando en una serie de dibujos o no sé cómo decirlo.
-Me gusta cuando de vez en cuando pasa algo interesante.
-¡Constantemente pasa algo! Aunque te quedaras sentado en casa en tu sillón, ¡siempre está pasando algo! Virus cada vez más perfectos se esfuerzan en reprogramar la marcha de tus células, los antibióticos poco a poco dejan de funcionar, hacen clonaciones, casi cada día desaparece del planeta una especie animal, los moros tienen la bomba atómica, ¿te parece poco? Naciones enteras se desplazan por el mundo, ¿no te basta?
-A mí ya sólo me interesa la gente con la que de vez en cuando puedes tener una charla inteligente, y tampoco queda mucha. ¡Y no digas moros!
-Sí, sí, tú gracias a Dios no lo viviste, la de mierda que le sale a la gente cuando llega una situación en la que se lo pueden permitir; el racismo está infaliblemente en todos nosotros...
-Yo no tengo nada de eso.
-No tienes por qué saberlo necesariamente, es que aparece sólo en ciertas condiciones. Yo tampoco pienso que haya personas peores que otras... Sólo afirmo que no sabes lo que sentirás cuando llegue de alguna manera. Es que todo el progreso, todo nuevo humanismo, a lo único que llevará es que a que el día que nos cojan del cuello les sonreiremos en tono de disculpa, porque tenemos claro que tienen alguna razón para tenernos ganas...
-¿A quiénes?
-¿Qué?
-¿A quiénes les sonreiremos?
-Pues a los moros, los árabes, quién si no...
-La ley del péndulo... al fin y al cabo hemos exterminado naciones enteras.
-¿Quiénes, nosotros?
-Pues la raza blanca, el hombre blanco.
-Yo no he exterminado ninguna nación, y si tú alguna vez has exterminado alguna nación, estate contento de que no me haya enterado yo, porque recibirías un par de sopapos. Pero en estos momentos a mí me preocupa más que ya hace un mes que no me funciona la lavadora y no tengo ni idea de dónde sacaré para una nueva...
-A nosotros yo creo que nadie nos exterminará... -dije yo-. Seguramente intentarán a ver qué aguantamos, y cuando se den cuenta de que pueden hacernos astillas, nos destrozarán como las hormigas a la carroña. Y lo peor es que en realidad tendrán derecho... Deberías haberlo dicho, que necesitabas una lavadora, ahora tenemos una nueva, así que podrías haber cogido la otra.
-Genial, ¡la cogeré!
-Ya no la tenemos.
-Ajá, y dime ¿de dónde has sacado para una lavadora?
-Hanka la compró. […]
-Realmente no puedes quejarte de que no pase nada... Pero te equivocas si piensas que es privilegio de los blancos, lo de exterminar a otras naciones. Sólo en los últimos doscientos años mira qué ha pasado. Los turcos exterminan a los armenios y a los kurdos, los indonesios a los timoreses, los negros a los árabes y los árabes a los negros, Stalin, él mismo asiático, diezmó a muchas naciones asiáticas, eh, y ahí está China, África, Sri Lanka, India y el Pakistán, sin comentarios. Y son personas, ¿eh?, pero ni siquiera los animales inocentes están mejor, desde luego Konrad Lorenz creía que los animales tenían un modelo innato de comportamiento que les impedía exterminar masivamente a los miembros de su propio género, pero ahora ya se sabe que no es verdad. Las hormigas, bueno vale, son hormigas, pero los lobos, las hienas, los felinos y muchas otras especies sociales disponen masacres organizadas de todas las manadas rivales. ¿Y los primates? Éstos ya ni se preocupan, los chimpancés incluso exterminan sistemáticamente a todas las pandillas vecinas, incluidas crías y hembras, lo que es un típico genocidio de cabo a rabo...
[…] Llegamos hasta la última casa de la calle, la rodeamos y nos dirigimos a la boca de un pequeño túnel peatonal […] Cuando luego emergimos al otro lado, nos encontramos en un estrepitoso mundo civilizado, lleno de luces.
-Ajá, pero si esto es Podbadská -mi padre hizo crujir las articulaciones de las manos-, y por ahí está la avenida de los Partisanos Yugoslavos, ahí en mis tiempos iba cada viernes al Svejk con Alfréd Kahavka. ¡Ése sí que es un auténtico alcohólico! Vosotros me reprocháis que bebo alcohol, ¿pero Alfréd? Ése bebe regularmente desde los dieciocho años, nunca lo ha dejado en toda su vida, hoy tiene sesenta y siete y sigue con la cabeza bien puesta y siempre está contento. Y yo mira, antes de los treinta vivía como un monje, no bebía nada, ¿y qué soy? Un abuelo penoso...
-Yo, desde luego, no te reprocho nada.
-Ya, pero en la boda te daba vergüenza, cuando te casaste con Blanka, y yo sólo le enseñaba croata a tu suegra, ella misma quiso...
Meneé la cabeza, pero me acuerdo bien. Sí, ya croata. Le recuerdo bailando para entretenimiento de los invitados alrededor de la mesa, cacareando con las manos sobre la cabeza y a una señora alegre bailando con él, después ella se sentó y todos, para guardar las formas, se rieron, pero miraban hacia otro lado, porque era una ingeniera y maestra, una sabandija de la Oficina de Previsiones Económicas, mientras que mi padre sin duda estaba borracho y quizá para alguien fuera insoportable, pero era libre, en silencio y con discreción, igual que siempre. […]
-La verdad es que en esa época bebía bastante -siguió mi padre-, ¿pero qué ha de hacer uno si tiene que vivir en esta porquería, en la que no es posible mantener la salud mental sin la adecuada anestesia local? Volverse lelo y posteriormente estar contento sería igualmente el camino, pero lo conseguí sólo a medias.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Melusina, 2008, en traducción de Kepa Uharte y revisión de Judit Romeu Labayen. ISBN: 84-96614-40-9.]
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