viernes, 27 de marzo de 2020

La malquerida.- Jacinto Benavente (1866-1954)

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Acto segundo
Escena II

«Eusebio: Pa más cuidaos; que aquella madre no vive pensando siempre en todo lo malo que puede sucederles. Y con esto de ahora... Esto ha venido a concluir de aplanarnos. Tan y mientras confiamos que se haría justicia... Es que me lo decían todos y yo no quería creerlo... Y ahí le tenéis, al criminal, en la calle, en su casa, riéndose de toos nosotros; pa afirmarme yo más en lo que ya tengo bien sabido: que en este mundo no hay más justicia que la que uno se toma por su mano. Y a eso darán lugar, y a eso te mandé ayer razón, pa que fueras tú y les dijeses que si mis hijos se presentaban por el pueblo que no les dejasen entrar por ningún caso, y si era menester que los pusieran presos, todo antes que otro trastorno pa mi casa; aunque me duela que la muerte de mi hijo quede sin castigar, si Dios no lo castiga que tié que castigarla o no hay Dios en el cielo.
 Raimunda: No se vuelva usted contra Dios, tío Eusebio; que aunque la Justicia no diera nunca con el que le mató tan malamente su hijo, nadie quisiéramos estar en su lugar d'él. ¡Allá él con su conciencia! Por cosa ninguna de este mundo quisiera yo tener mi alma como él tendrá la suya; que si los que nada malo hemos hecho ya pasamos en vida al purgatorio, el que ha hecho una cosa así tié que pasar al infierno; tan cierto puede usted estar como hemos de morirnos.
 Eusebio: Así será como tú dices; pero ¿no es triste gracia que por no hacerse justicia como es debido, sobre lo pasao, tenga yo que andar ahora sobre mis hijos pa estorbarlos de que quieran tomarse la justicia por su mano y que sean ellos los que a la postre se vean en un presidio? Y que lo harán como lo dicen. ¡Hay que oírles! Hasta el chequetico; va pa los doce años, hay que verle apretando los puños como un hombre y jurando que el que ha matao a su hermano se las tié que pagar sea como sea... Yo le oigo y me pongo a llorar como una criatura..., y su madre, no se diga. Y la verdad es que uno bien quisiera decirles: "Andar ya, hijos, y matarle a cantazos como a un perro malo y hacerle pedazos aunque sea, y traérnoslo aquí a la rastra..." Pero tié uno que tragárselo too y poner cara seria y decirles que ni por el pensamiento se les pase semejante cosa, que sería matar a su madre y una ruina pa todos...
 Raimunda: Pero vamos a ver, tío Eusebio, que tampoco usted quiere atender a razones: si la Justicia ha sentenciado que no ha sido Norberto, si nadie ha declarao la menor cosa en contra suya, si ha podido probar ande estuvo y lo que hizo todo aquel día, una hora tras otra; que estuvo con sus criados en los Berrocales, que allí le vio también y estuvo hablando con él don Faustino, el médico del Encinar; mismo a la hora en que sucedió lo que sucedió... y diga usted, si nadie podemos estar en dos partes al mismo tiempo... Y de sus criados podrá usted decir que estarían bien aleccionados, por más que no es tan fácil ponerse tanta gente acordes pa una mentira; pero don Faustino bien amigo es de usted y bastantes favores le debe..., y como él otros muchos, que habían de estar de su parte de usted, y todos han declarao lo mismo. Sólo un pastor de los Berrocales supo decir que él había visto de lejos a un hombre a aquellas horas, pero que él no sabría decir quién pudiera ser; pero por la persona y el aire y el vestido, no podía ser Norberto.
La malquerida ; Señora ama de Benavente, Jacinto: Orbis ... Eusebio: Si a que no fuera él yo no digo nada. Pero ¿deja de ser uno el que lo hace porque haiga comprao a otro pa que lo haga? Y eso no pué dudarse... La muerte de mi hijo no tiene otra explicación... Que no vengan a mí a decirme que si éste, que si el otro. Yo no tengo enemigos pa una cosa así. Yo no hice nunca mal a nadie. Harto estoy de perdonar multas a unos y a otros, sin mirar si son de los nuestros o de los contrarios. Si mis tierras parecen la venta de mal abrigo. ¡Si fuera yo a poner todas las denuncias de los destrozos que me están haciendo todos los días...! A Faustino me lo han matao porque iba a casarse con la Acacia, no hay más razón, y esa razón no podía tenerla otro que Norberto. Y si todos hubieran dicho lo que saben, ya se hubiera aclarao todo. Pero quien más podía decir, no ha querido decirlo...
 Raimunda: Nosotros. ¿Verdad, usted?
 Eusebio: Yo a nadie señalo.
 Raimunda: Cuando las palabras llevan su intención no es menester nombrar a nadie ni señalar con el dedo. Es que usted está creído, porque Norberto sea de la familia, que si nosotros hubiéramos sabido algo, habíamos de haber callao.
 Eusebio: Pero ¿vas tú a decirme que la Acacia no sabe más de lo que ha dicho?
 Raimunda: No, señor; que no sabe más de lo que todos sabemos. Es que usted se ha emperrao en que no puede ser otro que Norberto, es que usted no quiere creerse de que nadie pueda quererle a usted mal por alguna cosa. Nadie somos santos, tío Eusebio. Usted tendrá hecho mucho bien; pero también tendrá usted hecho algún mal en su vida; usted pensará que no es pa que nadie se acuerde, pero al que se lo haiga usted hecho no pensará lo mismo. A más, que si Norberto hubiera estao enamorado de mi hija hasta ese punto, antes hubiera hecho otras demostraciones. Su hijo de usted no vino a quitársela; Faustino no habló con ella hasta que mi hija despidió a Norberto, y le despidió porque supo que él hablaba con otra moza y él ni siquiera fue pa venir a disculparse, de modo y manera que si a ver fuéramos, él fue quien la dejó a ella plantada. Ya ve usted que nada de esto es pa hacer una muerte.
Eusebio: Pues si es así, ¿por qué a lo primero todos decían que no podía ser otro? Y vosotros mismos, ¿no lo ibais diciendo?
 Raimunda: Es que así, a lo primero, ¿en quién otro podía pensarse? Pero si se para uno a pensar, no hay razón pa creer que él y sólo él pueda haberlo hecho. Pero usted no parece sino que quiera dar a entender que nosotros somos escubridores, y sépalo usted, que nadie más que nosotros quisiéramos de una vez y se supiera la verdad de todo, que si usted ha perdío un hijo, yo también tengo una hija que no va ganando nada con todo esto.
 Eusebio: Como que así es. Y con callar lo que sabe, mucho menos. Ni vosotros..., que Norberto y su padre, pa quitarse sospechas, no queráis saber lo que van propalando de esta casa, que si fuera uno a creerse de ello...
 Raimunda: ¿De nosotros? ¿Qué puen ir propalando? Tú, que has estao en el pueblo, ¿qué dicen?
 Esteban: ¡Quién hace caso!
 Eusebio: No, si yo no he de creerme de na que venga de esa parte, pero bien y que os agradecen el no haber declarao en contra suya.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983. ISBN: 84-7530-360-9.]

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