domingo, 22 de septiembre de 2019

El cuaderno prohibido.- Alba de Céspedes (1911-1997)

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28 de febrero

«Esta tarde, Mirella, nada más llegar a casa, me ha llamado a su cuarto.
 -Mira -me ha dicho exultante, vaciando delante de mis asombrados ojos un sobre que contenía muchos billetes. Estaba a punto de preguntarle con severidad de dónde procedía ese dinero cuando ella misma me lo ha explicado-: Es mi sueldo.
 Luego ha recogido los billetes con sumo cuidado, uno a uno, casi acariciándolos, mientras iba diciéndome las cosas que pensaba comprarse, en su mayor parte esas frivolidades que tantas veces me ha pedido y que nunca he podido darle. Será injusto, pero me ha parecido que quería humillarme, así que he adoptado una actitud casi desdeñosa y le he dicho que por fin, ahora que sabe lo que cuesta ganarlo, apreciará lo que hemos hecho por ella. Ella iba de la habitación al cuarto de baño y se frotaba vigorosamente la cara con la toalla.
 -¿Quieres saber la verdad, mamá? -me ha dicho sonriendo-. Pues verás, he descubierto que no es nada difícil. Os había oído hablar tanto de esto que después de tomar la decisión me sentía acobardada y temía no ser capaz. La noche anterior a mi primer día de oficina no pude dormir. Riccardo no había dejado de mirarme con ironía y desconfianza, dudando de que en un bufete como el de Barilesi quisieran una chica como yo. Yo misma me inclinaba a darle la razón. Al verme delante de la puerta, quise volverme atrás y llamar diciendo que renunciaba al empleo, que estaba enferma o dando otra excusa cualquiera. Si no lo hice fue por vosotros. -Yo he abierto mucho los ojos, maravillada, mientras ella continuaba-. Sí, porque tenía la impresión de que os gustaría ver confirmada la pobre opinión que tenéis de mí.
 Le he preguntado si no lo habrá hecho más bien para conservar la opinión de ese abogado, ese tal Cantoni.
 -No -me ha asegurado-. Él nunca piensa que yo sea incapaz de algo, al contrario. Pero no es eso lo importante. Lo importante es haber descubierto que trabajar no es difícil. Me divierto mucho. Muchas veces me canso, pero es un cansancio distinto a los que conocía, no sé cómo explicarme, un cansancio que casi me parece imaginario porque en realidad estar cansada después de trabajar no me desagrada. Me divierte utilizar esas palabras que me parecían tan importantes cuando os las oía a vosotros. No sé, archivar, protocolizar, actas. Te hará gracia que te confiese que también yo me siento importante cuando las digo. -Estaba animada por una alegría infantil, como si quisiera burlarse de mí cariñosamente-. Además, me gusta oír que pronuncian mi nombre como el de una persona fiable, que sabe lo que se hace. Cuando dicen, por ejemplo: "La señorita Cossati se encarga de eso", me parece que hablan de otra persona, de alguien que no me suponía capaz de ser. Hoy, el abogado Barilesi ha dicho: "El lunes, la señorita Cossati podría ir a los juzgados". Se trata de una información, una tontería que cualquiera sabría hacer, pero me he ruborizado de satisfacción. Me ocurría lo mismo en la universidad al principio. Nunca he dicho nada, fingía que era natural, pero me halagaba estar en aquellas aulas. Pese a todo, en la universidad habrían podido prescindir perfectamente de mí. Aquí, en cambio, me pagan para que vaya. -Me hablaba con alegría, cepillándose el pelo, y se me acercaba riendo, con una excitación feliz que no conocía en ella; quería abrazarme-. Di la verdad: tú te diviertes en la oficina, y papá también. ¿Por qué no queréis confesarlo? Dilo, mamá, dilo; te doy mil liras si lo dices.
 Sostenía en la mano el cepillo y, al intentar abrazarme, debido a mi resistencia, me ha dado un golpe en una ceja. Yo me he llevado la mano al ojo dando un gritito.
 -¡Ay, perdón! -Y se ha quedado disgustada.
 -No sé qué te sucede esta noche -he observado con brusquedad, frotándome el párpado-. Estás loca. Es ese poco dinero lo que te ha hecho enloquecer. Loca e ingrata. Deberías tener en cuenta sólo una cosa: que nosotros no hemos podido disponer de lo que ganamos para comprarnos lo que nos apetece, como puedes hacer tú ahora; que todo, hasta el último céntimo, se ha destinado siempre a la casa, a Riccardo, a ti, a los estudios que ahora te proporcionan estas satisfacciones, estas diversiones, como tú las llamas.
 La he avergonzado.
 -Lo sé. Es cierto. Perdona. No hablaba así por maldad o por menosprecio. Todo lo contrario. Me gustaría saber que vosotros también os divertís trabajando, porque así me sentiría menos culpable de haber sido una carga tan grande en vuestra vida. Verás, perdona mi sinceridad, pero a veces los hijos casi se avergüenzan de haber nacido y de necesitar comer y vestirse. Perdona que te lo diga, pero mi trabajo me gusta tanto que lo haría aunque no me pagaran.
 He recordado entonces el paso ligero con que ahora salgo por las mañanas para ir a la oficina, mi alegría cuando me llama el director para que trabajemos juntos. Con un estremecimiento he rechazado esos pensamientos para decirle a Mirella que su entusiasmo se debe sólo a la novedad.
 -Es posible -ha admitido-, pero no quiero creerlo. Sería una pena, porque estos son los mejores días de mi vida. Hoy Barilesi ha defendido a un acusado de homicidio y ha conseguido que lo absolvieran. Esta mañana no he ido a la universidad para asistir al juicio. Ha sido un discurso precioso. Yo estaba conmovida, lo admiraba, lo envidiaba mucho. Ya ves, un trabajo así no puede ser una carga, estoy segura.
 -¡No me extraña! -he exclamado-. ¡Con lo que gana!
 -Crees que es sólo por eso. Barilesi es muy rico ya, podría dejar el trabajo, ¿no? En cambio, muchas veces se queja, está nervioso y cansado pero continúa aceptando pleitos y le gusta encargarse de todo. Creo que se queja de cansancio para no confesar que su trabajo le divierte. -Volvía a reír, contenta-. Quisiera convertirme en un gran abogado como él.
 Le he preguntado si le seduce la idea de hacer una carrera brillante o la de agradar a alguien; a Cantoni, por ejemplo.
 -Admitamos que sea también por eso -me ha respondido.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Contraseña, 2017, en traducción de Pepa Linares. ISBN: 978-84-945478-4-3.]

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