domingo, 15 de septiembre de 2019

En la distancia.- Josefina Aldecoa (1926-2011)

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«Muchas veces con admiración y cariño a lo largo de estos años me han llamado "maestra", una palabra y una profesión que admiro profundamente. Sin embargo, yo nunca he sido maestra. En los cuarenta años que he dirigido sola el colegio, nunca he enseñado. He ido desarrollando un proyecto educativo que tenía muy claro y que tiene una importante e inevitable consecuencia en la práctica de la enseñanza. Sin embargo, para mí, educar es lo más importante, lo básico, lo que subyace en cualquier forma de enseñanza.
 Enseñar ¿qué? ¿Para qué? ¿Cómo? Todas estas preguntas tienen respuesta en el concepto que tengamos de la educación.
 La educación tiene que ver con una actitud ante la vida, una filosofía de la existencia por elemental que esta filosofía sea.
 El modo en que se desarrolla nuestra vida individual, lo que queramos hacer, cómo queremos vivir y convivir, lo que valoramos por encima de todo, es lo que determina nuestra idea de la educación. La enseñanza, la transmisión de conocimientos, es una consecuencia de la educación, una forma sistemática de actuar que aparece íntimamente ligada a la educación.
 Si creemos en el ser humano, en la variedad de las personalidades individuales, en la libertad para desarrollar armoniosamente los aspectos que distinguen a un niño de otro, estamos decidiendo y definiendo el tipo de educación y enseñanza que queremos desarrollar.
 Cada niño es único y diferente a todos los demás. Pero tiene que adaptarse a una sociedad que va a exigirle un conjunto de conocimientos, actitudes, normas generales, flexibles unas, de obligado cumplimiento otras, que necesita adquirir para desarrollar una profesión futura de modo eficaz y satisfactorio y para mantener una convivencia pacífica con los demás.
 La educación de un niño depende, en primer lugar, de los padres desde que nace, y de la escuela cuando alcanza la edad adecuada.
 Una escuela a la que tiene derecho como ciudadano de un país democrático. Una escuela flexible amplia de horizontes, capaz de respetar las distintas ideas y las características de los grupos sociales, culturales, históricos y étnicos que forman una nación. Una escuela dispuesta a aceptar las características individuales de los niños, dispuesta a ayudarles a desarrollar al máximo sus capacidades.
 La educación basada en el autoritarismo, planteada desde un esquema rígido e inflexible que pretende crear un tipo de ciudadano impuesto por el Estado, está limitando el crecimiento armónico de un niño y está formando adultos limitados, apáticos, desinteresados.
 Una educación basada en un sentido de la vida generoso y amplio, que pretenda por encima de todo cultivar la inteligencia y la sensibilidad de los niños, despertar su curiosidad por el mundo que les rodea, invitándole a explorar ese mundo para descubrir la riqueza de posibilidades que su investigación le ofrece. Una educación que prepare al niño para disfrutar de los bienes culturales que la humanidad ha ido conquistando a lo largo de los siglos. Que le permita estimular su creatividad, que favorezca la libertad de pensamiento, de comunicación, de expresión, y que desarrolle desde muy temprano su sentido crítico y analítico.
 Éste es el tipo de educación al que he dedicado buena parte de mi vida. He tratado de ayudar a los niños, a los padres, a los maestros y profesores, y he procurado facilitar las relaciones entre estos tres grandes grupos de protagonistas de la educación.
 Con los niños me he esforzado en valorar su trabajo y su esfuerzo, la gracia y la originalidad de sus logros, y despertar en ellos la alegría de vencer los obstáculos el placer del trabajo bien hecho.
 He procurado comprender y ayudar a los padres a calmar la angustia o la preocupación por el proceso educativo que a veces les atenaza.
 He estimulado a los maestros jóvenes para que encuentren su propia forma de enseñar, que dependerá de su personalidad, de sus conocimientos, de sus recursos instintivos y adquiridos.
 Y me he desesperado a veces con la educación en general, con la Educación con mayúscula que escapa, como es natural, a mi capacidad de intervención, de crítica, de ayuda.
 He visto a mi alrededor convertir en problema lo accesorio y dejar de lado lo fundamental.
 He sido testigo de cambios sucesivos en los planes de estudio, en un intento desesperado de resolver problemas generales cuya raíz está en algo más profundo y posiblemente utópico, porque depende de la filosofía de la existencia y los principios éticos que un país ha desarrollado a lo largo del tiempo. De las creencias que ha mantenido acerca del ser humano y su destino. Del respeto a la libertad por encima de todo y de la decisión firme y segura de luchar por convertir a cada niño en un adulto maduro, responsable, que respete la libertad de los otros, la convivencia pacífica, la justicia, la solidaridad, la conservación de la naturaleza.
 Para conseguir esa educación es necesario un compromiso individual y colectivo.
 Individual por parte de los padres y los educadores profesionales. Y colectivo por parte del Estado y de los responsables del mundo de la cultura, la ciencia, el arte, la literatura.»
    
   [El texto pertenece a la edición en español de Santillana Ediciones Generales, 2004. ISBN: 84-204-0155-2.]

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