lunes, 16 de septiembre de 2019

La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros.- Giovanni Sartori (1924-2017)

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Primera parte: Pluralismo y sociedad libre
7.-Comunidad pluralista y reciprocidad

«Ya estoy preparado para la pregunta más espinosa de todas, que es: ¿en qué medida el pluralismo amplía y diversifica la noción de comunidad? O dicho de otro modo, ¿cómo se llevan entre sí pluralismo y comunidad? ¿Cómo se relacionan? ¿Una comunidad puede sobrevivir si está quebrada en subcomunidades que resulta que son, en realidad, contracomunidades que llegan a rechazar las reglas en que se basa un vivir comunitario?
 Al afrontar este delicado problema tengo que recordar que la comunidad pluralista es una adquisición reciente, difícil y por supuesto frágil*. Una comunidad pluralista se define por el pluralismo. Y el pluralismo tal como lo he definido presupone -recordemos- una disposición tolerante y, estructuralmente, asociaciones voluntarias "no impuestas", afiliaciones múltiples y cleavages, líneas de división, transversales y cruzadas. Las comunidades del pasado -desde la polis griega a las comunidades puritanas- no poseían estas características. Todo lo contrario. Hay que añadir que estas características se despliegan, todavía hoy, sólo en el mundo occidental u occidentalizado.
 ¿Pero no tenemos ya ahora -se me puede preguntar a bocajarro- un caso de comunidad pluralista, el caso de Estados Unidos, que sirve de modelo y que nos hace comprender cómo actuar, incluso en Europa, en la transformación de los Estados nacionales y en su apertura multiétnica? Respondo: no. El caso de Estados Unidos es así porque los problemas que ha resuelto no son los problemas que se plantean hoy a Europa. Es cierto que el nuevo mundo es todo un mundo de "recién llegados"; y el flujo de inmigrantes en Estados Unidos ha sido verdaderamente, en determinados períodos, masivo. En el período 1845-1925 -en ochenta años- alrededor de 50 millones de personas atravesaron el Atlántico; y en los años 1900-1913 hubo 10 millones de inmigrantes. Pero esos recién llegados encontraban, en el nuevo mundo, un inmenso espacio vacío, buscaban y deseaban una nueva patria, y eran felices de convertirse en americanos: el melting pot (el crisol de orígenes, razas y lenguas), durante más de un siglo y para un total de 100 millones de inmigrantes, ha funcionado estupendamente. En cambio, el viejo mundo es desde hace mucho tiempo un mundo sin espacios vacíos y un mundo con relativamente pocos "recién llegados". Añadamos que los recién llegados que hoy entran en Europa lo hacen en un contexto muy distinto al de los inmigrantes que crearon la nación americana. Estados Unidos no ha nacido como una nación que ha acogido y absorbido a otras naciones: es constitutivamente una "nación de nacionalidades". En cambio, los Estados europeos son hoy naciones constituidas (aunque con alguna franja no asimilada, como los flamencos, o incluso mucho más rebelde, como los vascos) que se están encontrando con contranacionalidades, con inmigraciones cada vez más masivas que niegan su identidad nacional. Y, por tanto, el precedente americano no nos ayuda a afrontar el problema. Los europeos (del oeste) están preocupados, se sienten invadidos y están reaccionando.
 ¿Racismo? Es una acusación expeditiva, superficial, que generaliza demasiado, y que tiene el riesgo de ser muy contraproducente. El que es acusado de racista sin serlo se enfurece, e incluso acaba por serlo realmente. No debemos generalizar, sino que debemos precisar. El espectro de las reacciones ante los recién llegados es variado y complejo. En muchos casos, la reacción es sobre todo de defensa del puesto de trabajo y del salario. Es eminentemente un problema planteado por los inmigrados del este (europeo). Después se dan casos de "xenomiedo": un sentirse inseguros y potencialmente amenazados. Por último, nos encontramos con reacciones de rechazo (xenofobia). Y sólo en ese momento y desde ese momento es cuando nos topamos con un verdadero y auténtico racismo.
 En concreto, hoy en Europa la xenofobia se concentra en los inmigrantes africanos e islámicos. ¿Se puede explicar toda la xenofobia y sólo como un rechazo de tipo racial? Seguramente no. En términos étnicos, los asiáticos (chinos, japoneses, coreanos, etcétera) no son menos distintos de los blancos que los africanos. Y ni siquiera los indios (de India) son como nosotros: no lo son para nada. Y, sin embargo, ni los asiáticos ni los indios suelen suscitar reacciones de rechazo, ni siquiera allí donde ahora ya son numerosos (los asiáticos en Estados Unidos, los indios en Inglaterra). Hay que hacer notar también que los asiáticos no se dejan asimilar más que los africanos. De lo que se debe deducir que la xenofobia europea se concentra en los africanos y en los árabes, sobre todo si son y cuando son islámicos. Es decir, que se trata sobre todo de una reacción de rechazo cultural-religiosa. La cultura asiática también es muy lejana a la occidental, pero sigue siendo "laica" en el sentido de que no se caracteriza por ningún fanatismo o militancia religiosa. En cambio, la cultura islámica sí lo es. E incluso cuando no hay fanatismo sigue siendo verdad que la visión del mundo islámica es teocrática y que no acepta la separación entre Iglesia y Estado, entre política y religión. Y que, en cambio, esa separación es sobre la que se basa hoy -de manera verdaderamente constituyente- la ciudad occidental. Del mismo modo, la ley coránica no reconoce los derechos del hombre (de la persona) como derechos individuales universales e inviolables; otro fundamento, añado, de la civilización liberal. Y éstas son las verdaderas dificultades del problema. El occidental no ve al islámico como un "infiel". Pero para el islámico el occidental sí lo es. Excusez du peu, perdonad si os parece poco.
 Retomando el hilo de mi discurso, en líneas generales la pregunta es. ¿hasta qué punto una tolerancia pluralista debe ceder no sólo ante "extranjeros culturales" sino también a abiertos y agresivos "enemigos culturales"? En una palabra, ¿puede aceptar el pluralismo llegar a aceptar su propia quiebra, la ruptura de la comunidad pluralista? Es una pregunta similar a la que en la teoría de la democracia se formula así: ¿debe permitir una democracia su propia destrucción democrática? Es decir, ¿debe permitir que sus ciudadanos elijan a un dictador?
 El que una diversidad cada vez mayor y, por tanto, radical y radicalizante, sea por definición un "enriquecimiento" es una fórmula de perturbada superficialidad. Porque existe un punto a partir del cual el pluralismo no puede y no debe ir más allá; y mantengo que el criterio que gobierna la difícil navegación que estoy narrando es esencialmente el de la reciprocidad, y una reciprocidad en la que el beneficiado (el que entra) corresponde al benefactor (el que acoge) reconociéndose como beneficiado, reconociéndose en deuda. Pluralismo es, sí, un vivir juntos en la diferencia y con diferencias; pero lo es -insisto- si hay contrapartida. Entrar en una comunidad pluralista es, a la vez, un adquirir y un  conceder. Los extranjeros que no están dispuestos a conceder nada a cambio de lo que obtienen, que se proponen permanecer como "extraños" a la comunidad en la que entran hasta el punto de negar, al menos en parte, sus principios mismos, son extranjeros que inevitablemente suscitan reacciones de rechazo, de miedo y de hostilidad. El dicho inglés es que la comida gratis no existe. ¿Debe y puede existir una ciudadanía gratuita, concedida a cambio de nada? Desde mi punto de vista, no. El ciudadano "contra", el contraciudadano es inaceptable.»
*Tan reciente que Tönnies, que escribía en 1887 (véase la traducción en castellano de 1947 y la italiana de 1963), no la había intuido ni contemplado. A Tönnies, como a Durkheim e incluso, en los años veinte, a Max Weber, la noción misma de "comunidad pluralista" les hubiera parecido un contrasentido.

     [El texto pertenece a la edición en español de Grupo Santillana de Ediciones, 2001, en traducción de Miguel Ángel Ruiz de Azúa. ISBN: 84-306-0416-2.]

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