jueves, 5 de septiembre de 2019

Ultramarina.- Malcolm Lowry (1909-1957)

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«-No sé, Hans -dije-. No sé qué puedo contarte de mi vida que te pueda interesar. O que en caso de que te interesara, pudieras entender. En primer lugar, soy un tipo raro, o al menos me gustaría serlo, lo cual se aproxima más a la verdad... Ya lo habrás observado. Algunos pueden opinar que soy un necio. Nací en Christiania, en el Cristian den 4 des gade. ¡Nombres peligrosos para mí! Arruiné mi juventud por una curiosa pasión de coleccionar universidades, entre otras cosas. Por ejemplo, jugué al béisbol en Harvard y prendí fuego a Brattle Square. En Princeton cogí una borrachera que estuvo a punto de costarme la vida. En Moscú trabajé de cameraman a las órdenes de Pudovkin. En Oxford, Missouri, escribí una canción. En Yokohama di clases de botánica. Cuando Christiania pasó a ser Oslo, vendí, desesperado, el Dagbladet y di conferencias sobre la ocupación de Groenlandia. Cambridge, Inglaterra, donde permanecí diez años como miembro de Wescott House, tocando la mandolina en los días de armisticio, me concedió un título honorario. En Cape Cod trabajé simultáneamente como policía municipal, portero de un cine y como contrabandista de licores local. Fue allí donde cometí mi primer asesinato, en un molino. En Barbados, en Bridgetown, estuve una semana tocando la guitarra en un burdel. Acepté la entrega de la hija de la casa, una muchacha de quince años, y la vendí al portero negro del burdel por una botella de ginebra, aun cuando me hallaba demasiado débil para bebérmela. En Tsintao le estafé a un chino una botella de arak de Batavia y después lloré cuando se negó a estrecharme la mano en público. En Estambul jugué al ajedrez con la hermana del sultán. Persigo a las mujeres de calle en calle, de farol en farol, de Petty Cury al viejo Chesterton, y sigo siendo virgen. Huyo cuando me dirigen la palabra. Pero, ¿para qué continuar? He vivido. Me he bañado en sangre en Saigón y Singapur. Al igual que Masefield, llevé la navaja en la gorra para que me alcanzara el rayo en Cabo de Hornos; mis camaradas decían que eso era estar en el cuerno de una Demelia. En cierta ocasión, en un bote a la deriva, mantuve el ánimo de la tripulación tocando la guitarra durante una semana. Al final tuvimos que comernos las cuerdas. Pero, por favor, no interpretes mi conducta como poco convencional o esquizofrénica. No, mil veces no. Las autoridades siempre me han estimado. Sí. Centenares de hombres importantes me han llevado a casa cuando estaba borracho. En Honolulú, el capitán de puerto. En Yokohama, el ayudante del capitán de puerto. En Bombay, el presidente en funciones de la junta del puerto. En Nápoles, el "capitano del porto". En Constantinopla, el "captein port". En Turquía, los periódicos describieron mi arresto por el insignificante asunto de la hermana del sultán como "une fantaisie bien américaine". Dije a la policía que me llamaba Whitman...
 En Batavia nadie me vio, pero en Calcuta cientos de personas se preguntaron por qué tomé el agua sagrada del Ganges. Llegué a conocer Barcelona tan bien como Rangún, y el Pireo tan perfectamente como Gibraltar. ¿Manila o Surabaya? Todos los puertos me parecen iguales. Ya sabes lo que dice la Biblia: "Y salieron de Ezión-Geber y acamparon en el desierto de Sión, que es Cades. Y salieron de Cades y acamparon en Hor, en la frontera del país de Edom... Y salieron de Zalmonesh y acamparon en Punón. Y salieron de Punón y acamparon en Obot... Y salieron de Almon-diblathaim y acamparon en los montes de Abarim, frente a Nebo".
 Bueno, ése soy yo. El almanaque. Y he llorado en todos esos lugares; he llorado por las oportunidades perdidas y por las halladas, mis profundas y profundamente perdidas ocasiones, por mi falta de talento y mi exceso de fuerza, por mi ternura, por mi crueldad extraordinariamente voluptuosa, por mi niñez perdida y mi inteligencia extramundana. Y luego, cuando el rugido de un millón de ciudades se ha cerrado sobre mi espíritu, he llorado por todas ellas, porque siempre estaba totalmente ebrio. Sí, Hans, sí. Y en literatura mi nombre es apenas menos importante. El Honolulu Star Bulletin dice: "un nombre con quien hay que contar". Ya lo ves, sin emolumentos pero monumental. A los catorce años, viví con la ilusión de creerme Thomas Chatterton... ¿Loco? No... ni siquiera. Pero sí una especie de loco a medias, pernicioso, irritante y en extremo apático, para quien la locura es la única salida digna, como la muerte para el impotente. No, no, no, no. Sí, sí... después de todo, ¿quién soy yo para inquietarme si nadie me cree?
 Primero que lean mis obras escogidas, varios miles de tomos bien encuadernados, inclusive el tan discutido Otelo, prestando una atención especial a mi obra maestra Cómo ser feliz pese a estar muerto. Hay quienes dicen, es cierto, que todo eso es literatura barata, pero he escrito tanto... Un crítico favorable, J., dijo que me he devanado los sesos sin mucha fortuna. Otro, al mencionar que Hilliot había escrito mil líneas, añadía: "Debería haberlas borrado todas". Sin duda, todas esas críticas están en cierta medida justificadas y mis críticos se hallan en lo cierto, pero sumándolo todo, en general, ¿no es suficiente para forzar a un hombre a embarcarse o a beber?
 --Me estás mintiendo -afirmó Popplereuter, perplejo, inclinándose hacia adelante con el vaso en la mano.
 -Sí -dije-, te estoy mintiendo. Lo siento, pero no sabes cuán poco. Mas aunque lo expusiera de forma más directa, si hiciera un esfuerzo táctil para ser más claro o si expusiera sobriamente los sucesos... Sé que no me entiendes, pero estoy tan borracho que he decidido matarte de aburrimiento... ¡También puedo ser una tumba! Lo importante es que los hechos manifiestos son en gran medida imaginarios. Asumo la culpabilidad de una madre, de un padre o de una herencia. La concibo en su totalidad, para ser capaz, por un lado, de proporcionar una explicación adecuada de mis actos más inexplicables y, por otro, para arroparme en una oscura dignidad maculada de sangre. Algunos de esos puntos están formulados, y tal vez los hayas leído, en mi tan difamada y sin duda peligrosa y engañosa obra Hamlet. Me encanta imaginar que mi padre está loco, aunque en realidad tan sólo esté en un sanatorio con un cálculo en un riñón. Me divierte imaginar que mi madre, que padece conjuntivitis de vez en cuando, se está quedando ciega.»

      [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Bruguera, 1984, en traducción de Jaime Zulaika. ISBN: 84-02-09023-0.]

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