viernes, 20 de septiembre de 2019

El camino de los sabios.- Walter Riso (1951)

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Segunda parte: El camino de los sabios
Epicuro y el goce de existir
El capricho de los átomos 

«Para Epicuro y sus seguidores la independencia es congénita al ser humano. El argumento es como sigue: si las partículas atómicas realmente cayeran en paralelo, como argumentaban algunos materialistas anteriores, nunca se encontrarían entre sí y no podrían crearse las cosas ni la vida; por lo tanto, debería existir alguna forma de "desviación espontánea" (clinamen) en los átomos para que puedan agruparse entre ellos. Somos libres porque la estructura última de la materia lo es: llevamos en nosotros el germen de la autonomía.
 Lucrecio lo explica de la siguiente manera: "Y has de entender también que aun cuando en el vacío los átomos se dirijan perpendicularmente hacia abajo, no obstante, se desvían de la línea recta en indeterminados tiempos y espacios... Pues si no declinaran en el vacío, caerían paralelamente como gotas de lluvia, y si no tuvieran su reencuentro y choque, nada podría crear la naturaleza".
 Cierta vez, un anciano de origen indio me enseñó una meditación que desde el punto de vista de la filosofía antigua podría encuadrarse en lo que se denomina "la física como un ejercicio espiritual". Yo lo llamo el juego de la disolución del "yo", y lo encuentro totalmente compatible con las enseñanzas de Epicuro. Consiste en un viaje imaginario hasta la estructura más elemental de la materia, donde el "sí mismo" va perdiendo sus puntos de referencia tradicionales para descubrir otros:
  •  Primero, trato de mirarme a mí mismo, no como un cuerpo compacto, sino como un conjunto de órganos interrelacionados: "Soy corazón, huesos, hígado, pulmones..." Repaso cada una de las partes que los constituyen y me quedo allí unos instantes, concentrado, sintiendo que soy esto o aquello.
  •  Luego bajo un estadio y concentro la atención en los elementos que conforman cada uno de los órganos mencionados: las venas, la sangre que fluye por ellas, los tejidos, los músculos. Trato de asimilarlos y conectarme con ellos. Y me digo: "Esto soy yo".
  • En el paso siguiente imagino la bioquímica de estos compuestos, cómo se entremezclan entre sí y establecen relaciones y reacciones de todo tipo. Y me digo: "Esto soy yo".
  • Después avanzo más profundamente y llego al mundo de las moléculas. Imagino cómo se enlazan entre sí, cómo se buscan unas a otras, cómo fluyen y me detengo en su contenido: los átomos. Los observo a través de las capas transparentes que cubren las moléculas, y me digo: "Esto soy yo".
  • En el nivel siguiente veo cómo las moléculas se rompen y de ellas salen cascadas de átomos que, a su vez, explotan y dan paso a otros elementos aún más pequeños, casi imperceptibles (quarks, protones, neutrones, mesones). Todos se desplazan, saltan, se divierten. Es un estallido maravilloso de colores y luces. Suena la música. Y me pregunto: "¿Dónde estoy yo?"
  • Y entonces tomo conciencia de que mi cuerpo como tal ya no existe. Me confundo con lo que me rodea y me desplazo a voluntad; siento el poder del clinamen. En la realidad que veo y palpo, la mesa donde escribo en este momento y mi persona somos entes separados, pero en lo más profundo de la naturaleza nos entremezclamos, somos una sola cosa, un estado indiferenciado de energía cambiante y en ebullición. Y concluyo: "En lo más profundo de mí, soy el mundo".»
     
           [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 2009. ISBN: 978-84-08-07977-4.]

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