Primera parte
XXIV
«Interrumpiendo súbitamente la comida, Pável dejó la cuchara sobre la mesa y exclamó:
-¡No lo comprendo!
-¿El qué? -preguntó el "jojol".
-Matar a una bestia, sólo porque hay que comer, es ya una mala acción. Matar a una fiera, a un animal carnicero... se comprende. Yo mismo podría matar a un hombre que fuese una fiera para sus semejantes. Pero matar a un ser tan lastimoso... ¿Cómo habrá podido alzarse la mano?...
El "jojol" se encogió de hombros. Luego, dijo:
-Era no menos dañino que una fiera. Matamos al mosquito que nos chupa un poquitín de sangre -añadió.
-Sí, es verdad, pero yo no me refiero a eso... Yo digo ¡que es repugnante!
-¡Qué le vamos a hacer! -replicó Andréi, volviendo a encogerse de hombros.
-¿Podrías tú matar a un ser así? -preguntó Pável pensativo, después de un largo silencio.
El "jojol" le miró con sus redondos ojos, echó una rápida ojeada a la madre y contestó tristemente, pero con firmeza:
-Por la causa, por los camaradas, puedo hacerlo todo; hasta matar. Aunque fuera a mi propio hijo...
-¡Huy, Andriusha! -exclamó quedo la madre.
Sonrió él y le dijo:
-¡No hay más remedio! La vida es así...
-¡Sí!... -le apoyó Pável, lentamente-. ¡Así es la vida!
De pronto, excitado, como obedeciendo a algún impulso interior, Andréi levantóse, agitó los brazos y empezó a decir:
-¿Qué otra cosa podemos hacer? Hay que odiar a los hombres para que llegue cuanto antes el día en que solamente se les pueda admirar. Hay que aniquilar al que entorpezca el curso de la vida, al que venda a los demás por dinero para comprarse honores y una vida descansada. Si en el camino de la gente honrada se cruza un Judas dispuesto a traicionar, yo sería también Judas si no lo aniquilara. ¿Acaso no tengo derecho a hacerlo? Y ellos, nuestros amos, ¿tienen derecho a servirse de soldados y de verdugos, de prostíbulos y de cárceles, de los trabajos forzados y de toda esa inmundicia que protege su seguridad y bienestar? Si llega el momento de empuñar en mis manos su garrote, ¿qué voy a hacer? Lo tomaré, no lo rechazaré. Ellos nos asesinan a docenas, a cientos, y esto me da derecho a levantar el brazo y dejarlo caer sobre la cabeza del enemigo que más se haya acercado a mí y sea más pernicioso que los otros para la causa de mi vida. ¡Así es la vida! Yo voy en contra de eso, yo tampoco lo quiero. Ya sé que la sangre de los enemigos no crea nada, ¡no es fecundo!... La verdad brota con fuerza cuando nuestra sangre riega la tierra como una lluvia torrencial; en cambio la de ellos está podrida y desaparece sin dejar huella alguna; esto ¡también lo sé! Pero estoy dispuesto a cometer el delito, a matar, si veo que es necesario. Porque yo no hablo más que por mí. Mi pecado morirá conmigo, no será una mancha para el futuro, no mancillará a nadie más que a mí, ¡a nadie más!
Iba y venía por la habitación, agitando las manos ante su rostro como si cortara algo en el aire, desgajándolo de sí mismo. La madre le miraba con tristeza y ansiedad, percibiendo que algo habíase roto en el interior de Andréi y que él sentía dolor. Los tenebrosos e inquietantes pensamientos sobre el homicidio la habían abandonado; si Vesovschickov no era el asesino, ningún otro camarada de Pável podía haber hecho aquello. Su hijo, cabizbajo, escuchaba al "jojol", que decía con insistencia y recia voz:
-Cuando se va camino adelante, hay que ir incluso contra uno mismo. Hay que saber darlo todo, todo el corazón. Dar la vida, morir por la causa, ¡eso es fácil! Da más, entrega también lo que para ti es más preciado que tu vida, entrégalo; y entonces, brotará vigoroso lo más querido para ti: ¡tu verdad!...
Se detuvo en medio de la habitación, pálido, entornados los ojos, y alzando la mano en actitud de promesa solemne, continuó:
-Lo sé; tiempos vendrán en que los hombres sientan admiración mutua, ¡en que cada cual brille como una estrella ante los ojos de los demás! Habrá en la tierra hombres libres, grandes por su libertad, todos avanzarán con los corazones abiertos; el corazón de cada uno estará limpio de envidia y nadie conocerá el rencor. Entonces la vida no será ya vida, sino culto rendido al hombre; se exaltará su imagen; ¡para los hombres libres serán accesibles todas las alturas! Entonces se vivirá en libertad, con la verdad, para la belleza, y se considerará los mejores a quienes más ampliamente abracen con su corazón al mundo, a quienes lo amen con intensidad mayor; los hombres mejores serán los más libres, ¡en ellos estará la mayor belleza! Grandes serán los hombres de esa vida...
Guardó silencio, irguióse y dijo con voz sonora, plena:
-Pues bien, en nombre de esa vida, estoy dispuesto a todo...
Su cara se estremeció convulsa y, una tras otra, brotaron de sus ojos lágrimas grandes, pesadas.
Pável alzó la cabeza y, pálido, abriendo mucho los ojos, miró el rostro de su camarada; la madre incorporóse un poco en la silla, sintiendo que iba creciendo y se cernía sobre ella una sombría inquietud.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, en traducción de A. Erraiz y J. Ventol. ISBN: 84-7530-071-5.]
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