III.-De Sariñena a Altorricón
«Cuando quedamos el trío, don Cirilo carraspeó indeciso y con cierto recelo comenzó así:
-Óigame, don Dimas. Quisiera preguntarle algo que quizás sepa por su ciencia, pero como se trata de asunto delicado me ha de prometer que no se enfadará conmigo.
Don Dimas de buen gusto respondió:
-Siga adelante el preguntador, que si la "leche de pantera" responde a los predicamentos que le atribuye el fabricante no tendré fuerzas para enojarme.
Don Cirilo miró el rescoldo, dejó consumirse una buena pausa y entró en materia:
-¿Es verdad que una doncella averiada tiene remedio?
Don Dimas, un tanto mosca, contraatacó:
-¿Lo dice usted con ánimo de hurgar en mi saber o porque le anda buscando tres pies al gato y no se le alcanza la forma de proponerme una marranada?
Don Cirilo intentó justificarse, pero don Dimas se lo impidió y alzando mucho el gallo continuó:
-Porque, si es lo primero, capaz soy de hablarle de Restitutio Virginitatis toda una noche, pero si se trata de practicar ni por todas las "leches de pantera" me rebajaría a un oficio que para mí tengo de alcahuetas. ¡Así que a clarearse, amigo don Cirilo!
-Avasalla usted de una manera que no hay cristiano que se entienda. No quise ofenderle preguntando ni es mi intención ponerle en las manos nada que remediar. Busco luces. ¿Lo sabe o no lo sabe?
-¡Lo sé y no me da la gana de decirlo! -esbaró don Dimas en la cuesta abajo de la indignación.
Don Cirilo suspiró:
-No tendré más tu tía que cantar la gallina.
Para animarse le dio un largo tiento a la garrafilla de "leche de pantera" y cuando don Dimas acercó el cacharrillo de cobre en muda demanda de otro trago, el destilador pasó la manga sobre la boca de la damajuana y gruñó:
-Beba a chorro limpio, como yo, que esta noche echamos la casa por la ventana.
Así lo hicimos y, cuando don Cirilo juzgó que el licor había acentuado la buena disposición que da el beber a quienes saben hacerlo, se arrancó así:
-¿Se acuerda de aquel refrán que dice "Vengan hijas aunque sean zorras"? Pues... hijas tengo. A la Genoveva, que es la mayor, se le calentaron los cascos con un mozo de Lupiñén que estuvo a mi servicio y cuando los sorprendí era muy tarde. Y menos mal que no hubo consecuencias.
-¿Por qué no los casó?
-Ya lo intenté a las bravas, pero el de Lupiñén, que conoce la raya de Francia, levantó el campo un día y no se ha vuelto a saber de él ni pluma ni hueso.
Escupió y afirmó solemne:
-¡Anda, que el día que me lo encuentre los carniceros van a tener otro San Bartolomé!
Don Dimas movió pesaroso la cabeza y explicó:
-En este pajolero mundo hay muchos hombres que parecen catedrales y ni siquiera son ermitas.
-Ya conoce usted la razón de la pregunta que le hacía. Quiero saber si la Genoveva tiene arreglo. No le pido que la arregle usted. Entiéndame.
Durante unos minutos el hueco que dejó la conversación lo llenaron los ruidos del campo. Por fin don Dimas se arrancó a hablar:
-¿Y para qué tanto interés en ese arreglo?
-Esa ya es otra canción. El arte de destilar hierbas pasa de padres a hijos. Podría decirle cuántas son las familias que se dedican a ello. La Genoveva está en edad de contraer y justamente ha de hacerlo con alguien del oficio. Al comenzar la temporada le envié recado a la corredora que hace las bodas y para el día de San Cosme, en muriendo septiembre, cuando nos juntemos todos en la feria de las esencias, prometió tener apalabrado a un mozo para que las familias capitulemos si en el tira y daca de la dote llegamos a buen puerto.
-Don Cirilo, que usted se ahoga en un vaso de agua. Súbale la dote a la señalada y ya verá como no le ponen reparos.
A don Cirilo se le engoló la voz al responder:
-Ni paso por la vergüenza de decir que subo un pico de onzas porque la Genoveva está catada, la muy marrana, ni ha nacido quien me saque los colores al rostro diciéndome que le di gato por liebre.
En llegando a este punto me atreví a terciar y comenté:
-Tan engaño es callar el accidente de la chica como arreglarla y hacerla pasar por riguroso estreno.
Don Dimas, dándose una gran palmada en el muslo derecho, asintió:
-Mejor no hubiera hablado un libro. Si de trampas se trata tan mala es la una como la otra, don Cirilo; sobre esto del remiendo hay un tanto de fantasía y otro tanto de engañabobos. Siendo yo de edad de veinte años oí hablar de un gitano de Bespén, por nombre Juan de Dios Recocho, alias Virguerías, cuyo oficio ordinario era coser atalajes para caballerías y que en horas extraordinarias apañaba doncellas con el sirgo y la aguja. Parece ser que aquel sastre de bestias tenía mucha habilidad para dar puntos. El Virguerías acabó mal. Un día se fue de la lengua estando borracho y dio nombres. Ya sabe usted cómo son en los lugares. La voz corrió como la pólvora y llegó a oídos de quienes no debían haberlo sabido. Total, que el Virguerías amaneció muerto en un pajar cosido a navajazos y alguno de los que intervinieron en la hazaña hasta se dio el gusto de comentar que aquellas rajas no había remendón que las apañara.
Como curiosidad, quien me enseñó el arte de curar me habló de varias pócimas cerradoras, como la yerba de Belcebú, el cocimiento de tanino de zumaque, el bálsamo de mirra, la loción de cebolla albarranilla y el elixir de pétalos de rosa en vinagre nuevo. Si he de decirle verdad no creo que nada de esto sirva. Yo, en su lugar, me dejaría de historias y le buscaría marido a la Genoveva en tierras de Francia. Allí, no se repara en avería de más o menos. La hembra vale por lo que se ve y por la dote que trae. La Genoveva tiene muy buena planta y a usted no le ahorcan por un cahíz de duros. Siga mi consejo y vea en Francia, cerca de Carcasona, a una casamentera que aunque se hace llamar madame Beaufort nada tiene de madame ni Cristo que lo fundó, pues su verdadero nombre es Domitila Casaus, hija de un pelaire de Quicena, en la hoya de Huesca.
Don Cirilo quedó pensativo un buen rato. Bebió de la garrafa, se atragantó con la emoción y tras escupir y toser la "leche de pantera" habló entusiasmado:
-¿No le importaría darme las señas exactas de esa madame?
Don Dimas fue a por el cabreo y en un cacho de papel de barba garrapateó lo pedido.
-Cuando la vea le dice que va de mi parte. Aunque cobra razonablemente, como me está muy obligada le mejorará el trato.»
[El texto pertenece a la edición en español de Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. ISBN: 84-7733-685-7.]
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