martes, 3 de septiembre de 2019

Offshore.- Petros Márkaris (1937)

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«Vuelvo a casa cargado con un cóctel letal: la pesadumbre por el asesinato de Sotirópulos, el agotamiento por la presión en una jornada estresada y la falta de sueño acumulada por la noche en blanco de la víspera. Los tres juntos me han quitado el hambre. No veo el momento de echarme en la cama.
 Las sorpresas que nos depara la vida son desagradables por definición. Encuentro la sala de estar vacía y me dirijo al cuartel general de Adrianí, que es la cocina. La encuentro planchando ropa. Mi mujer alza la cabeza de la tabla de planchar y me mira.
 -Esta noche cenamos fuera -anuncia.
 -¿Y tenía que ser hoy? -pregunto, y me dejo caer en una silla frente a ella.
 -¿Acaso te he pedido yo alguna vez que cenemos fuera? No soy yo la que invita, sino Katerina. Tiene algo que anunciarnos.
 -¿De qué se trata?
 -¿Cómo voy a saberlo? Pero si quieres saber mi opinión, creo que nos dirá que está embarazada.
 Me siento desconcertado.
 -¿Por qué piensas eso?
 -Muy sencillo. Primero te casas, luego te aseguras mejores ingresos y un piso más grande y, por último, llega el niño.
 Lo dice derritiéndose de alegría; pero yo, que estoy cabreado, tengo ganas de contestarle que los hambrientos sueñan con hogazas. Me lo trago, sin embargo, porque pienso que, si resulta ser verdad, mi propia alegría no será menor.
 La cena tendrá lugar en el mismo restaurante italiano al que fuimos la última vez que salimos juntos. Me pregunto si no sería mejor dejar el Seat e ir en taxi pero, pensándolo dos veces, cambio de opinión. Adrianí creerá que me pasa algo malo y le voy a estropear la velada. Lo único que puedo hacer es limitarme a tomar una sola copa de vino para celebrar la buena nueva: así no me quedaré dormido al volante cuando volvamos a casa.
 Tan segura está Adrianí de que recibirá la noticia de un embarazo que se pone sus mejores galas.
 Cuando llegamos al restaurante italiano, el cuarteto que forman Katerina, Fanis, Maña y Uli ya está allí.
 -Papá, ¿tú conocías a ese Sotirópulos que han asesinado? -me pregunta Katerina tras los abrazos y apretones de mano.
 -Sí, desde hace años. Era un periodista de carácter difícil, pero con mucha experiencia. Y aunque era un poco arisco, siempre te echaba una mano cuando lo necesitabas.
 -¿Por qué lo mataron? -pregunta Uli-. Maña me dijo que estaba jubilado. ¿A quién puede beneficiar la muerte de un periodista jubilado?
 -No lo sé -le contesto-. Puede que haya sido un robo o algo más grave. Hoy hemos empezado a investigar.
 Quiero dejar el tema, porque sé que me pondrá de mal humor. Echo un vistazo a Adrianí. Nuestra conversación le resulta indiferente, porque espera ansiosa el momento en que Katerina nos comunicará la gran noticia.
 Llegan los platos y el vino y, antes de alzar su copa, Fanis mira a Katerina como diciéndole: "Habla ya, que los tienes sobre ascuas". Mi hija capta el mensaje y nos mira mientras nosotros interrumpimos en seco las conversaciones.
 -Os he invitado para comunicaros una noticia que podría cambiar mi vida profesional.
 Mi gozo en un pozo, pienso. Si esperábamos la noticia de un embarazo, nos hemos equivocado de cabo a rabo. Va a anunciarnos otra cosa.
 -Una de las empresas que se han instalado en Grecia recientemente me ha ofrecido un puesto de asesora jurídica, con un sueldo mensual fijo, más remuneraciones extras por cada comparecencia en los juzgados.
 Calla y nosotros prorrumpimos en aplausos, enhorabuenas y felicitaciones mientras pienso que el vaticinio de Adrianí se ha visto confirmado en un cincuenta por ciento. Katerina se ha asegurado unos ingresos superiores, aunque el asunto del retoño sigue esperando en la retaguardia.
 Si a mi mujer le ha decepcionado la noticia, no da señales de ello. Se pone de pie de un salto y abraza a Katerina.
 -Bendita seas, hija mía. Te felicito y estoy orgullosa de ti -le dice, y le estampa un cálido beso en la mejilla.
 Mientras observo a mi mujer, en mi mente se confirma lo que ya sé tras nuestra larga vida en común. Adrianí se alegra de las cosas que le ofrecen, aunque no sean las que ella esperaba recibir. Ha venido con la esperanza de saber que iba a ser abuela, pero ha apartado esa esperanza y se alegra del éxito profesional de su hija. Ése es uno de los secretos que la ayudan a resistir las dificultades, me digo. No le pide nada a la vida; se conforma con lo que ésta le da.
 Es mi turno de levantarme para besar a mi hija.
 -¡Enhorabuena! Pero ¿cómo ha sido? ¿Y te lo han ofrecido así, de repente? -le pregunto.»
 [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2017, en traducción de Ersi Marina Samará Spiliotopulu. ISBN: 978-84-9066-385-1.]

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