V
«Los nacidos después acaso se pregunten qué importancia podían tener las coronas de flores, en el año 42/43, para la guerra. He aquí la respuesta: para seguir dando a los entierros un aire de dignidad. Por aquella época las coronas no andaban tan solicitadas como los cigarrillos, desde luego, pero eran, sin duda, un artículo bastante escaso, del que había, a pesar de todo, no poca demanda y -como bien cabe imaginar- tenían su relevancia de cara a la dirección psicológica de la guerra. Sólo la demanda oficial de coronas era ya enorme: para las víctimas de las bombas, para los soldados que morían en las enfermerías, y, por supuesto, para los "fallecimientos privados" que, como es obvio, "seguían ocurriendo de vez en cuando" (Walter Pelzer, antiguo propietario de una plantación y negocio de flores, jefe en otro tiempo, de Leni, que ahora vive, retirado, de sus bienes inmuebles) y "con frecuencia altos miembros del partido, del gobierno y de la milicia merecían entierros oficiales de categorías variables"; todos los tipos de coronas, "desde el más sencillo y pobremente adornado hasta la enorme corona entretejida de rosas" (Walter Pelzer), tenían su importancia para la guerra. No es éste el lugar más adecuado para honrar como se merece al Estado en su condición de organizador de entierros; debe ser, no obstante, asumido como dato histórico indiscutible, científicamente comprobable, que por aquellas fechas se celebraban numerosos entierros, solicitándose coronas tanto por vía oficial como privada, hasta el punto de que Pelzer pudo conseguir para su factoría incluso el status de negocio importante para la guerra. Según ésta avanzaba, o lo que es igual, según iba durando más (y en este punto hay que tomar nota de una explícita referencia a la relación existente entre avance y duración), tanto más escasas iban, como es lógico, las coronas.
Nada más equivocado, por otra parte, que minimizar el arte de tejer coronas considerándolo, por ejemplo, irrelevante. Se impone replicar enérgicamente a quien sustente tal prejuicio. Piénsese que la corona de flores es una en su forma final y otra en su forma primitiva, que no hay que perder nunca de vista la unidad de la forma global; que existen formas y técnicas diferentes de tejer una corona; que es muy importante el tipo de verde de fondo que se elige para entretejer una corona y que la elección del mismo depende de la forma de corona previamente elegida; que hay nueve importantes tipos de verde para la base, veinticuatro distintos para la forma final, cuarenta y dos para los ramilletes y tallos (generalmente clavados en el armazón) y veintinueve para los ramos, de tal modo que hay que contar con un número total de ciento doce tipos de verde, por mucho que algunos de estos tipos se utilicen de maneras distintas en una misma ocasión; tenemos, pues, en cualquier caso, cinco tipos diferentes de uso del mismo y un complicado sistema de entrelazamiento, y eso aunque tal o cual clase de verde se use tanto para el entretejido directo sobre el armazón como para la forma final, tanto para el clavado (sea en forma de ramilletes o de tallos) como para los ramos; puede, pues, afirmarse que aquí también resulta aplicable aquella vieja regla según la cual si se sabe dónde, se sabe también cómo. ¿Quién, de entre los que desprecian el trenzado de coronas como una actividad secundaria, sabe cuándo se usa el verde del abeto rojo para el fondo y cuándo para el adorno exterior, cuándo hay que usar rama de pino, musgo de Islandia, zarza, ciprés o abeto? ¿Quién sabe que el verde no debe mostrar huecos, que siempre y por todos lados debe parecer un tejido? Si se tiene todo esto en cuenta acaso se comprenda que Leni, que hasta el momento no ha hecho sino trabajo de oficina fácil y poco sistemático, no fue a parar a un terreno conquistado, a un trabajo fácil de dominar, sino casi a un taller de artesanía.
Acaso resulte superfluo señalar que la "corona de ramos" estuvo bastante desacreditada durante algún tiempo, por aquellas fechas, concretamente, en que lo germánico comenzó a gozar de una estricta preeminencia, que las controversias cesaron con el establecimiento del Eje y que Mussolini prohibió con no poca energía la difamación de la corona de ramos, la vieja "corona romana"; el verbo römern* pudo ser usado libremente hasta mediados de julio del 43, fecha en la que la traición italiana impuso su definitiva exclusión (comentario de un jerarca nazi: "En este país ya no se 'romanea' ni siquiera en la confección de coronas"); cualquier lector atento comprenderá en seguida que en las situaciones políticas extremas ni siquiera el de la confección de coronas es un negocio carente de peligro. Como, por otra parte, la corona de ramos había surgido a imitación de las coronas de adorno talladas en piedra en las fachadas romanas, para su prohibición tajante pudo argüirse incluso una razón ideológica: fue declarada "muerta" en tanto que las restantes formas de coronas eran objetivadas como "vivas". Walter Pelzer, testigo importante para aquella época de la vida de Leni, aunque su credibilidad no pueda ser absoluta, consiguió probar plausiblemente que a finales del 43 -comienzos del 44- fue denunciado en la Cámara de Comercio -por envidiosos y por la competencia- por el hecho, "mortalmente peligroso" (Pelzer) de "romanear" todavía. "Maldita sea, por aquel entonces hubiera podido costarme el pellejo" (P.). Como es lógico, cuando a raíz del 45, se planteó el problema de su pasado sospechoso, Pelzer intentó presentarse y "no sólo por aquel asunto", como un "perseguido político", empeño en el que, desde luego -y no sin ayuda de Leni, por desgracia- tuvo éxito.»
*Römern: "hacer coronas con ramos" y "romanear" (de Roma). El autor juega con los dos significados de este verbo alemán.
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 1999, en traducción de Jacobo Muñoz. ISBN: 84-08-46202-4.]
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