Acto segundo
«Beba: (Moviendo la campanilla.) Le ruego al señor fiscal que se atenga exclusivamente al interrogatorio.
Cuca: (Como un fiscal. A Beba.) Señor juez, el procesado, durante el interrogatorio anterior, se ha servido de una cantidad sorprendente de evasivas, lo que hace imposible el intento de aclarar...
Beba: (Como un juez. A Cuca. Golpeando fuertemente la mesa.) Aténgase al cuestionario de orden.
Cuca: (Como un fiscal. Solemne.) Le repito al señor juez que el acusado obstaculiza sistemáticamente toda tentativa de esclarecer la verdad. Por tal motivo, someto a la consideración de la sala las siguientes preguntas: ¿puede y debe burlarse a la justicia? ¿La justicia no es la justicia? ¿Si podemos burlarnos de la justicia, es la justicia otra cosa y no la justicia?... En realidad, señores de la sala, ¿tendremos que ser clarividentes?
Beba: (Como un juez. Implacable, golpeando la mesa.) Exijo al señor fiscal que no se extralimite en sus funciones.
Cuca: (Como un fiscal, alardeando ante el público de sus recursos teatrales.) Ah, señoras y señores, el señor procesado, como todo culpable, teme que el peso de la justicia...
Lalo: (Furioso, pero conteniéndose.) Estás haciendo trampas. Te veo venir. Quieres hundirme, pero no podrás.
Cuca: (Como un fiscal. Solemne y furioso. A Beba.) Señor juez, el procesado está actuando de una manera irreverente. En nombre de la justicia exijo la compostura adecuada. ¿Qué procura el procesado? ¿Crear el desconcierto? Si ése es su propósito, tenemos que calificarlo abiertamente de intolerable. Los oficios de la ley y de la justicia mantienen un tono lógico. Nadie puede quejarse de sus métodos. Están hechos a la medida del hombre. Pero el procesado, a lo que intuyo, no entiende, o no quiere entender, o es probable que en su ánimo existan zonas turbias... o tal vez, prefiera esconderse, agazaparse en los subterfugios de la tontería y la agresividad. Demando que cada uno de los integrantes de este jurado y la sala en general tenga una clara conciencia de su actitud y que a la hora de emitirse el veredicto seamos equilibrados, pero al mismo tiempo implacables. Señoras y señores, el procesado, por su parte, declara desenvueltamente su culpabilidad; es decir, afirma haber matado. Este hecho rebasa los límites de la naturaleza y adquiere una dimensión exasperante, para el ciudadano normal que transita las calles de nuestra ciudad; por otro lado, el procesado niega, claro que de una forma indirecta, y desvía la sucesión encadenada de los hechos, empleando las más disímiles argucias: contradicciones, banalidades y expresiones absurdas. Como, por ejemplo: no sé; quizás; puede ser; sí y no. ¿Ésa es una respuesta? O también el manido recurso de: "Si yo tuviera clara conciencia de las cosas..." Esto es inadmisible, señores del jurado. (Avanza hacia el primer plano, con gran efecto de teatralidad.) La justicia no puede detenerse pasivamente ante un caso semejante, donde toda la abyección, la malevolencia y la crueldad se reúnen. He aquí, señoras y señores, al más repugnante asesino de la historia. Vedlo. ¿No siente repulsión cualquier criatura frente a este detritus, frente a esta rata nauseabunda, frente a este escupitajo deleznable? ¿No se siente la necesidad del vómito y del improperio? ¿Puede la justicia cruzarse de brazos? Señoras y señores, señores del jurado, señores de la sala, ¿podemos aceptar que un sujeto de tal especie comparta nuestras ilusiones y nuestras esperanzas? ¿Acaso la humanidad, es decir, nuestra sociedad, no marcha hacia el progreso resplandeciente, hacia una alborada luminosa? (Lalo balbucea algo, pero el torrente oratorio de Cuca le impide actuar, gesticular o hablar.) Vedlo, indiferente, imperturbable, ajeno a un sentimiento de ternura, comprensión o piedad. Ved ese rostro. (En un grito.) Un rostro impasible de asesino. El procesado desmiente haber cometido el asesinato por dinero, en otras palabras, para robar o para convertirse en el usufructuario de la pequeña pensión de sus padres. ¿Por qué mató, entonces? Porque, en realidad, no existe ningún móvil concluyente. ¿Tendremos que convenir en que fue por odio? ¿Por venganza? ¿Por puro sadismo? (Pausa. Lalo se mueve impaciente en su silla. Cuca, en un tono mesurado.) ¿Puede la justicia admitir que un hijo mate a sus padres?
Lalo: (A Beba.) Señor juez..., yo quisiera, yo desearía...
Cuca: (Como un fiscal.) No, señores del jurado. No, señores de la sala. Mil veces no. La justicia no puede consentir tamaño desacato. La justicia impone la familia. La justicia ha creado el orden. La justicia vigila. La justicia exige las buenas costumbres. La justicia salvaguarda al hombre de los instintos primitivos y corruptores. ¿Podemos tener piedad de un tipejo que viola los principios naturales de la justicia? Yo pregunto a los señores del jurado, yo pregunto a los señores de la sala: ¿es que existe la piedad? (Pausa.) Pero nuestra ciudad se levanta, una ciudad de hombres silenciosos y arrogantes avanza decidida a reclamar a la justicia el cuerpo de este ser monstruoso... Y será expuesto a la furia de hombres verdaderos que anhelan la paz y el sosiego. (En tono grandilocuente.) Por lo tanto exijo al procesado que contribuya a poner orden en el conocimiento de la realidad de los hechos. (A Lalo.) ¿Por qué mató a sus padres?
Lalo: Yo quería vivir.
Cuca: (Violenta.) ¿Ésa es una respuesta? (Rápida.) ¿Cómo lo hizo? ¿Les dio algún brebaje, un tóxico primero? ¿O los ahogó entre las almohadas, sabiendo que estaban indefensos, y después los remató? ¿Cómo puso las almohadas? ¿Qué papel juegan esta jeringuilla y estas pastillas? ¿Son por casualidad pistas falsas? Explique usted, señor procesado. (Pausa.) ¿Los mató a sangre fría, planeando paso a paso los detalles del crimen, o fue en un rapto de violencia? Diga usted. ¿Solamente empleó este cuchillo? (Agotada.) En fin, señor procesado, ¿por qué los mató?
Lalo: Yo me sentía perseguido, acosado.
Cuca: (Como un fiscal.) ¿Perseguido, por qué? ¿Acosado, por qué?
Lalo: No me dejaban tranquilo un minuto.
Cuca: (Como un fiscal.) Sin embargo, los testigos presentes confiesan...
Lalo: (Interrumpiendo.) Los testigos mienten...»
[El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra. ISBN: 84-376-1914-9.]
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