Martes, 31 de octubre
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«-Doctor Smith, su testimonio es la razón
por la que Skip Reardon se encuentra en la cárcel. Usted dijo que estaba loco
de celos y que su hija le tenía miedo. Él jura que jamás amenazó a Suzanne.
-Miente. –Su voz era monótona, inexpresiva-.
Estaba verdaderamente celoso. Como usted ha dicho, era mi única hija. Yo la
adoraba. Había prosperado lo suficiente como para darle la clase de cosas que
no había podido ofrecerle cuando era pequeña. De vez en cuando, tenía la
satisfacción de regalarle joyas y, aún así, cuando hablé con él, Reardon se
negó a creer que se las hubiera regalado yo y siguió acusándola de tener
relaciones con otros hombres.
“¿Será verdad?”, se preguntó Kerry.
-Pero si Suzanne temía por su vida, ¿por qué
siguió viviendo con Skip Reardon?
El
sol de la mañana entraba a raudales en la habitación y relucía sobre las gafas
del doctor Smith de tal modo que Kerry no podía verle los ojos. ¿”Serían tan
inexpresivos como su voz?”, se preguntó.
-Porque a diferencia de su madre, mi ex mujer,
Suzanne tenía un profundo sentido del deber con respecto al matrimonio
–respondió tras una pausa-. El gran error de su vida fue enamorarse de Reardon.
Y un error todavía más grande fue no tomarse en serio sus amenazas.
Kerry comprendió que por ese camino no iba a
ninguna parte. Había llegado el momento de hacerle la pregunta que tanto tiempo
llevaba preocupándole, aunque podía tener unas consecuencias que no estaba muy
segura de ser capaz de afrontar.
-Doctor Smith, ¿sometió a su hija a alguna
clase de tratamiento quirúrgico?
Enseguida se dio cuenta de que la pregunta le
había indignado.
-Señora McGrath, da la casualidad de que
pertenezco a un colegio médico cuyos miembros jamás, excepto en un caso de
verdadera urgencia, tratarían a un familiar. Por lo demás, su pregunta resulta
insultante. Suzanne era bella por naturaleza.
-Mediante su tratamiento, usted ha conseguido
que al menos dos mujeres guarden un parecido extraordinario con ella. ¿Por qué?
El
doctor Smith miró su reloj.
-Le responderé a esta pregunta y luego tendrá
que perdonarme, señora McGrath. No sé qué conocimientos tendrá usted de cirugía
plástica, pero le diré que hace cincuenta años, si tenemos en cuenta el nivel
al que se ha llegado actualmente, era bastante rudimentaria. Las personas que
sufrían trastornos en las fosas nasales por culpa del trabajo no tenían
solución para su problema. El tratamiento de corrección para las víctimas
nacidas con deformaciones tales como el labio leporino era con frecuencia una
labor bastante tosca. Ahora, en cambio, los medios que tenemos a nuestra
disposición son muy avanzados, y los resultados sumamente satisfactorios. Hemos
aprendido mucho. La cirugía estética ha dejado de ser algo exclusivo de los
ricos y famosos. Todo el mundo puede servirse de ella, tanto si es una
necesidad como si es un simple capricho.
Se
quitó las gafas y se frotó la frente como si tuviera dolor de cabeza.
-Algunos padres nos traen a sus hijos
adolescentes, tanto muchachos como muchachas, a causa de algún defecto físico
que les hace sentirse tan cohibidos que acaban por ser incapaces de hacer nada.
Ayer operé a un muchacho de quince años con unas orejas tan grandes que eran lo
único que las personas veían cuando le miraban. Cuando le quitamos las vendas,
los demás rasgos de su cara, que son muy agradables pero que hasta el momento
han pasado inadvertidos por el bochornoso problema que le he comentado, serán
lo que los demás vean cuando miren al chico. Opero a mujeres que fueron
hermosas en su juventud y que ahora se miran en el espejo y ven que tienen
arrugas y bolsas bajo los ojos. Levanto y sujeto la frente en el nacimiento del
pelo, estiro la piel y la recojo detrás de las orejas. No sólo les quito veinte
años de encima, sino que además transformo en confianza la poca estima que se
tienen.-Levantó la voz-. Podría enseñarle fotografías de personas accidentadas
antes y después de que yo las tratara. Me ha preguntado por qué algunas de mis
pacientes se parecen a mi hija. Se lo diré. Durante estos diez últimos años,
varias mujeres infelices y sin ningún atractivo han venido a esta consulta y yo
he podido darles la belleza que buscaban.
Kerry sabía que iba a decirle que ya era hora
de que se fuera. Apresuradamente le preguntó:
-Entonces, ¿por qué hace unos años dijo a una
posible paciente, Susan Grant, que en ocasiones se abusa de la belleza y que el
resultado de dicho comportamiento son los celos y la violencia? ¿Se refería
usted a Suzanne? ¿No existe la posibilidad de que Skip Reardon tuviera razones
para sentirse celoso? Tal vez sea cierto que usted comprase a su hija todas
esas joyas y que Skip no le creyera, pero él jura que no fue él quien le envió
a Suzanne las rosas que recibió el día de su muerte.
El
doctor Smith se levantó.
-Señora McGrath, creo que como abogada debería
saber que los asesinos se declaran inocentes casi sin excepción. La
conversación ha terminado.
A
Kerry no le quedó más remedio que seguirle hasta la puerta. Antes de llegar, se
fijó en que estaba apretando fuertemente la mano izquierda contra el costado.
¿Le estaba temblando? Sí, en efecto.»
[El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1996, en traducción de Daniel Aguirre Oteiza. ISBN: 84-226-5864-X]
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