martes, 17 de julio de 2018

Las ciudades de la Edad Media.- Henri Pirenne (1862-1935)


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Capítulo 6: La formación de las ciudades y la burguesía

«Pero el recinto urbano no ha servido solamente para el emblema de la ciudad; de él también proviene el nombre que se utilizó, y que todavía hoy se utiliza, para designar la población. En efecto, por el hecho de constituir un lugar fortificado, la ciudad se convertía en un burgo. El área comercial, ya lo dijimos, era conocida, por oposición al viejo burgo primitivo con el nombre de nuevo burgo. Y de ahí les viene a sus habitantes, desde comienzos del siglo XI a más tardar, el nombre de burgueses (burgenses). La primera mención que yo conozco de esta palabra corresponde a Francia, donde aparece a partir del 1007. La encontramos en Flandes, en Saint-Omer, en el 1056; posteriormente se difunde por el Imperio a través de la región del Mosa donde se la ve citada en el 1066 en Huy. Por tanto, son los habitantes del burgo nuevo, es decir, del burgo comercial, los que recibieron, o más probablemente los que se dieron, la denominación de burgués. Resulta curioso observar cómo jamás se aplica a los habitantes del burgo viejo, que aparecen con el nombre de castellani o de castrenses. Esta es una prueba más, y especialmente significativa, de las razones que existen para buscar el origen de la población urbana, no entre la población de las fortalezas primitivas, sino entre la población inmigrada que el comercio hace afluir en torno a ellas y que, desde el siglo XI, comienza a absorber a los antiguos habitantes.
 La denominación de burgués no fue utilizada en un principio por todo el mundo. Junto a ella se ha seguido empleando la de cives según la antigua tradición. En Inglaterra y en Flandes se encuentran también los términos poortmanni y poorters, que cayeron en desuso hacia finales de la Edad Media, pero que confirman a la vez la total identidad, que ya hemos constatado, entre el portus y el nuevo burgo. A decir verdad, las dos palabras significan una y la misma cosa y la sinonimia que establece la lengua entre el poortmannus y el burgensis bastaría para atestiguarlo, si no hubiésemos proporcionado las pruebas suficientes.
 ¿Bajo qué apariencia conviene representarse a la burguesía primitiva de las aglomeraciones comerciales? Es evidente que no se componía exclusivamente de mercaderes viajeros como los que hemos descrito en el capítulo precedente. Debía incluir, junto a éstos, a un número más o menos considerable de individuos empleados en el desembarco y transporte de mercancías, en el aparejo y aprovisionamiento de barcos, en la confección de vehículos, toneles y cajas, en una palabra, de todos aquellos accesorios indispensables para la práctica de los negocios. Ésta atraía necesariamente hacia la naciente ciudad a las gentes de los alrededores que buscaban trabajo. Se puede percibir claramente, desde comienzos del siglo XI, una verdadera atracción de la población rural por la población urbana. Cuanto más aumentaba la densidad de ésta, más intensificaba la acción que ejercía a su alrededor. Para cubrir sus necesidades cotidianas necesitaba no sólo una cantidad, sino una variedad creciente de gentes con oficio. Los escasos artesanos de las ciudades y de los burgos no podían evidentemente responder a las exigencias cada vez mayores de los recién llegados. Por consiguiente, hizo falta que vinieran de fuera los trabajadores de las profesiones más indispensables: panaderos, cerveceros, carniceros, herreros, etc.
 Pero el comercio a su vez fomentaba la industria. En todas aquellas regiones en las que ésta había sido instalada en el campo, aquél se esforzó e inicialmente consiguió atraerla, y después concentrarla, en las ciudades. En este sentido Flandes nos proporciona uno de los ejemplos más instructivos. Ya se ha visto cómo, tras la época céltica, el oficio de tejedor no dejó de difundirse ampliamente. Los paños confeccionados por los campesinos habían sido transportados a zonas alejadas, antes de las invasiones normandas, por la navegación frisona. Los mercaderes de las ciudades no debieron, por su parte, pasar por alto la oportunidad de sacar partido. Desde finales del siglo X sabemos que transportaban paño a Inglaterra. Aprendieron pronto a distinguir la excelente calidad de la lana inglesa y la introdujeron en Flandes, donde la trabajaron. De esta manera se transformaron en creadores de puestos de trabajo y naturalmente atrajeron a las ciudades a los tejedores del país. Estos tejedores perdieron desde entonces su carácter rural para convertirse en simples asalariados al servicio de los mercaderes. El aumento de la población favoreció evidentemente la concentración industrial. Gran número de pobres afluyeron hacia las ciudades donde la tejeduría, cuya actividad crecía en función del desarrollo comercial, les garantizaba un medio de subsistencia. En todo caso parece que llevaron una existencia miserable, la competencia que se hacían los unos a los otros en el mercado de trabajo permitía a los mercaderes pagarles un precio bajo. Los datos que de ellos poseemos, los más antiguos son del siglo XI, nos los describen con el aspecto de una plebe brutal, inculta y descontenta. Los terribles conflictos sociales que la vida industrial haría surgir en el Flandes de los siglos XIII y XIV están ya en germen en la época de la formación de las ciudades. La oposición del capital y del trabajo es tan antigua como la burguesía.
 En cuanto a la antigua tejeduría rural se puede decir que desaparece rápidamente. No puede competir con las de las ciudades, surtida convenientemente de materia prima por el comercio y con una técnica más avanzada, ya que los mercaderes no dejan de mejorar, en función de la venta, la calidad de las telas que exportan, organizando y dirigiendo personalmente los talleres donde se tejían y teñían. En el siglo XII consiguen que sus telas no tengan rival en los mercados europeos gracias a la finura del tejido y a la belleza de los colores. Además, aumentan las dimensiones. Los antiguos "mantos"  (pallia) de forma cuadrada, que fabrican los tejedores del campo, fueron reemplazados por piezas de paño de 30 a 60 varas, de confección más económica y de exportación más fácil.
 Los paños de Flandes se convirtieron de esta manera en una de las mercancías más buscadas del gran comercio. La concentración de su industria en las ciudades siguió siendo, hasta el final de la Edad Media, la causa principal de la prosperidad  de éstas y contribuyó a darles ese carácter de grandes centros manufactureros que confieren a Douai, Gante e Ypres una originalidad tan acentuada. 
 Si la industria del tejido gozó en Flandes de un prestigio incomparable, no se restringió evidentemente a este país. Una gran cantidad de ciudades del norte y del mediodía francés, de Italia y de la Alemania renana se dedicaron a ella con provecho. Los paños alimentaron el comercio medieval más que cualquier otro producto manufacturado.»
 
[El fragmento pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1972, en traducción Francisco Calvo. Depósito legal: M. 18465/72.]
 

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